“No es casual que yo esté acá”, dijo el Presidente poniéndole cierto suspenso críptico a su último discurso de apertura de sesiones legislativas, al menos en este mandato. Esa ambigua afirmación, que abre la puerta a ironías y cuestionamientos suspicaces, quiso no obstante instalar esa idea fuerza que recorrió todo el mensaje inaugural, y que podría resumirse con un viejo slogan noventista: estamos mal, pero vamos bien.
Macri, con sus propias palabras, se asume como la encarnación de la paradoja sufriente que transita el país en este año electoral. Elegir bien parece, hoy por hoy, imposible: Cristina o Macri, la fiesta irresponsable o el velorio prolijo. Como una versión política y argenta de Marie Kondo, la propuesta macrista resulta inquietante: con el afán de dejar ordenada la Argentina, casi tira la economía entera por la ventana.
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Por eso Macri empezó pidiendo paciencia, una apelación más adecuada al arranque de un mandato que a su finalización. Pero quizá esa haya sido la estrategia diseñada por Peña y Durán Barba para esta presentación del balance de gobierno. Instalar la idea de que esto recién empieza, y que lo peor ya pasó.
A falta de las grandes citas culturales que adornaban los largos monólogos de Cristina, Mauricio optó por citar a “la gente”, que según él asegura, le escriben, acaso por redes sociales, para hacerle críticas constructivas, o simplemente para seguir aceptando su oferta implícita de sangre, sudor y lágrimas. Así se metió en la incómoda argumentación acerca de una presunta admiradora que no pudo tomarse vacaciones pero que igual estaba feliz porque le habían instalado agua corriente y limpia. Fue un comienzo de discurso riesgoso para los primeros minutos, que fue recibido con silencio preocupado por la tropa oficialista en el reciento: faltaba casi una hora para terminar y ya nos poníamos a hablar del consumo congelado y el ajuste.
Pero la fórmula “Cloacas sí, vacaciones no” fue tomando envión cuando el Presidente contrastaba los humildes logros institucionales de su gestión con el zafarrancho corrupto de la “década ganada”. Hubo freudianos furcios presidenciales, una diputada polemiquísima para la trastienda de Cambiemos que Michetti quiso echar del reciento, y sobre todo abucheos tribuneros de la oposición, que paradójicamente volvió a pisar el palito de La Grieta, como si olvidara que justamente en esa discusión sobre el pasado y el presente es donde el Gobierno recupera oxígeno, y donde Macri, nervioso y todo, gana temperatura de estadista en su oratoria normalmente desabrida.
Un par de golpes certeros, como el recuerdo de la condecoración K a Maduro, bastaron para dejar bien parado al Presidente en su mensaje más difícil desde que ganó en las urnas. El resto fue eso, surfear con una de cal y otra de arena, el duro diagnóstico del estado de la nación en crisis. A falta de vacaciones, un vaso de agua.
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