Estudiantes universitarios y profesionales. Jóvenes con ambiciones y con el dinero suficiente para pagar entradas que superan los 800 pesos. El perfil de las víctimas de la fiesta electrónica Time Warp poco tiene que ver con el estereotipo que asocia la marginalidad y la pobreza con las adicciones. Son los chicos de la clase media y alta de la Argentina que desafían a la muerte sin miedo y que eligen las drogas sintéticas para vivir experiencias que los alejen de la rutina.
“Lo único que quiero es estar en la Time Warp con la mente en Plutón”, había tuiteado la novia de una de las víctimas fatales horas antes de que empiece la fiesta. Su frase sintetiza lo que explican la mayoría de los especialistas: que para estos jóvenes, cargados de responsabilidades y proyectos, consumir alguna sustancia puede significar una especie de “recreo” de las obligaciones.
El sociólogo y ex subsecretario del SEDRONAR, Ignacio O'Donnell, explica que el consumo de drogas nada tiene que ver con la clase social, aunque sí hay diferencias en cuanto a las motivaciones. “Para el pibe de la villa, que se cría en frente de una cloaca y no tiene trabajo ni espacios de esparcimiento, el porro es una forma de diversión y de enfrentar la realidad. Pero el pibe de la clase alta también es vulnerable, desde otro lugar. Se le baja un mensaje que tiene que ver con la hipercompetencia, con la necesidad de tener una carrera, un mejor trabajo y un auto de lujo como únicos mecanismos para conseguir la felicidad. Para él, las drogas también son un descanso de esas exigencias”.
Electrónica y masiva. Las fiestas electrónicas aparecieron en la Argentina, a principios de los '90, como espacios exclusivos y de elite. Sin embargo, con el tiempo se volvieron cada vez más populares. La primera edición nacional de Cramfields se realizó en el 2001 y tuvo una concurrencia de 18 mil personas. Sólo tres años después, ese número había aumentado a 55 mil. Desde un principio, en Europa y en Argentina, estas fiestas se asociaron al consumo de drogas de síntesis.
“El consumo de estas drogas ya no es exclusivo de la electrónica pero siempre se asoció un estilo de música con alguna sustancia, como a los Beatles con la marihuana o el LCD o el tango con la cocaína”, apunta Carlos Damin, jefe de Toxicología del Hospital Fernández. “Las drogas de síntesis, especialmente el éxtasis, son estimulantes del sistema nervioso y provocan un efecto de euforia y resistencia que le permite a los consumidores bailar y saltar por muchísimas horas”, agrega.
Según la socióloga Ana Clara Camarotti, que publicó el trabajo “Música electrónica, escenarios y consumo de éxtasis” en el que se entrevistó a jóvenes que asisten regularmente a estas fiestas, la principal motivación que los llevan a probar éxtasis “es la curiosidad, luego las ganas de experimentar, querer divertirse, la necesidad de aguantar mucho tiempo y, en último lugar, el hecho de que su grupo de amigos ya lo hizo”. En el estudio se subraya que existe una “asociación entre este tipo de consumo y el carácter lúdico que lo caracteriza”.
Estos jóvenes trabajan, estudian, tienen proyectos, familias y amigos que los contienen pero, según los expertos, no siempre alcanza con una buena educación y con la información. Ana Lía Kornblit, doctora en antropología y especialista en salud y adicciones, explica que hay un cambio de visión de mundo. “Ahora lo que importa es pasarla bien, exagerando las percepciones sensoriales, conectándose con uno mismo. En estas fiestas, todos hablan pero están todos desconectados entre sí. Creo que los adultos no pudimos mostrar algo diferente”, afirma.
Esparcimiento. El estudio de Camarotti revela que “un parámetro común en este tipo de usuarios tiene un consumo ocasional y más controlado”. La idea de poder manejar el consumo de pastillas y de tomarlas sólo en forma recreativa y, de vez en cuando, aparece como una de las constantes en el discurso de esta generación. En este sentido, Damin explica: “Es muy raro que estas pastillas generen dependencia porque la gente no las consume todos los días. Por eso las llamamos sustancias recreativas, porque se usan en determinadas circunstancias y no vuelven a tomarse hasta que no se repiten esas circunstancias. El problema es que, como son un derivado de las anfetaminas tienen efectos a nivel cardíaco y arterial que, dependiendo del organismo y del entorno, pueden llevar al usuario a un cuadro grave o letal”.
Esta característica, quizás, marca una gran diferencia respecto del consumidor tradicional de otras drogas más adictivas cuya vida personal y social se va deteriorando a medida que avanza la ingesta de tóxicos. En el caso de las drogas sintéticas, los jóvenes pueden continuar con sus actividades sin que, por ejemplo, su familia pueda detectar el consumo.
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