★★★★ “Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton”, afirmó el gran director Alfred Hitchcock. La frase viene a cuento tras ver el logrado musical de cámara “Ni con perros, ni con chicos…”, del compositor argentino Fernando Albinarrate, estrenado en el Cervantes y actualmente en gira.
El argumento aborda la particular relación del sensacional actor inglés y su esposa Elsa Lanchester, también actriz. Para quienes peinamos canas, la imagen de Laughton (1899-1962) estará eternamente asociada a las grandes películas de la edad dorada de Hollywood y los personajes que encarnó. Desde el inflexible inspector Javert de “Los miserables”, un irascible capitán Bligh de “Motín a bordo”, el sensible jorobado Quasimodo hasta su inescrupuloso Herodes, en “Salomé”, entre muchos otros.
A diferencia de las estrellas de entonces, Laughton no tenía rostro agraciado ni cuerpo esbelto pero sí talento, extraordinario. En 1929 se casó con Lanchester (icónica protagonista de la película “La novia de Frankenstein”) y compartieron labores en diferentes oportunidades. La más memorable, “Testigo de cargo”, el film donde Elsa fue la enfermera cancerbera de un abogado enfermo y gruñón.
La propuesta de Albinarrate refleja muy bien cómo se entendían y protegían mutuamente y hace hincapié en las debilidades y fluctuaciones del actor. Tras un año de matrimonio, Lanchester advirtió que Laughton era homosexual, y a pesar de ser un tanto posesiva y hostil hacia los que eventualmente se acercaban a su marido, se encargó de estimular la carrera del actor y blindar su intimidad ante una sociedad que no terminaba de comprenderlos.
Calicchio y Oliva son la pareja ideal para representar a estos seres frágiles que se retroalimentan ante la adversidad. Cantan, bailan y conmueven con un compromiso que impacta. También reluce la talentosa y ascendente actriz y cantante Daniela Pantano.
La proverbial mano firme de Javier Daulte imprime el ritmo exacto y cuenta con la complicidad del creativo marco escenográfico de Alicia Leloutre, el bellísimo vestuario de Mini Zuccheri y las coreografías de Verónica Pecollo.
por Jorge Luis Montiel
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