Entre tantas cosas terriblemente ciertas, Maquiavelo explicó que todos los profetas que lideraron ejércitos triunfaron, y los que no tuvieron ejércitos murieron en la derrota. No se refiere a la derrota de la religión que fundaron, sino a que murieron en soledad y sin haber visto en vida la victoria de la fe que predicaron.
Más terrible aún es otra evidencia: ninguna religión, sea de profetas armados o de los desarmados, logró lo que sería el leitmotiv de una religión: mejorar el ser humano haciéndolo más generoso y dispuesto a velar por los otros negándose a herir o matar por odio, codicia o celos.
Si la religión hubiera logrado lo que más la justifica, dotar de bondad a la especie humana, las guerras no seguirían ensangrentando el trayecto de la humanidad a lo largo de la historia. Ninguna de las grandes religiones hizo de sus fieles personas mejores. Sin ellas, habría gente mala y buena en las mismas proporciones que con ellas.
Ningún líder religioso se ha planteado por qué todas las religiones fracasaron en expandir la bondad, el amor, la compasión y la solidaridad. También fracasaron las ideologías que anunciaron “el hombre nuevo”. Lo cual es lógico porque las ideologías son convicciones absolutas, como las religiones teístas, y procuran con sus dogmas seculares lo que también procura la religión con sus dogmas teológicos: establecer un orden, con jerarquías y reglas
.León XIV inició su papado proclamando “guerras nunca más”, algo que difícilmente pueda lograrse, precisamente, por ese lado oscuro de la condición humana que ni las religiones ni las ideologías lograron erradicar acrecentando la bondad y la valoración de la vida de los otros. Para que acaben las guerras actuales y no estallen nuevas guerras, las religiones deberían lograr lo que no han podido: un ser humano mejor.
Lo que sí puede reclamar, y lo hizo, es que cese el fuego en la Franja de Gaza, donde las principales víctimas son el pueblo gazatí y los rehenes israelíes, y que acabe el conflicto que inició Rusia al invadir Ucrania. Dos guerras que eclipsan muchas otras, entre las cuales sobresale la de Sudán, entre las Fuerzas Armadas comandadas por el general Abdelfatah al Burhan y la milicia mercenaria Fuerza de Apoyo Rápido que lidera Mohamed Dagalo.
Otro conflicto, incluso potencialmente más catastrófico que el sudanés, salió al encuentro de Robert Prevost ni bien se convirtió en León XIV: el que han mantenido desde sus nacimientos como estados independientes India y Pakistán.
Al nuevo Papa lo recibió el intercambio de bombardeos entre ambas potencias nucleares. Dos países que nacieron odiándose, entre otras cosas, por los malos trazados fronterizos que dejó el Imperio Británico. La frontera que trazó en sólo cinco días de trabajo Cyril Radcliffe, en 1947, tenía suficientes defectos por desconocimiento del área como para dejar mechas encendidas en distintos puntos donde estallarían nuevas guerras, sobre todo en Cachemira, la región con población musulmana que un marajá hindú hizo dejar dentro del mapa de la India.
En 1965, ese territorio fue escenario de la segunda guerra entre indios y paquistaníes. La tercera estalló seis años más tarde, cuando Indira Gandhi apoyó la rebelión separatista en el hasta entonces llamado Pakistán Oriental y, tras ese conflicto victorioso para India, pasó a ser un estado musulmán independiente: Bangladesh.
En el último año del siglo 20, la cuarta guerra se libró en Kargil, un disputado distrito del Himalaya.
No es sólo británica la responsabilidad por la era de conflictos iniciada en 1947. Los líderes independentistas, el indio Jawargharlal Nerhu y el musulmán Mohamad Alí Jinna, no supieron domar los odios entre las religiones que profesan sus pueblos, el hinduismo y el Islam, y apostaron a expandir sus territorios azuzando peligrosos nacionalismos religiosos.
A eso se sumó que, Narendra Modi, actual líder de la India y del partido del nacionalismo religioso, hizo eliminar el artículo 370 de la Constitución del 2019, poniendo fin a la autonomía en Jamú y Cachemira.
Los odios entre India y Pakistán cobraron víctimas en sus propias dirigencias. Mahatma Gandhi fue asesinado por un fundamentalista hindú, mientras que otro de los padres de la independencia pakistaní, Zulfikar Alí Bhutto, fue ejecutado por el régimen del general Mohamad Zia Ul-Haq, quien lo había derrocado. También su hija Benazir, dos veces primer ministra, fue asesinada en el 2007, cuando regresó a Karachi del exilio. Y en India habría otros magnicidios vinculados a los odios políticos y religiosos: Indira Gandhi y más tarde su hijo, el primer ministro Rajiv Gandhi.
A esos odios internos, India y Pakistán suman el que se profesan desde el nacimiento, ya que se convirtieron en repúblicas con sus respectivos ejércitos teniéndose como principal hipótesis de conflicto.
En abril, una masacre en la Cachemira india inició la escalada con la que se encontró Prevost al sentarse en el Trono de Pedro. A pesar de que Islamabad negó tener relación con el atentado y ofreció una investigación conjunta, Nueva Delhi tomó una medida drástica: suspendió el Tratado sobre las Aguas del río Indo firmado en 1960, y cerró compuertas de represas cortando el flujo a Pakistán, además de lanzar misiles sobre supuestas bases terroristas en la Cachemira paquistaní y en la porción del Punjab que está bajo control de Pakistán.
Esta escala tiene un marco geopolítico mayor: el apoyo norteamericano a India y de China a Pakistán.
India acusa a Pakistán de apoyar a grupos terroristas como Lashkar el Toiba y Jaish e-Mohammed, mientras que Pakistán acusa a India de apoyar a terroristas anti-pakistaníes como el Ejército de Liberación de Baluchistán y el Tahreek e-Talibán.
La escalada de ataques mutuos que comenzó con el atentado de abril y la Operación Sindoor con que respondió India, recibieron al nuevo Papa.
A esas horas también volaban misiles houtíes hacia Israel y caían en Yemen misiles norteamericanos lanzados desde el Mar Rojo, mientras China acrecentaba ejercicios aéreos y navales cada vez más amenazantes para Taiwán y Dimitri Medvedev volvía a amenazar a Europa con los misiles nucleares rusos.
De ese modo recibió el lado oscuro de la condición humana al sacerdote humanista que inició su pontificado reclamando el fin de las guerras.
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