★★★1/2 No cabe duda de que Pablo Trapero, uno de los pocos verdaderos autores de cine en la Argentina, era la persona indicada para contar la historia del clan Puccio. Las películas del realizador son (salvo “Mundo Grúa”, una de las mayores obras maestras del cine contemporáneo), viajes donde un personaje que ya lleva en sí algo diabólico en ciernes hace su recorrido por el Infierno; y como sabemos, del Infierno no se sale. Aquí es Alex (Peter Lanzani) y su guía es su padre Arquímedes (Guillermo Francella), quien hace honor a aquello de que el mejor truco del diablo es fingir que no existe. Se nota en la factura del film que Trapero quiere mucho a su historia, que le interesa hasta lo mínimo y que le ha costado mucho dejar algo afuera. Que la pelea entre la construcción fría del relato cinematográfico en busca de máxima efectividad emotiva y la necesidad de reflejar todos los costados posibles de un mundo se ha resuelto en un empate. Por eso secuencias incluso brillantes como las de los dos primeros secuestros o del asesinato de Naum se sienten también algo frías. Si la película es la tensión entre un punto de vista humano pero corruptible (Alex) y otro inhumano y absolutamente corruptor (Arquímedes), domina el segundo. Nunca pierde el interés, Francella realmente hace un gran trabajo y la última media hora es cine en estado puro. Pero don Puccio ha metido la cola y esterilizado parte de la emoción.
por Leonardo D’Espósito
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