Fue la revolución más encantadora de la Guerra Fría. Tuvo en vilo al mundo con la crisis de los misiles de 1962 y lo recorrió hasta nuestros días popularizando (como controvertido ejemplo de combate social primero y como una especie de estrella rockera después) a un argentino: Ernesto “Che” Guevara. Cuba ha sido una palabra familiar entre nosotros que supo conjugar violencias políticas, sueños generacionales, disputas ideológicas, tendencias musicales y poéticas, y placeres turísticos. Con Fidel Castro terminó de morir un siglo.
Sería tan fácil como improductivo quedarse en que acaba de morir un héroe o un tirano, según quién lo diga, y ahí termina todo. Lo que nos dejó sin resolver el siglo en que Castro fue varias veces protagonista central desde una isla caribeña fue el desmoronamiento de los regímenes personalistas y verticalistas que pregonaban el socialismo, tanto como una supremacía del capitalismo que, en términos de pobreza y exclusión social, deja mucho que desear.
Hace tres décadas ya que el mundo dejó de dividirse en dos sistemas que competían entre sí, para pasar a ser una dimensión compleja plagada de otras violencias (el terrorismo, el narcotráfico…), escandalosas diferencias sociales y regionales, y una nueva participación de las personas en el reclamo de sus derechos a través de las redes sociales, nuevo vehículo para volver a llenar las calles y recuperar la actividad política.
El Fidel del desembarco del Granma ya es un recuerdo histórico, antropológico, nostálgico, romántico. Evocarlo apenas sirve como bandera segmentada. El del final, un símbolo del aislamiento forzado por el bloqueo y convertido en autojustificación constante por parte de un esquema de poder envejecido y cerrado en sí mismo.
Sin Fidel y con Trump es difícil aventurar hoy en qué quedará el bloqueo. De aquella Cuba encantadora quedan, como luces de un tiempo ensombrecido por una casta dirigente autoritaria, un sistema educativo y un sistema sanitario que, pese a las dificultades, sigue siendo ejemplo de inclusión y exportador de experiencia.
La Cuba que deja Fidel ojalá sea cosa de cubanos. Para el resto de las personas de buena voluntad, es aquella ilusión y este fracaso. De ambas cosas se aprende, siempre y cuando la historia no la escriba el fanatismo. Ninguno.
*Jefe de redacción de NOTICIAS.
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por Edi Zunino*
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