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MUNDO | 15-08-2015 05:50

Donald Trump, el millonario indigente

El alarmante rédito que le da al magnate de la construcción, en las encuestas, proponer barbaridades xenófobas. La contrademagogia de Obama.

Donald Trump es tan pobre, que sólo tiene dinero. Miles de millones amasados en la construcción de ostentosos rascacielos que no lo elevan de la miseria moral, ni lo cubren de la intemperie ética y ni lo rescatan de la indigencia intelectual que padece.

Todas esas carencias mostró el puñado de días en los que, se supone, tenía que mostrar su mayor capital para aspirar a una temporada en la mansión de la Avenida Pensilvania al 1600. Pero al único capital que tiene ya lo había mostrado, poniendo gigantescos retratos suyos en los edificios exclusivísimos que construye.

Sólo eso. Apenas eso. Lo demás carece de valor humano, profesional y político. Durante días habitó las pantallas de televisión insultando burdamente a los hispanos y estigmatizando especialmente a los mexicanos.

Con ese jopo forzado con cabellos llevados hasta la frente desde bastante atrás, ensaya caras serias y gestos de gravedad, mientras dispara frases y argumentos tan absurdos como agraviantes. El jopo contradice la seriedad que quiere transmitir su seño fruncido y el tono elegido para decir las cosas.

Donald Trump lanzó su campaña insultando países y comunidades. El racismo y la xenofobia se asomaron. Estaban mal camuflados en un discurso negligente. Apostó a la demagogia ultraconservadora, pero haciendo un cálculo en un espacio político que lleva años bajo la gravitación de una dirigencia extremista.

Trump salió a correr por derecha a derechistas duros, aunque más sensatos, para quitarles el electorado que prefiere la exacerbación a la reflexión serena. Y con excepción de Jeb Bush, casado con una mexicana, la mayoría de los moderados se quedaron calladitos.

Cometió torpezas sexistas, como decir a una periodista que lo inquirió agudamente, que estaba histérica porque “tenía la menstruación”. Parece estar calculando las dimensiones del electorado ultraconservador. Lo grave sería que tenga, en ese cálculo, el mismo nivel de acierto que suele tener cuando calcula la rentabilidad de sus emprendimientos. Más preocupante que las barbaridades que dice y hace el magnate inmobiliario, es que haya una cantidad importante de norteamericanos dispuestos a consumir la demagogia que hace de las minorías étnicas, culturales y raciales, el chivo expiatorio de las incertidumbres y los miedos de este tiempo plagado de acechanzas.

De todas las barbaridades que generaron estupor afuera del Partido Republicano, pero silencio adentro, hubo una que debió provocar un estallido, como si hubiera pisado una mina: menospreció a John McCain y se refirió casi en tono de burla a su paso por la guerra de Vietnam.

El viejo senador por Arizona nunca ostentó públicamente la Estrella de Plata, ni la Legión de Mérito, ni la Cruz por Servicio Distinguido, ni el Corazón Púrpura, ni la Estrella de Bronce con que fue condecorado por su valor y sus proezas en combate. Pero un brazo torcido es la condecoración de guerra que no puede ocultar.

La ganó piloteando su Douglas A-4 Skyhawk, derribado por el fuego antiaéreo sobre el cielo de Hanoi. Alcanzó a eyectarse y calló en el Lago del Bambú Blanco, que está en la capital de la entonces Vietnam del Norte. Pasó cinco años en un campo de prisioneros y, cuando lo liberaron mediante un canje de prisioneros acordado por los generales William Westmoreland y Vanguyen Giap, quiso regresar a su celda ni bien se enteró que con él no salían todos los marines allí aprisionados.

Los norteamericanos tienen un respeto muy grande por sus héroes de guerra. Y McCain fortaleció ese respeto, actuando siempre como un serio y honorable miembro del Congreso. Burlarse de John McCain es una señal inequívoca de estupidez y banalidad que podría derrumbar la reputación de cualquiera. Sin embargo, las encuestas muestran que Trump sigue en pie y con posibilidades de acceder a la postulación presidencial.

Para muchos, algo inexplicable. Ni siquiera lleva ese mérito tan apreciado por los estadounidenses, de ser un “self made man”, esos emprendedores que amasan fortunas partiendo de cero. Tampoco es el empresario de la tradición de Thomas Edison, cuyo talento innovador enriqueció la ciencia y la tecnología, ni un visionario que revolucionó la economía como Henry Ford, ni un exponente de esa nueva camada de genios millonarios que, como Bill Gates y Steve Job, llevaron la informática e internet hasta límites insospechados.

Donald Trump es un heredero que supo acrecentar lo que ya era una empresa considerable. Y ahora es un exponente de esa clase de demagogia que busca activar el miedo al diferente y otros costados peligrosos de la gente.

Mientras los republicanos muestran que pueden engendrar liderazgos despreciables, porque llevan años bajo la gravitación del extremismo que representa el Tea Party y su demagogia xenófoba y ultraconservadora, el presidente demócrata marchó a contramano de esas exaltaciones al dar dos mensajes contrademagógicos.

La primera muestra de contrademagogia fue un discurso en el que le dio al calentamiento global centralidad absoluta como problemática a resolver con urgencia. Y las medidas que anunció al respecto pueden, en lo inmediato, aumentar los costos de la energía eléctrica para los ciudadanos norteamericanos.

El hecho de que el plan de saneamiento ambiental contra el calentamiento global implique la reducción de las centrales que generan energía en base a carbón, podría también tener como consecuencia el desempleo en esa área. Precisamente por eso fue un discurso contrademagógico. Una política que, acertada o no, se hizo pensando en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones, como corresponde a los estadistas según la definición de Bernard Shaw.

Barak Obama también hizo contrademagogia al hablar sobre la repetición de un episodio trágico. En un cine del Estado de Luisiana, un lunático sacó un arma y comenzó a disparar hacia todos lados durante la proyección de la película “Trainwreck”. El suceso, que dejó tres muertos incluido el atacante, repitió lo ocurrido poco antes en el cine de Denver donde se estrenaba la última película de “Batman”, con una docena de muertos como saldo.

El presidente recurrió a las estadísticas para afirmar que, desde el 11-S, que marcó el trágico debut del terrorismo externo adentro del país, los ataques de terroristas han dejado menos muertos que los sucesos relacionados con el fácil acceso a todo tipo de armas.

Por tradición y por historia, en Estados Unidos predomina la aprobación a la tenencia de armas, por eso en todas las pulseadas contra el desarmamentismo se impone la Sociedad Nacional del Rifle.

Lo que dijo Obama fue a contramano de la opinión pública. Y lo explicó como una tara de la sociedad. De tal modo, en el mismo puñado de días, el presidente se situó en las antípodas de la demagogia que lleva tiempo exudando el Partido Republicano, y que ahora tiene como abanderado al Donald Trump, un demagogo tan pobre que sólo tiene dinero.

por Claudio Fantini

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