El sutil humor británico diría que tener a una geógrafa como primer ministra es lo más apropiado, porque la misión que le toca es reubicar a Gran Bretaña en el mapa europeo, evitando que se resquebraje el territorio del Reino Unido y que la Commonwealth desaparezca del planisferio.
La única mujer que había habitado el 10 de Downing Street era profesora de química, se llamaba Margaret Hilda Roberts y usaba el apellido de su marido, Thatcher. Pero la llamaban “la Dama de Hierro” por lo implacable que fue con las huelgas mineras y con los presos del IRA, pasando el límite de dejar morir al comandante Bobby Sand en la huelga de hambre con que intentó doblegarla.
Ahora, la profesora de Geografía Theresa Mary Brasier también usa el apellido de su marido, May, y si no fallan los cálculos que hizo cuando decidió suceder a David Cameron, quizá quede en la historia como la “dama de bronce”, por resolver la encrucijada del Brexit.
Hay dos mujeres que, para bien y para mal, hicieron historia con mayúsculas. A la reina Victoria y a Margaret Thatcher podría sumarse Theresa May, si llegara a funcionar la idea con que procura sacar al país de la deriva provocada por demagogos como Boris Johnson y Nigel Farage.
Esa idea es cumplir con el veredicto de las urnas, sacando el país de la Unión Europea. El problema está en los riesgos. Por caso la emigración de inversiones que elegían el Reino Unido por su pertenencia al bloque. También la secesión de Escocia y Ulster dejando solas a Inglaterra y Gales; y que Australia y otros países se replanteen su continuidad en la Commonwealth.
Son tan graves esos riesgos que, en tiempo récord, creció la idea de no cumplir con el Brexit. Millones de firmas en un petitorio al Parlamento, cartas de prestigiosos juristas y otros pronunciamientos reclaman repetir el referéndum o declarar “no vinculante” al ya efectuado, lo cual sería legalmente posible.
Sin embargo, la nueva primer ministra está dispuesta a asumir el aventurado deseo expresado en las urnas. Y para conjurar los riesgos, intentará reinventar la relación británico-europea, manteniendo los acuerdos de libre comercio, pero liberando a Londres de los otros compromisos, como el de la libre inmigración dentro del bloque.
Hay un modelo, aunque en otra dimensión jurídica y económica: la relación de Estados Unidos con el Estado Libre Asociado de Puerto Rico. El hecho es que, si logra una separación que deje intacto el vínculo económico-comercial mediante amplísimos tratados de libre comercio, Theresa May se convertiría en “la dama de bronce”. El bronce de la historia.
********************************************************
De lograrlo, será una gran lección impartida por la profesora de geografía que ahora gobierna. Pero hay otras importantes lecciones británicas en estos últimos meses, equilibrando el derrape nacionalista y demagógico del Brexit.
Una de esas lecciones es la elección del musulmán Saddiq Khan como alcalde de Londres. La otra lección es el lapidario informe sobre el rol británico en la ocupación de Irak, impulsada por Bush hijo.
No es fácil entender que un joven progresista escocés haya seguido en una aventura bélica a un rudimentario conservador texano. ¿Cómo hizo George W. Bush para convencer a Tony Blair de que, derrotando a Saddam Hussein, nacería un nuevo orden internacional? Inmenso y oscuro misterio.
Aquel premier laborista era un pragmático decidido a sepultar la tradición estatista de Clement Attlee y Harold Wilson, por eso impulsó la “tercera vía” que proponía Anthony Guidenns. Pero de ahí a convertirse en ladero incondicional de un “neocon” y su patota imperial, existe una distancia enigmática y sideral.
Que José María Aznar se haya entusiasmado con los designios belicistas de Bush, se entiende en la obnubilada creencia de que colocaría a España entre los pioneros del nuevo orden. Pero Blair se convirtió en copiloto de una carrera demencial hacia la meta prometida por un líder de visible mediocridad, flanqueado por Dick Cheney, un vicepresidente evidentemente inescrupuloso, y por Donald Rumsfeld, un secretario de Defensa con más arrogancia que inteligencia.
Haber puesto a Gran Bretaña como furgón de cola de una locomotora con semejantes maquinistas, parecía más una aventura temeraria que un paso necesario hacia un orden mundial nuevo y seguro. No hacía falta que una comisión integrada por notables, llegara a la conclusión, tras años de investigaciones, que la ocupación decidida en el Pacto de las Azores fue un una tropelía bélica, justificada con mentiras y ejecutada con errores desastrosos, que convirtió a Irak en la caja de Pandora de la que salieron los monstruos genocidas que actualmente están asolando el Oriente Medio y buena parte del mundo.
********************************************************
Fue su ex ministro y también su sucesor quien cargó el arma que acaba de destrozar la imagen de Tony Blair.
Consciente de las dudas acerca de las causas y las consecuencias que tuvo invadir Irak, Gordon Brown encomendó a sir John Chilcot, miembro del Honorable Consejo Privado (cuerpo de expertos que asesora a la corona) la investigación para determinar si se justificaba y si se ejecutó bien la operación para derribar al régimen baasista.
Las conclusiones son lapidarias. Blair actuó como perrito faldero de un mesiánico ignorante rodeado de incapaces. Los arsenales químicos denunciados ya no existían, tal como lo había confirmado el equipo encabezado por el sueco Hans Blix. Y si bien Saddam Hussein era un genocida que oprimía a chiitas y kurdos, los errores posteriores a su derribo convirtieron el país en el agujero negro que engendró monstruos como Al Qaeda Mesopotamia, creado por el jordano Abú Mussab al Zarqawi y luego convertido en ISIS por su sucesor, Abu Bakr al Bagdadí.
Esa fue una de las catastróficas consecuencias de la decisión que tomó Paul Bremer, esa suerte de virrey que Rumsfeld envió a Bagdad: abolir el ejército nacional y echar de la administración pública a todos los miembros del Partido Baas.
Obviamente, para tener un empleo público había que tener también la credencial de afiliación al partido de Saddam. El hecho es que una legión de funcionarios desocupados se unió en resentimiento a la legión de militares que se dedicó a vender las armas del desarticulado ejército y a conformar milicias para luchar contra los obtusos invasores.
La administración chiita que encabezó Nuri al-Maliki fue incompetente, corrupta y marginó a los sunitas, azuzando la ira que se convirtió en guerra civil. En esa caldera murieron cientos de miles de personas y se forjaron los jihadistas lunáticos que aún llevan adelante sus designios genocidas.
De haber creado esos monstruos, acusó a un gobierno laborista británico la comisión investigadora que creó otro gobierno laborista británico. Interesante lección del país en el que una profesora de geografía tiene el desafío de rehacer el mapa europeo.
por Claudio Fantini
Comentarios