En la novela de Michel Houellebecq, un partido islamista llamado Fraternidad Musulmana, ganaba las elecciones del 2022, convirtiendo en presidente de Francia al líder fundamentalista Mohammed bin Abbes.
En las páginas de “Sumisión”, el brillante y polémico autor galo muestra a través de su personaje, un cínico y alcohólico profesor de La Soborna, que estudia al escritor decadentista Joris-Karl Huysmans, como el país que engendró el “iluminismo” y la revolución secular, se va convirtiendo suavemente en una sociedad oscurantista, marcada por la intolerancia y el dictat de la religión.
Houellebecq no habrá imaginado al publicar su novela, cuya presentación suspendió por la masacre de Charlie Hebdo, que poco después un musulmán podría convertirse en alcalde de una de las metrópolis más importantes de Europa, nada menos que la capital británica.
Escoceses, galeses y norirlandeses votaron la nueva composición de sus respectivos parlamentos. También elegían alcalde otras grandes ciudades como Liverpool, Bristol y Salford. Pero toda la atención de Europa se centró en Londres.
Sucede que el duelo en las urnas parecía el capítulo más electrizante de una novela que mezcla historia y ficción. Los principales contendientes fueron un judío conservador, millonario y aristocrático, y un musulmán, activista de derechos civiles, hijo de trabajadores paquistaníes y laborista.
El tory Zac Goldsmith, que es el más rico de los que ocupan bancas en Westminster, es descendiente del marqués de Londonderry, creció en el flemático distrito de Richmond y se formó en los claustros elitistas de Eton y Cambridge. En cambio, el laborista Zadiq Khan creció en el popular Tooting y estudió como pudo hasta recibirse de abogado.
Sus propuestas para gobernar Londres fueron mucho más sustanciosas que la de su oponente tory. También lo avalaban las funciones que cumplió en el gabinete de Gordon Brown y su gran aporte a la campaña de Ed Miliband para ganar la postulación laborista. Pero a la hora de ocupar el despacho principal de la capital inglesa y británica, pesaba en su contra haber representado en un juicio al controvertido Louis Farrakhan, el líder del grupo “Nación del Islam”.
Por cierto, lo hizo por ser abogado, no islamista. Pero tratándose de un musulmán, ese dato curricular fue mirado por muchos como un antecedente de prontuario.
Sin embargo, de los aspirantes al cargo de alcalde londinense, el mejor por sus proyectos y por sus antecedentes en el activismo social, en la función pública y en la política partidaria, fue el musulmán Sadiq Khan.
Desde el otro lado del Canal de la Mancha, Houllebecq habrá seguido apasionado este duelo electoral entre un millonario y aristocrático tory judío, y un socialdemócrata musulmán; aunque Sadiq Khan no se parece al ficticio presidente Mohammed Bin Abbes, ni el Partido Laborista se parece a la imaginaria Fraternidad Musulmana.
Otro libro que merodeo Europa en estos días es “La sociedad abierta y sus enemigos”. Karl Popper decidió escribir esa biblia del pensamiento liberal cuando, abatido por la decepción, vio a su país entregarse feliz al nazismo.
Que Austria aceptara, pasiva y orgullosa, la anexión que implicaba el “anschluss” y que ovacionara la entrada de Hitler a Viena en 1938, fue un golpe tan devastador para un intelecto tan abrazado a la libertad, que decidió devolverlo con una de las más lúcidas y demoledoras críticas al totalitarismo y a todo retorno a las formas “tribales” que expresan a la “sociedad cerrada” desde la más remota antigüedad.
De no haber muerto en 1994, Popper quizá habría vuelto a sentir la necesidad de escribir en defensa del individuo y de la libertad, al enterarse del veredicto de las urnas en la última elección presidencial en su pequeño país germánico.
Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, ni conservadores ni socialdemócratas estuvieron en los dos primeros puestos. Segundos quedaron los verdes de Alexander Van Der Bellen, y la fuerza política que ganó es el Partido de la Libertad (FPO). El nombre nada tiene que ver con la idea de libertad que defendió Karl Popper. Por el contrario, se refiere a la libertad de una nación para buscar su pureza cultural y para depurarse de otras etnias.
En Austria, al gobierno lo dirige en “bundeskanzler” (primer ministro), pero si bien la presidencia es más protocolar que ejecutiva, implica la jefatura del Estado y, por ende, es un símbolo muy fuerte. Por eso resultó alarmante que la haya conquistado Norbert Hofer, un “moderado” en un partido en el cual ser moderado significa proponer, con suavidad y voz amable, el cierre de las fronteras a los inmigrantes y la expulsión de los refugiados.
No puede ser de otra manera en el partido que lideró Jorg Haider, ese hijo de un dirigente nazi que revivió a la extrema derecha austriaca y gobernó el Estado de Carintia, llegando a integrar un gobierno federal de coalición con los conservadores.
Desde mediados de los noventa y los primeros años del siglo 21, fue la inmigración de la ex órbita soviética la que alentó el resurgir de la extrema derecha austriaca, alemana y francesa. Ahora es el terrorismo islámico y la ola de inmigración que arrojó sobre Europa la guerra civil siria y el conflicto en Irak.
Pero no en todo el viejo continente rondan los mismos fantasmas. En España, lo que gravita es la crisis económica y la fuerza política que engendró esa problemática realidad es “Podemos”, una izquierda anti-sistema que sobrevivió de pie a la primera elección nacional y buscará fortalecerse en la segunda, a pesar de que sus líderes se consideran discípulos del chavismo, cuya deplorable y patética agonía se empeña en hundir al pueblo venezolano.
El desconcierto europeo puso a España en un laberinto electoral. De las urnas surgió una cuadratura de círculo que ninguno de los cuatro partidos principales supieron resolver.
Con los porcentajes en que se dividieron los votos, sólo se podía formar gobierno haciendo lo que los alemanes llaman “gran coalición”; en el caso español, un gobierno del PP y del PSOE. Pero no hubo acuerdo.
No está claro que la repetición del comicio en junio redistribuya los porcentajes de modo tal que se pueda formar un nuevo gobierno. Lo que está claro es que la dirigencia actual no tiene la estatura de aquella que democratizó España y la introdujo en Europa.
No era fácil acordar reglas de libertad, multiculturalismo y democracia sobre la tumba de Franco. Pero lo hicieron el socialista Felipe González; el liberal Adolfo Suárez, el conservador Fraga Iribarne, el comunista Santiago Carrillo y otros dirigentes que supieron estar a la altura de la historia.
Muy por debajo de aquellas cumbres, deambulan erráticos Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y quienes los secundan, como si fueran grandes estadistas, en el laberinto de las urnas españolas.
por Claudio Fantini
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