Mauricio Macri se ha obsesionado con bajar el déficit fiscal primario, es decir, la diferencia de ingresos menos gastos antes de pagar intereses y capital de la deuda. Al comienzo de su gobierno, apostó a bajarlo en forma gradual mientras se ilusionaba con que los mercados internacionales financiaran siempre el rojo. También confió en bajar la inflación a fuerza de atraer esos capitales externos hacia las altas tasas de las Letras del Banco Central (Lebac), lo que a su vez fortalecía el peso.
El Presidente no se preocupó en un principio porque el endeudamiento creciera y, por consiguiente, se expandiera el déficit fiscal financiero, o sea, después del pago de intereses, que compensaban el recorte de subsidios a los servicios públicos. Tampoco se inquietó porque el dólar relativamente barato alentara el déficit comercial hasta batir un récord en 2017. Total, el desbalance de exportaciones e importaciones, no sólo de productos sino también de servicios como los turísticos, se bancaban con deuda. Algunos expertos lo diagnostican así: deficitis.
Pero en 2018 los mercados descreyeron, dejaron de prestar y ahora, en lugar de preguntarse como Juan Domingo Perón “¿quién ha visto un dólar?”, habría que interrogarse “¿quién ha visto un peso?”, pues nadie los quiere en el mundo financiero. Así es como este 30 de agosto, el dólar batió un récord oficial de 41 pesos antes de bajar a 39,87. De nada sirvió que Macri asegurara que el Fondo Monetario Internacional (FMI) adelantaría fondos previstos en 2020 y 2021 para 2019 o que el ex ministro de Finanzas, responsable del endeudamiento hasta junio pasado, y actual presidente del Banco Central, Luis Caputo, subiera la tasa de interés del 45% al 60% anual. Es que la renegociación del acuerdo con el FMI, que se había firmado hace sólo dos meses, implicará más ajuste que el que ya levantaba ampollas en la discusión entre ministros y con gobernadores sobre el presupuesto 2019. Los nuevos recortes combinados con mayores tasas pondrán en papel mojado la previsión de decrecimiento de sólo 1% para 2018 que había formulado este 27 de agosto el ministro de Hacienda y Finanzas, Nicolás Dujovne. Su antecesor, Alfonso Prat-Gay, describió ese mismo día la economía como “un quilombo” y reclamó un ministro para ocuparse del asunto, más allá de las responsabilidades que otros analistas le achacan por su gestión en el primer año de gobierno de Macri. Prat-Gay apuntó contra un Dujovne que antes de ser ministro, y mientras adhería al blanqueo de capitales, era comentarista de TV por cable, consultor económico y asesor de la UCR en el Senado. Pero también está en tela de juicio el jefe de Gabinete, Marcos Peña, responsable de la fallida comunicación del Gobierno. El ministro del Interior, Rogelio Frigerio, candidato a reemplazarlo, llegó a admitir que “el equipo puede cambiar” en su discurso ante los empresarios locales reunidos este 30 de agosto en el hotel Alvear por el Council of the Americas, club de hombres de negocios de Estados Unidos con presencia continental.
Pero, más allá de los nombres, ¿cuál es la enfermedad del modelo implantado por el Presidente? ¿Qué remedio tiene? Un ex alto funcionario de su equipo económico opina que “Macri sufre de una ceguera pavloviana”. Así como los perros del fisiólogo ruso Ivan Pavlov asociaban los campanazos a la comida, el jefe de Estado vincula sus problemas con el déficit del Estado y los sindicatos. “Son sus obsesiones, que trae de su cabeza de empresario”, analiza el ex funcionario. “Lo suyo son los números, no el consenso. La política le exige un esfuerzo mental extraordinario. En las empresas o en el gobierno de la ciudad funcionaba bien, pero en la Argentina no”, concluye relajado desde fuera de la gestión pública.
