★★★1/2 “Ya no hay más monos, no existen. Si nos estamos extinguiendo nosotros y nuestro planeta, de los monos ni hablar. Pero, si es que llegan, llegan con todo y yo los voy a ayudar”. A la declaración de Luca Prodan (el líder de Sumo cuyo segundo disco recordamos en el título), podría suscribir Alejandro Fantino, un especialista en apoyos al mono dolido. Pero hasta la “ayuda” tribal necesita complejizarse porque los viejos argumentos vienen perdiendo por goleada y hace falta aggiornarse, mirar un poco para adentro y decirle al equipo que llegó la hora del mea culpa. Un poco, tampoco la pavada. La intención está, que es lo importante.
Nadie mejor que el conductor de “Animales sueltos” para poner la cara en “Escuela para maridos”, un reality muy bien pensado porque recoge el guante de un malestar social que ya no se tapa con la mano y se lo apropia para devolverlo deglutido en sustancia asimilable para acompañar el asado. Será por eso que este ciclo –donde ocho parejas entregan a los maridos desaplicados para un coucheo que eventualmente mejorará la resquebrajada convivencia– despierta opiniones encontradas, según el punto de vista: es innovador porque abre un filón más que interesante y es entretenido al poner en escena una maniobra muy atractiva; es decir, cumple reglas televisivas a la perfección. Pero también hace cosmética a un sapo gordo y feo como la disparidad de poder en la relación de pareja y en la cotidianidad doméstica, un mundo que de a poco ha comenzado a mostrar sus monstruos.
Muy hábil en el uso de su imagen y los estereotipos ajenos, la sexóloga Alessandra Rampolla (se hizo famosa montándose en la gordita pícara y ahora, flaca, en la maestra estricta) acompaña a Fantino en el rol de experta que pone las cosas en su lugar. El trío se completa con la asistente “Cayetina” cuya presencia es un concentrado del tono del programa: no podía faltar la chica pulposa que habla poco pero, queridos monos, contengan sus instintos irrefrenables que acá estamos para aprender.
Como los pecados capitales, cada uno de los maridos observados asume un rasgo a limar: el malhumorado, el hippie (sic, por desordenado y sucio), el soberbio, el mujeriego, el nene de mamá, el optimista (se ríe todo el tiempo), el eterno adolescente y el machista (atrasa 50 años). Detrás de estos muchachos en el fondo buenos que se portan mal, hay una conducta marcada por micromachismos, algunos más sutiles y otros de franca violencia simbólica y psicológica. Sin embargo, casi más anticuado es el rol de sus mujeres que aparecen solo como esposas y madres, sin otra preocupación que revolotear con hinchapelotismo ancestral alrededor de su hombre. “Escuela para maridos” es un muy bien logrado entretenimiento con un claro sentido de la oportunidad. Para las mujeres, una galería de buenas razones para no casarse.
por Leni González
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