Los generales rusos parecen no haber leído El Libro de Los Cinco Anillos”, en el que Miyamoto Musashi explicó en el siglo XVII como trasladar las técnicas de las artes marciales a los campos de batalla de Japón. Tampoco parecen inspirados por las brillantes jugadas que describió Sun Tzú en El Arte de la Guerra.
Desde un principio han dejado de lado la inteligencia táctica y estratégica para valerse exclusivamente de la abrumadora superioridad numérica en tropas y arsenales. El ingenio y la astucia siempre se vieron en el lado ucraniano. La Operación Telaraña fue el último golpe maestro del ejército de Ucrania. La respuesta del humillado Vladimir Putin fueron masivos bombardeos a grandes urbes, que habrían avergonzado a próceres rusos de la estrategia, como el príncipe Potemkin y el mariscal Zhukov.
También sorprende por su pobreza táctica y estratégica la guerra entre Donald Trump y Elon Musk. Lejos de las jugadas maquiavélicas que tejen los políticos que ganan poder y lo sostienen mediante el arte de la intriga y la conspiración, los dos ultraconservadores que se unieron para sacar a los demócratas de la Casa Blanca convirtieron el escenario político en “La guerra de los Rose”. La película de Danny DeVito en la que los personajes de Michael Douglas y Kathleen Turner rompían su matrimonio con una pelea catastrófica.
En Estados Unidos las diferencias entre los presidentes y sus altos funcionarios se tramitan de manera discreta. Trump rompió esa regla en su primer mandato, donde parecía disfrutar gritando “you are fired” como cuando conducía su reallity show. Así echó a varios altos funcionarios, entre ellos John Bolton, el consejero de Seguridad Nacional que se fue acusándolo de traicionar los intereses geopolíticos del país al romper sus alianzas estratégicas. La diferencia entre aquellas peleas y ésta, es que Musk fue una parte sustancial de lo que votaron los norteamericanos en la última elección presidencial.
La regla es que los partidos “venden” al electorado el tándem de la fórmula. Se supone que la persona más representativa de la propuesta, después del candidato a presidente, es quien se postula para vicepresidente. Esa regla tuvo una excepción en el último proceso electoral, porque el tándem que los conservadores “compraron” no era Trump-Vance, sino Trump-Musk.
J.D. Vance no aportó a la campaña trumpísta la energía que aportó Elon Musk. Es el hombre más rico del mundo, propietario de empresas tan visibles como la red social X, Tesla y Space X. Además fue el principal financiador de la campaña del magnate neoyorquino. Trump y Musk eran la encarnación de la propuesta ultraconservadora. Por eso el rompimiento genera una rasgadura en la voluntad expresada por el electorado conservador.
Estaban obligados a separarse del modo más discreto posible, pero lo hicieron de la peor manera. Quizá la explicación no esté en la indignación de Musk con el deficitario presupuesto que impulsa Trump, sino en la disputa que entabló por el control de la NASA y por las prebendas que reclamaba para sus otros negocios.
Es posible que el estallido de Trump no haya sido por el recorte de gastos propuesto por Musk que criticó el gabinete entero por indiscriminado, ni porque la “motosierra” clausurara programas humanitarios como USAID (Agencia para el Desarrollo Internacional) provocando cientos de miles de muertes por hambre y falta de medicamentos. Lo que Trump no soportó es quedar a la sombra de un hombre mucho más rico que él. Sintió la instintiva necesidad de mostrarse más poderoso.
Luciendo sus gorritos y remeras estampadas en las conferencias del Despacho Oval y en las reuniones de gabinete donde el resto luce traje y corbata, Musk se mostraba como dueño de sí mismo dentro de un equipo en el que Trump pretende uniformidad con imagen de sumisión. Eso hizo insoportable para el presidente los desplantes producidos por choques de intereses.
Elon Musk se fue disparando videos que ponen al presidente bajo sospecha de haber sido cliente de Jeffrey Epstein en el negocio del sexo con chicas menores de edad. Algo que resulta verosímil debido a su colección de denuncias por acoso y abuso sexuales, sumado al pago por sexo a la actriz del cine porno Stormy Daniels.El hecho es que, a la hora de la guerra, ni Trump ni Musk eligieron sutiles estrategias ni ataques camuflados. Desde el primer momento usaron a mansalva la artillería pesada.
Del mismo modo actuó Rusia desde que invadió Ucrania. Quizá la única acción diseñada con perspectiva estratégica fue la voladura de la represa de Nova Kajovka, provocando la crecida del río Dniéper que cortó el avance de las fuerzas ucranianas en la región de Khersón. Todo lo demás fue sólo superioridad numérica en tropas y arsenales.
Bombardeos masivos sobre las líneas y ciudades enemigas, utilización de decenas de miles de presidiarios sacados de las cárceles rusas para usarlos como carne de cañón en ofensivas con mareas humanas, y masivos refuerzos con tropas norcoreanas para unirse a las fuerzas rusas.
En esta guerra, lo poco que se ha visto en materia de inteligencia táctica y estratégica corrió por cuenta de Ucrania. La primera señal de audacia y lucidez se vio al comienzo de la invasión, cuando interminables caravanas de tanques y camiones con tropas entraron desde Bielorrusia y avanzaron hacia Kiev, pasando por Chernobyl y encontrando en la capital un dispositivo defensivo que puso en desbanda a las fuerzas rusas.
La incursión ucraniana en la región rusa de Kursk también fue una jugada audaz y astuta que tomó por sorpresa a Moscú. Y la más elaborada de las acciones fue la Operación Telaraña, que logró infiltrar cientos de drones en Rusia, llegando a bases aéreas en puntos remotos de Siberia y destruyendo decenas de aviones militares. La respuesta rusa no compitió en calidad de diseño. Reincidió en bombardeos masivos a blancos civiles, con particular ensañamiento con Kharkiv y Kiev.
Nada que hubieran aplaudido las grandes figuras del arte de la guerra, como “Der Wüstenfuchs” (el zorro del desierto) Erwin Rommel y su más lúcido desafiante, el mariscal Montgomery. Nada que recordase al almirante Nelson venciendo a la flota franco-española en Trafalgar o a Napoleón ganando la batalla de Austerlitz. Solo lluvias de fuego.
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