Thursday 21 de November, 2024

ECONOMíA | 22-09-2016 00:40

Aranguren íntimo: el duro que quisiera tener más amigos

Por qué eligió ser ministro en lugar de dirigir YPF. Los entretelones de la venta de acciones de Shell: qué hizo con el dinero. Padre severo e hijos sociables.

Para Juan José Aranguren, las acciones de la empresa en la que trabajó durante 38 de sus 62 años de vida, Shell, eran como la remera de Boca, el club al que va a alentar los domingos en la Bombonera y en el que alguna vez fantaseó con convertirse en dirigente. A la vieja usanza, tenía puesta la camiseta de la empresa, esa misma que dejó a un costado medio año antes de incorporarse como ministro de Energía y Minería del Gobierno de Mauricio Macri el pasado 10 de diciembre. Pero Juanjo, como lo conocen en la industria petrolera, quería dejar esas acciones por 16 millones de pesos como herencia a su esposa, Cintia Peralta, y a sus dos hijos, uno economista en la filial colombiana de Cencosud y otra ingeniera industrial. Además, este exempleado de la petrolera angloholandesa ha declarado tener otros 70 millones en autos, casas, campos y cajas de ahorro en Holanda y Estados Unidos.

El caso de Aranguren instauró el debate sobre la llamada puerta giratoria, aquella por la que entran y salen políticos y empresarios de la función pública y los negocios privados y que lleva a examinar con atención los eventuales conflictos de interés.

Aranguren consideraba que la ley de ética pública lo amparaba para mantenerse como accionista de Shell, dueña en Argentina de la segunda refinadora y distribuidora de nafta y gasoil, la tercera comercializadora de garrafas y el 1% quizá más rico de la formación de petróleo y gas no convencional Vaca Muerta. Sostenía que esa tenencia del 0,0009% de la empresa europea y el hecho de haberla presidido entre 2003 y 2015, años kirchneristas, solo lo obligaba a mantenerse al margen de decidir “cuestiones particularmente relacionadas”, según la norma. La legislación afecta a los que son accionistas y a quienes ocuparon cargos jerárquicos de compañías en los tres años anteriores a la incorporación a la función pública.

Cuidar la imagen

La polémica sobre las acciones de Aranguren se desató en febrero cuando PERFIL reveló su declaración jurada. El 9 de septiembre, una semana antes de la audiencia pública sobre el tarifazo del gas, la jefa de la OA, Laura Alonso, le recomendó desprenderse de los títulos de Shell o a ponerlos en un fideicomiso ciego, como hizo Macri con parte de su patrimonio, “a fin de evitar poner en riesgo la imagen que debe tener la sociedad respecto de sus servidores”.

Aranguren reaccionó tres días después vendiendo sus acciones de Shell, que cotizan en la bolsa de Ámsterdam. Convocó a su despacho a su escribano y al abogado de su ministerio. Se sentó en la computadora de su escritorio, el mismo que está decorado con tres réplicas de molinos de energía eólica y un rosario, y por banca electrónica se deshizo de ellas. Las había recibido año tras año durante su presidencia de Shell Argentina como parte de su sueldo. Vendió cada acción a 21 dólares, el mismo precio que tenían el 10 de diciembre, pero menos que el nivel que tuvieron durante los largos años en que las recibió de parte de su empleador, solo por encima del valor que tenían en la crisis mundial de 2009.

El ministro depositó lo recaudado por la venta de las acciones en la caja de ahorro en Holanda en la que ya tenía declarados al 31 de diciembre el equivalente a 4,2 millones de pesos. No sabe si los repatriará o los mantendrá en el extranjero, como hicieron otros funcionarios de Macri. Ansía confiar en el país que ahora cogobierna, pero también recuerda que el corralito de 2001 le atrapó y pesificó 18.000 dólares, que terminó recuperando en cuotas con el Boden 2012.

Gas importado

Aranguren siente ahoraque se sacó un peso de encima, que lo podrán criticar por su política energética, pero ya no por su conducta ética. Claro que sigue en marcha la causa por la que en junio fue imputado por el fiscal Carlos Stornelli por presuntos negociaciones incompatibles con el ejercicio de las funciones públicas por el aumento de tarifas y la importación de gas desde Chile a un precio 128% mayor que el proveniente de Bolivia. Ese combustible llega por dos antiguos contratos, uno de la francesa Suez y otro de Shell, que a su vez compran el cargamento de barcos provistos por la petrolera angloholandesa y otras muchas firmas más. Dos diputados kirchneristas, Martín Doñate y Rodolfo Tailhade, fueron los denunciantes, pero uno de los responsables de la política energética del Gobierno anterior reconoce en privado que ya ellos estaban negociando la compra a Chile porque resultaba insuficiente la infraestructura para elevar el suministro que llega de Bolivia o por barco a Escobar y Bahía Blanca. Este mismo experto kirchnerista critica la política energética y la tenencia accionaria de Aranguren, pero descarta que haya un negociado del ministro detrás de la importación desde Chile o de las de gasoil o gas embarcado que hace YPF porque asegura que la compañía estatal diseñó en 2012 un sistema de licitación informático que automáticamente selecciona la oferta más barata.

