"Veo que estás de DJ set en DJ set”, le dijo alguien. Y ella, lo que se dice una “trendsetter” a la que le replican hasta las poses de las selfies en Instagram para conseguir más corazoncitos, se echó el pelo para el costado y respondió, mostrando sus blanquísimos dientes: “Viste cómo es esta época en el Este, hay que aprovecharla al máximo”. Exprimir la naranja de los eventos hasta que no haya más jugo. De eso trabajan las “It Girls”. Tienen “ESO”. Ese no se qué en mayúsculas. Esa atracción magnética. Todos las quieren en sus eventos, aunque vayan sólo por tres minutos a hacerse la foto en el “banner”. Las marcas deliran por estar asociadas a sus nombres y, lo más importante, pagan varios ceros para ello.
El sol caía. Un chef que parecía vestido de Kill Bill, con bandana incluida, hachaba, rabioso, un pescado que en instantes iba a ser servido en tablitas de madera, e iba a ser comido con público alrededor. Sentada a la larga mesa, cercada por una valla que separaba al resto de los mortales hambrientos con la idea de pertenecer, estaba otra socialité, una cruza de Charlotte Casiraghi y Jane Birkin, que tomó un trago del porrón de la cerveza de edición limitada, frunció el entrecejo y lanzó: “Para el próximo 'sunset', estreno mi nueva colección cápsula”. Cerca, muy cerca, pasaba Concepción, enfundada con un tocado de plumas tipo indio cheroqui con el que confirmaba que era la más internacional en el ecosistema del jetset del Río de la Plata. De las pocas que podía llevar con el mentón en alto tendencias que afuera sólo impone gente como la top Cara Delevingne. “Sólo faltaste vos a mi fiesta”, le recriminó un periodista, que la agarró del brazo para frenar su paso, luego sonrió de costado, se sacó una foto con ella desplegando su plumaje blogger, y la instagrameó.
DJs, modelos, hijas o nietas de, bloggers, “fashion producers” o simplemente socialités. Ellas no saben del todo a qué quieren dedicarse –lo cierto es que en verdad no importa–, pero todas quieren detentar ESO. Eso que tenía Clara Bow en el film de 1927, titulado “It”, y de donde surge el término, cuya invención se le adjudica a Elinor Glyn, autora del artículo que inspiró la cinta. Cuando la expresión surgió, se refería también al encantamiento de la personalidad, no sólo a la imagen atractiva en la que invierten los “brand managers” de marketing.
Las “It girls” que nos merecemos sí tienen muy en claro cómo mover la rueda de sus millones de seguidores en las redes sociales en general, y en Instagram en particular, como si fueran entrepreneurs que cotizan en bolsa. Al son de menciones de ropa y diseñadores, selfies geolocalizadas en los hoteles en los que son invitadas, fotos de vientres ultrachatos para agradecer atenciones en centros de estética que la mayoría de las veces ni usan, y planos publicitarios con los que consiguen miles y miles de likes redituables, las chicas que tienen “ESO” se transforman en el espejo aspiracional de cualquier chica que sueña con eso de trabajar mientras se está de vacaciones.
Al mando de las bandejas, y sin saber muy bien cómo enganchar un tema con otro –no hacía más que disparar temas de un I-Pad– la DJ arengaba al público con sus enormes auriculares blancos. Al instante se le subió a la tarima Concepción, que le corrió el retorno de la oreja, y le dijo, acomodándose el tocado plumífero: “Sabé que el setlist que estás mandando atrasa dos años, mínimo”. La DJ frunció la boca, y mientras le daba “play” a un “remixe” de una canción de Amy Winehouse, le respondió: “Eso será en Europa, tal vez. Pero la gente que se divierte con mi música por ahí no puede sacar pasajes en primera como vos”. “Ahora me vas a decir que el público que está acá en Punta no es pudiente. Si vos también vivís de ellos. Pura pose, lo tuyo”, le respondió la “It girl” rebelde. Pero al instante, y lejos de sentirse ofendida, la chica de las bandejas le dijo: “Antes de pelear en serio y que estemos impresentables, hagámonos una selfie”.
*Periodista, escritora.
por Karina Noriega*
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