Experiencia. Guillermo Nielsen, que renegoció la deuda como secretario de Finanzas de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner, diagnostica la enfermedad del modelo de Macri: “Es la falta de profesionalismo en la gestion económica. Esto empieza temprano, cuando divide el Ministerio de Economía y obliga a filtrar las decisiones económicas a través de (Gustavo) Lopetegui y (Mario) Quintana, con experiencia empresaria pero cero experiencia macroeconómica. Recibieron una herencia difícil, pero se las arreglaron para empeorarla. El mercado le tuvo gran tolerancia a Macri porque lo veía como quien había salvado a la Argentina del populismo chavista. Le perdonó errores importantes. El gradualismo no tenía en cuenta el salto rápido de la deuda ni los intereses que te comen el ahorro en subsidios. Pero en la conferencia de prensa del 28 de diciembre de 2017 Peña le marcó la cancha al Banco Central y rompió así un axioma sagrado para los mercados, con lo que marcó un punto de inflexión. A partir de entonces, los operadores empezaron a buscar el pelo en la leche.(Federico) Sturzenegger, economista con credenciales importantes al que le habían perdonado su responsabilida en la crisis de 2001, reaccionó no como presidente del Central sino como un concejal municipal, acomodándose a lo que pedía Peña. Después todo desbarrancó. Hay ignorancia de cómo actúa el mercado: Macri quiso dar por hecho algo que no lo estaba, el adelanto de fondos del FMI, que se tomó nueve horas para comentar que se negociará un nuevo acuerdo que deberá aprobarse en el directorio. A partir del nuevo salto del dólar, hay muchas empresas que dejaron de vender, por falta de precio. Es peligrosísimo. Que Peña niegue el fracaso aumenta la sensación de orfandad de la población”.
Nielsen opina que el remedio consiste en “reformular la política económica”. “Tienen que renunciar todos, elegir un ministro de Economía que sepa sacar esto adelante, que no es 2001, porque los bancos y la estructura económica están sanos, pero hay que bajar ya mismo el gasto. No podés tocar jubilaciones ni gasto social, pero sí plata para las provincias y obra pública”, recomienda quien fuera embajador en Alemania en el gobierno de Cristina Kirchner.
Academia. Daniel Heymann, académico de Ciencias Económicas y profesor de las universidades de Buenos Aires (UBA), La Plata y San Andrés, observa que “el diagnóstico inicial del Gobierno tenía problemas en cuanto a las políticas monetaria y contra la inflacion, pero el problema básico es que la Argentina lleva con el PBI estancado desde principios de la década y cada vez se tornó más negativo el déficit de cuenta corriente (componente de la balanza de pagos dominado por el resultado comercial)”. Ese rojo fue cubierto con más y más financiamiento externo… hasta que se acabó. “El déficit de cuenta corriente tiene que ver con la performance floja de las exportaciones y derivó en correcciones traumáticas del tipo de cambio, que repercuten en más precios y menos salario real (ajustado por inflación) y empleo. Hemos pasado de un régimen de tipo de cambio bajo soportado por colocación de deuda externa a uno de tipo de cambio alto. Cuando asumamos que llegamos a un tipo de cambio real alto permanente, aparecerá la oferta de dólares. Hoy hay un tanteo de hasta dónde llega el dólar. Esto replantea el esquema basado en atraer confianza de los capitales internacionales. Habrá que ver qué reacción tienen los sectores exportadores. La recuperación del mercado interno será financiada con las divisas comerciales”, analiza Heymann.
El catedrático lamenta que “no hay mucho que hacer para recuperar rápidamente la demanda interna, que traerá una caída de las importaciones”. Pero mira lo estructural, lo que siempre se olvida y que termina conduciéndonos a las crisis. Ante la apuesta de Macri por el sector agropecuario, ahora afectado por el ciclo de baja de cotizaciones internacionales y la sequía, Heymann opina: “Sin el campo no vivimos, tiene una muy buena productividad y un dinamismo que otros sectores no tienen, pero la Argentina no puede depender del campo, que no genera empleo en el conurbano ni alcanza para cerrar las cuentas macroeconómicas. Hay que complementar con otras producciones. Necesitamos cambio tecnológico, empleo de baja calificación y generación de divisas y para eso necesitamos sectores que impulsen algunos de esos objetivos. Para ello no alcanza sólo con el tipo de cambio sino que se necesita política productiva”.