Restricciones

Alonso le recordó algo que él ya venía cumpliendo: debe abstenerse de actuar sobre Shell, aunque puede adoptar medidas que afecten a toda la industria en general. Ya el 23 de agosto el propio Aranguren había dictado una resolución por la que le pedía formalmente a Macri que lo excusara de decidir sobre cuestiones de la empresa en la que mantenía acciones. Cuatro días después del dictamen de Alonso, Macri decretó que el ministro de la Producción, Francisco Cabrera, se encargue de los asuntos de la séptima petrolera del mundo. Shell Argentina constituye solo el 0,1% del patrimonio global del grupo, pero su CEO internacional reconoció en junio pasado que Vaca Muerta representa una de sus principales apuestas de futuro.

Cuando asumió el poder, Macri anunció que pondría su fortuna en un fideicomiso ciego y puertas adentro del gobierno se abrió un debate sobre si los empresarios y CEO devenidos funcionarios debían desprenderse de sus acciones o imitar al presidente. La mayoría no hizo ni lo uno ni lo otro. “No las vendas”, le dijo el jefe de Estado, empresario y exejecutivo a Aranguren cuando comenzó la polémica. Juanjo recordó que tras la victoria electoral de noviembre pasado el entonces presidente electo le había ofrecido optar entre ser ministro o presidente de YPF. “¿Por qué debo vender las acciones que obtuve antes de ser ministro si otros se hicieron empresarios en la función pública?”, pensó quien se había hecho famoso en 2005 cuando aumentó el precio de los combustibles de su empresa y el entonces presidente Néstor Kirchner llamó a no comprarle ni “una lata de aceite”. Como secretario de Comercio, Guillermo Moreno le impuso 83 multas por la ley de abastecimiento y le inició 54 causas penales, pero ni unas ni otras prosperaron.

Por la trascendencia

En junio de 2015, Aranguren se jubiló en Shell y se incorporó a los equipos técnicos de la Fundación Pensar. No le convencía volver a ser presidente de una petrolera, más allá de que YPF fuera distinta por su composición 51% estatal y 49% privada. Él quería decidir la política energética. Resonaba en su cabeza la canción 'Honrar la vida' de Eladia Blázquez, quería que sus hijos estuviesen orgullosos de él, pensaba en la transcendencia social y en que lo indignaba que un país con tantos recursos tuviera que importar energía. Y eso que él sostuvo durante la campaña electoral que la recuperación del autobastecimiento energético perdido en 2011 “no es relevante”. Al mismo tiempo sopesó que ser ministro implicaría ganar mucho menos. Como presidente de YPF podría cobrar 150.000 dólares por mes. Como ministro ahora gana 98.000 pesos en la mano y no le alcanzan para mantener su nivel de vida de ejecutivo, por lo que debe solventarlos liquidando algo de su patrimonio.

Cachorro

Aranguren nació, se crió y vive en Beccar. Estudió becado en el colegio católico Marín, donde su padre, que aún vive y tiene 92 años, se había ganado el apodo de Perro por su rigurosidad como profesor y preceptor. Los alumnos llamaban Cachorro a Juanjo. De púber simpatizó con la UCRI de Arturo Frondizi, pero nunca se afilió a ningún partido. Después vinieron las dictaduras y él se dedicó a estudiar en la UBA mientras se ganaba unos pesos como preceptor en un colegio de Constitución. A los 23 años comenzó su carrera en Shell, solo interrumpida por el servicio militar. Por su carrera vivió en Australia y Reino Unido y, según sus rivales internos, fue implacable para llegar a la cúpula de la filial argentina y para defender los intereses de la empresa. Habitué del Colón, se distinguió de sus colegas por atreverse a enfrentar a Kirchner y Moreno. Fue entonces cuando nació su interés por la política. En 2014, mientras se acercaba a Macri y Elisa Carrió, hizo una maestría interdisciplinaria en energía en la UBA para conocer mejor del sector más allá del petróleo. Ese mismo año, en una entrevista con la revista 'Eye to eye', le preguntaron qué quería ser. “Ser mi hijo por unos días. Él es muy sociable, tiene muchos amigos. Yo, por circunstancias de la vida, no tengo tantos amigos”. Tampoco se los ha ganado como ministro. Muchos de sus colegas del gabinete lo criticaron en off the record por falta de tacto político hasta que se dieron cuenta de que Macri lo apoyaba y los retó por hacerlo. No por nada el 31 de agosto, cuando Juanjo cumplió 62, en el grupo de Whatsapp de ministros Jorge Triaca, el de Trabajo, le escribió: “Al Messi de este Gobierno, que nos arrastra todas las marcas”.

Galería de imágenes

En esta Nota

Comentarios