La democracia occidental atraviesa una crisis difícil de comprender. La revolución de las comunicaciones cambió a la especie y muchos van en contra del orden establecido en todos los ámbitos de la vida, que incluyen a la política. Los candidatos “ordenados”, “normales” corren en desventaja, cualquiera sea su ideología. Hasta el siglo pasado la comunicación se ordenó verticalmente: el candidato pronunciaba discursos, los periódicos los publicaban, las radios los leían y la gente conversaba sobre esos temas. Ahora es horizontal, va de todos los ciudadanos a todos los ciudadanos; hay millones de emisores de mensajes independientes que crean una red de interacciones en permanente ebullición, en la que construyen y reconstruyen su realidad. En medio de esa actividad, deciden por quien votarán.
La vida cotidiana se tomó el espacio de lo político en la mente de los electores, abriendo las puertas del poder a personajes nuevos, imprevisibles, ajenos a la tradición. Los hay de izquierda y de derecha, algunos son mejores y otros peores que los antiguos. (...)
Un hombre rico puede ser outsider cuando no se comporta como rico y Trump parece un millonario que está en Manhattan para fastidiar a los potentados. Parece alguien que no es invitado a elegantes fiestas de Wall Street en las que Hillary sería recibida como heroína. Financia la campaña con su dinero, hizo su fortuna trabajando, creó empleo y cuando dice que hará con Estados Unidos lo que hizo con sus empresas. Hay mucho de bizarro en su imagen muchos le creen. Parece chiflado, sus propuestas revelan una total ignorancia acerca de la política internacional, pero suenan bien a los trabajadores que lo apoyan. Dice que no entiende por qué el gobierno debe reconstruir nuevamente una escuela destruida dos veces por los islámicos en Irak, mientras no puede construir las escuelas que se necesitan en Baltimore. (...)
Quiere prohibir la entrada de los musulmanes a USA, vigilar sus mezquitas, legalizar la tortura y bombardear al ISIS “hasta que desaparezca de la faz de la tierra”. Pretende deportar a 11 millones de inmigrantes ilegales y construir “un gran, gran muro” entre Estados Unidos y México. Los seguidores más entusiastas de Trump son blancos, poco educados, se sienten marginados en un país que vive cambios acelerados. No son los tradicionales votantes del GOP, sino personas pobres enojadas con el sistema. Trump, más que outsider es un anti-candidato y se le debe entender como tal. Inicialmente parecía un chiflado sin futuro, pero las burlas y los ataques del sistema lo convirtieron en una alternativa poderosa. Trump es el candidato más impopular de la historia norteamericana: tiene 30% de imagen positiva y 67% de negativa. Normalmente esas cifras lo dejarían fuera del juego, pero un anti-candidato rompe las reglas: mientras peor es su imagen, tiene más posibilidades de ganar. Le ayuda que le acusen de loco, extremista, exótico, y que sus oponentes consigan el apoyo de los representantes del sistema. A su manera, pasó eso con Perón y la alianza personalizada por Braden, con Fujimori frente a Vargas Llosa en Perú y con Bucaram frente a Nebot, en Ecuador. Desde los pensadores del sistema, el choque del anti-candidato contra el orden se plantea como la lucha entre la civilización y la barbarie y con frecuencia gana la barbarie. Trump representa la mezcla de ignorancia, nacionalismo y autocentrismo que está en retirada en América Latina. (...)
Muchos temen que si Trump es Presidente, en una coyuntura tan delicada como la que vivimos, de enfrentamiento con la irracionalidad del extremismo islámico, se pueda destruir el planeta.
En varios libros y artículos hemos estudiado el espacio de los outsiders y los anti-candidatos en la nueva política, no porque nos gusten o nos disgusten. Los hay de todos los tipos. Mauricio Macri es el caso excepcional de un líder sin los vicios de las tradiciones políticas, que está construyendo una opción nueva en el mundo, pero no es la regla. La mayoría de los outsiders no pasaron de ser fuegos fatuos, y algunos hicieron fueron perniciosos para sus sociedades. Trump puede ser uno de ellos. (...)
¿Puede Trump ganar las elecciones? La respuesta es sí. Los anti-candidatos manejan una comunicación espectacular con la que pueden ir a cualquier lado: derrotar a candidatos invencibles o desmoronarse de pronto, como un castillo de naipes.
por Jaime Durán Barba*
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