Martín Guzmán, profesor en Columbia, la UBA y La Plata, aporta su visión: “El problema principal de la administración actual es que no tiene un modelo adecuado para satisfacer las necesidades del desarrollo del país. Cuando este gobierno comienza su mandato, implementa un esquema que reside en un conjunto de premisas por exceso simplistas, como la sobreconfianza en los mercados para satisfacer las necesidades del desarrollo y en las metas de inflación para estabilizar la macro. Es un sinsentido actuar así. Macri mismo explicó que no había plan B. Hubo y continúa habiendo una elección de prioridades inadecuada a los efectos del desarrollo. Ese esquema ya fracasó. Dejó al país en una situación de excesiva dependencia de los mercados financieros internacionales y redundó en un esquema de transferencias hacia los sectores elegidos”. Así se refiere al campo, la minería y la energía.
“Ya hizo daño al grueso de la sociedad y si no cambia sus prioridades, seguirá dañando, y el daño más serio se verá más adelante”, opina Guzmán, coautor de artículos con el Nobel Joseph Stiglitz. “Hay una necesidad de redefinir el rol que el Estado debe tomar en pos de favorecer la evolución a una estructura productiva que le dé a la sociedad la posibilidad de acceder a más oportunidades, de mayor calidad, y de forma sostenible. En el cortísimo plazo, el Gobierna enfrenta el desafío de manejar la crisis protegiendo a los sectores más vulnerables de la población y no coartar las posibilidades de generar conocimiento. Una sociedad que expone a sus jóvenes a crecer en ambientes hostiles y de alta vulnerabilidad, y que ahorca sus posibilidades de producir conocimiento, queda condenada a un futuro poco promisorio”, concluye el profesor de Columbia.
Council. En los corrillos del Council of the Americas, Martín Rapetti, un director del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), advierte que la enfermedad no es de Macri sino que lleva 80 años instalada en la Argentina: “Nuestro problema son los déficits gemelos (fiscal y de cuenta corriente), un exceso de gasto público y privado por encima de la producción nacional. La Argentina tiene una preferencia por la igualdad no tan común en otros países de ingresos medios y para preservar los gastos necesarios para esa igualdad debés aumentar la producción de bienes y servicios transables (exportables). El error del Presidente fue el mal diagnóstico. El tipo de cambio no le era relevante y agravó el déficit de cuenta corriente. Hoy soy relativamente optimista porque (el vicepresidente del Banco Central, Gustavo) Cañonero no descuida el tipo de cambio, pero en lo que queda del gobierno de Macri no habrá ningún impulso para que la economía haga una V. El próximo gobierno encontrará mejores condiciones. El gran desafío es nuestra capacidad política para ajustar en el corto plazo, sin afectar a los más vulnerables, que van a ser los que más sufran. En el mediano plazo, necesitamos un eje de desarrollo exportador. Las materias primas son muy dinámicas, pero no tenés tantas como para crecer en exportaciones. Necesitás también servicios basados en conocimiento, segmentos industriales y agroindustriales, de todo”. Otro asistente al Council, el industrial José Urtubey, era de los pocos empresarios que en on the record se atrevía a pedir cambios rotundos: “El Gobierno no tiene plan de desarrollo económico. Tenemos que pasar del modo financiero al modo productivo”.
El diputado Marco Lavagna, del equipo económico del Frente Renovador, ubica la dolencia del modelo macrista: “Basar el modelo en deuda externa no es eterno. La salida estaba en fortalecer la actividad económica y no al sector financiero. No se tomaron las medidas que había que tomar por especulación política. Hoy estamos todos desilusionados. El Gobierno creyó que solo, sin amplios acuerdos políticos y con especialistas en finanzas iba a resolver los problemas del país, muchos de ellos que vienen de mucho tiempo atrás. Ganó las elecciones de 2017 y se cerró más al diálogo, no escuchó políticas alternativas ni las demandas de la sociedad. Esta crisis no se soluciona con una o varias medidas aisladas, ni con nuevos ministros salvadores, sino con acuerdos políticos, legislativos y sociales”. El espanto quizá los una. O no.
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