Tuesday 17 de June, 2025

MUNDO | 20-05-2025 06:59

La lección de Pepe Mujica

Mujica pasó de guerrillero tupamaro a líder democrático, y su legado ético interpela a toda América Latina.

Durante más de una década, José “Pepe” Mujica vivió un encierro extremo que pocos podrían soportar. Desde 1973 y durante doce años, fue uno de los nueve “rehenes” de la dictadura uruguaya. Pesos políticos del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros a los que los militares decidieron quebrar física y mentalmente.

Su historia fue retratada en la película “La noche de 12 años” (2018), dirigida por Álvaro Brechner, donde se muestra la tortura psicológica a la que fue sometido junto a sus compañeros Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro. “Como no podemos matarlos, vamos a volverlos locos”, fue la consigna del régimen. Mujica no se volvió loco. Salió transformado.

"Nos trataban como animales, pero no lograron quitarnos la dignidad. Fue entonces cuando me di cuenta de que la libertad no es solo un estado físico, sino un estado mental", reza otra de sus repetidas frases. "Durante años, solo podíamos comunicarnos tecleando código morse en las paredes de nuestras celdas", recordó en otra entrevista.

Aquel periodo, lejos de dejar en él una sed de venganza, fue el origen de una filosofía humanista. En lugar de repetir los patrones de odio, Mujica eligió construir desde la reconciliación. “No soy adicto a mirar atrás”, dijo alguna vez, resumiendo en una frase el modo en que convirtió la experiencia del calabozo en una doctrina de vida simple, austera y compasiva. Nunca se volvió un nostálgico de la lucha armada ni un replicador de lógicas militaristas. Fue un sobreviviente que optó por la política democrática, por la negociación y por el servicio.

Pepe Mujica

Liberado en 1985 tras la recuperación de la democracia en Uruguay, Mujica se reintegró al sistema institucional como dirigente del Frente Amplio. Fue diputado, senador, ministro de Ganadería y finalmente presidente de la República entre 2010 y 2015. En ese recorrido abandonó definitivamente la vía revolucionaria, pero no sus convicciones sociales. Gobernó sin ostentación, donando la mayor parte de su sueldo y viviendo en su chacra junto a su esposa, Lucía Topolansky.

“La noche de 12 años” retrata con crudeza los años que moldearon ese carácter. El actor Antonio de la Torre encarnó a un Mujica joven, marcado por la resistencia y la fragilidad, mostrando cómo el encierro destruye, pero también reconvierte. La película reconocida en festivales internacionales, de la que también participa El Chino Darín, no es solo una denuncia de los crímenes de la dictadura, sino una lección sobre la resiliencia humana y la capacidad de reinventarse.

Democrático

A diferencia de otros exguerrilleros latinoamericanos que conservaron discursos de trinchera y derivas autoritarias, Mujica fue un componedor. Supo tejer acuerdos, escuchar al adversario y asumir errores. Y abrazar la democracia. Su paso por la presidencia estuvo marcado por leyes progresistas (la legalización del cannabis, el aborto y el matrimonio igualitario), pero también por un estilo de liderazgo atípico: sin marketing, basado en la palabra y el ejemplo. En una América Latina frecuentemente sacudida por escándalos de corrupción, ambiciones desmedidas y liderazgos narcisistas, la figura de José “Pepe” Mujica se erigió como un contrapunto.

Pepe Mujica

Desde su modesta chacra en las afueras de Montevideo —que nunca abandonó, ni siquiera durante su mandato presidencial— Mujica ensayó una forma de liderazgo a contramarcha con la media global: austero sin ser demagógico, radical sin ser sectario, y ético en sus gestos más cotidianos. Donó casi el 90 % de su sueldo como presidente y pidió que no le pidieran más nada cuando, en sus últimos días, eligió la intimidad del retiro.

Legado

Su historia de vida —exguerrillero, preso político, “rehén” de la dictadura uruguaya durante más de una década, fugado de la cárcel, sobreviviente de torturas, lector empedernido, autodidacta, agricultor, presidente— contiene todos los elementos de una épica latinoamericana.

Pero Mujica jamás la usó para victimizarse ni edificar un culto a la personalidad. Fue, en cambio, un líder con conciencia de sus límites y la inteligencia para retirarse a tiempo. “Me estoy muriendo. El guerrero tiene derecho a su descanso”, dijo en enero de este año. Ni mártir ni héroe. Solo un viejo loco con “la magia de la palabra”, como se definió con orgullo.

Pepe Mujica

Hoy que se acumulan los líderes que no saben retirarse, que apelan al mesianismo y a la polarización como única forma de sostenerse, la muerte de Mujica recuerda algo elemental: se puede vivir con poco y dar mucho. Quizás por eso, pese a sus contradicciones y errores —como el sinuoso manejo del pasado dictatorial o el nombramiento de Guido Manini Ríos al frente del Ejército—, el pueblo uruguayo lo recordará con afecto genuino.

Pepe Mujica no fue un político perfecto, pero fue un ejemplo persistente de integridad. Y en tiempos donde sobran los que se aferran “al pastel” (referencia que el ex presidente le dedicó a Cristina Kirchner en 2024 sobre su incapacidad para dar un paso al costado en favor de nuevas generaciones), él eligió soltar. Esa lección, silenciosa, vital e incorruptible, vale más que mil discursos y promesas de grandeza.

Galería de imágenes

En esta Nota

Maximiliano Sardi

Maximiliano Sardi

Editor de Internacionales.

Comentarios