Tuesday 17 de June, 2025

MUNDO | 18-05-2025 08:00

León XIV y el desafío de unir a una Iglesia partida

León XIV hereda una Iglesia fracturada entre conservadores y progresistas. Su desafío será unir sin retroceder en las reformas de Francisco.

Cuando el humo blanco anunció al nuevo papa, muchos ojos en se dirigieron al balcón de la Basílica de San Pedro con una mezcla de asombro, expectativa y cálculo político. El elegido, el cardenal Robert Francis Prevost, ahora Papa León XIV, es un estadounidense que se percibe peruano, americano como Francisco y heredero de su legado, promotor de cambios pero garante también de que no llevará la Iglesia a un cisma.

Vestido con la tradicional mozzetta roja y entonando el Regina Caeli, su primera aparición pública contrastó deliberadamente con la austeridad simbólica que caracterizó a su predecesor, Francisco, en 2013. Para sectores conservadores del catolicismo norteamericano, que durante una década vilipendiaron al papa argentino, aquella imagen fue un bálsamo visual. Pero ¿será también un cambio de rumbo?

La pregunta no es menor. Porque, más allá de los signos exteriores, lo que está en juego con León XIV no es tanto la continuidad o ruptura estética, sino si podrá, o querrá, cerrar la brecha que el propio pontificado de Francisco dejó expuesta: una grieta latente entre un catolicismo norteamericano aferrado a principios doctrinales inmutables —representado por figuras como el vice estadounidense JD Vance, el activista judicial Leonard Leo o el ideólogo ultraconservador Steve Bannon— y una Iglesia global que, con Francisco, buscó aggiornarse al drama social de la época: los migrantes, los pobres, la desigualdad.

León XIV, dicen quienes lo conocen, no es un reaccionario. Aunque valora ciertos símbolos tradicionales, no puede ser clasificado como un “tradicionalista”. “No buscará ofender innecesariamente a la derecha estadounidense como a veces lo hacía Francisco, pero tampoco cederá en sus compromisos fundamentales con los más vulnerables”, analiza la teóloga Cathleen Kaveny, de Boston College.

La clave está en el tono: si Francisco fue un pastor carismático e impredecible, León será un Papa institucional, formado en derecho canónico, con una mirada más técnica y menos confrontativa. Pero eso no lo hace más débil.

Antes de llegar al Vaticano, León sirvió durante nueve años como obispo en Chiclayo, una de las diócesis más empobrecidas del Perú. Y luego lideró la Orden de San Agustín desde Roma. Quienes lo vieron actuar en esos espacios destacan su temple: su amabilidad es real, pero no ingenua. Tiene, dicen, una columna vertebral firme, y no se dejará arrastrar fácilmente por las fuerzas centrífugas de los intereses eclesiásticos o geopolíticos.

El problema es que, como advirtió Christopher White, corresponsal del National Catholic Reporter, León conoce de primera mano “las líneas de falla” del catolicismo estadounidense. Ya no es un pontífice que pueda ser acusado de ignorar la idiosincrasia de los fieles del norte global, como le ocurría a Francisco, a quien muchos tachaban de “marxista” por sus críticas al capitalismo salvaje. León es, por nacionalidad y formación, uno de ellos. Pero no necesariamente compartirá su agenda.

La elección de un papa estadounidense rompe con una regla tácita del equilibrio global: la idea de que la mayor potencia del mundo no podía también liderar la Iglesia universal. Pero en tiempos de crisis —una segunda presidencia de Donald Trump, una sociedad polarizada, una Iglesia herida—, esa regla quedó obsoleta. Massimo Faggioli, historiador eclesiástico, sostiene que “todo este desorden ha hecho que la idea de un papa norteamericano se vuelva aceptable”. Ya no se trata del poder imperial del siglo XX, sino de una cultura en crisis que busca una voz con legitimidad interna.

Steve Bannon, sin embargo, interpreta la elección de León como una jugada cínica. En su visión, el nuevo pontífice es una marioneta del “globalismo woke”, un continuador del “radicalismo” de Bergoglio pero con pasaporte estadounidense, ideal para atraer donaciones sin ceder en valores progresistas. “La Iglesia necesita liquidez —afirma Bannon— y busca el dinero americano sin el peso de los valores tradicionalmente católicos”. Su acusación no es ingenua: apunta al eje del conflicto entre la fe y el poder económico, y expone cómo la derecha religiosa entiende el papado en clave instrumental.

El desafío real de León XIV será navegar ese campo minado. Si intenta satisfacer a los sectores conservadores sólo por identidad nacional, traicionará la dirección pastoral de Francisco. Si los confronta abiertamente, se arriesga a profundizar el cisma. Su habilidad consistirá en traducir los principios del pontificado anterior —opción por los pobres, apertura sin ruptura, descentralización sin caos— en políticas que no puedan ser descartadas como “antiamericanas”.

Hay, sin embargo, límites claros. En temas como el rol de la mujer, la bioética o la identidad de género, es poco probable que León avance con la audacia que muchos sectores progresistas desearían. Su perfil canonista y su cercanía con el aparato romano lo vuelven más prudente en esas áreas. Pero esa misma condición podría convertirlo en un ejecutor eficiente de cambios estructurales que Francisco sólo vislumbró, como la transparencia financiera, la reforma administrativa del Vaticano o una política migratoria global coherente con la doctrina social.

Finalmente, su juventud relativa (es más joven que Francisco al momento de su elección) le da una ventaja clave: el tiempo. A diferencia del Papa argentino, que llegó con la sensación de urgencia, León tiene margen para consolidar, sin apuro, una agenda de continuidad serena y eficaz. Y si logra superar el ruido de fondo del catolicismo nacionalista norteamericano, podría convertirse en el puente necesario entre una Iglesia universal en tensión y un mundo cada vez más escéptico ante las jerarquías religiosas.

No será un pontificado de rupturas dramáticas, pero podría ser, si León elige ese camino, el de una estabilización silenciosa que salve la unidad sin rendir principios. En una época de polarización permanente, eso ya sería un milagro.

por R.N.

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