A veces uno le pide a la televisión más de lo que la televisión nos puede dar. La TV de aire es y ha sido, siempre, un medio conservador, porque su modelo de venta de publicidad requiere públicos amplios; que vean cada programa personas que piensan cosas opuestas, la mayor cantidad posible, porque más gente puede comprar más productos. Hoy, es cierto, hay otras alternativas a este modelo que transita su ocaso, pero en la Argentina es poca la gente que cuenta con ellos, aunque ese público crezca día a día.
En la Argentina hoy la homosexualidad es -albricias- mucho más tolerada que hace treinta o incluso veinte años: eso permitió la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, por ejemplo. Pero eso no implica que todo el mundo, que todos los consumidores de lo que vende la TV de aire, lo acepte. Las sociedades cambian a un ritmo más lento de lo que parece. Por lo tanto, ver en una telenovela de prime time, para toda la familia, que dos personas de un mismo sexo se enamoran es todo un avance. Es cierto que la representación en Las Estrellas, por ejemplo, no es totalmente realista. No: es estilizada a lo que podría ser aceptable para un público masivo, incluso para quienes lo rechazan. El síntoma de sanidad social se nota en el hecho de que esas cosas ya no despiertan protestas (o las que aparecen quedan en ridículo). Eso sí, para que la idea prenda, para que vaya progresando en el tiempo, debe instalarse, y para instalarse es necesario que no la rechace ni siquiera el más conservador de los espectadores del aire, esos potenciales compradores de gaseosas, autos y milagrosos limpiadores de piso.
*Crítico de revista Noticias.
por Leonardo D’Espósito
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