El éxito de una campaña depende del candidato, de una buena estrategia y de que existan equipos capacitados que la conduzcan. Fracasan cuando son dirigidas por genios individualistas, conflictivos, que se creen dueños de la verdad, más preocupados por su ego que por el éxito colectivo. El PRO triunfó el año pasado gracias al esfuerzo de muchas personas que trabajaron usando las herramientas más modernas, muchos de ellos integrados en un equipo amplio, de hombres y mujeres, la mayoría de ellos jóvenes, preparados, estudiosos, auténticamente ilusionados con una Argentina mejor. El gran armador y animador de esa maquinaria fue Marcos Peña.
Conocí a Marcos hace diez años y lo vi prepararse y crecer hasta convertirse en un exponente de lo que será la nueva política en América latina. Todo su entorno lo respeta y lo estima porque lo conoce como un trabajador incansable, honesto, estudioso, dedicado por entero a luchar por sus ideas. Con el correr del tiempo formamos con él y otros un equipo que fue responsable de mucho de lo que ocurrió en la última campaña presidencial. Desde el primer momento tuvimos una sintonía total. Marcos es moderno, con enorme sensibilidad social, cree en una política sin rencores, sin mentiras, no busca destruir a nadie. Nunca nos reunimos a organizar campañas de calumnias y de insultos como las propias de los políticos arcaicos. Marcos mantuvo el sentido del humor incluso en los momentos más duros, estimuló a la gente, trató de que se superen los conflictos inevitables en una tarea tan llena de tensiones. En las muchas campañas en que participé, no tuve otra experiencia tan gratificante como la que viví con este equipo optimista, entusiasmado, del que aprendí tanto.
Algunos creen que para triunfar se necesita mentir, calumniar, hacer campañas sucias, proclamar que los albañales están llenos de basura. Suponen que quienes se obsesionan con la idea de construir están destinados al fracaso. El triunfo del PRO en al país, la ciudad y la provincia demostró que esto no es así. Se pueden cambiar nuestros países con el aporte de jóvenes que no vivieron la Guerra Fría, el fanatismo del siglo pasado, la guerra fratricida que enfrentó a unos latinoamericanos contra otros. Con los ojos puestos en el futuro, son capaces de construir un mundo con valores más profundos, superando a quienes se dedican a rumiar las desgracias del pasado. Marcos es un claro ejemplo de esa nueva generación de políticos que cambiará nuestros países.
* Consultor del PRO.
por Jaime Durán Barba*
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