Hay un punto en común que une a todas las megaempresas digitales: la personalización. Netflix, al igual que Facebook o YouTube, no es la excepción. Los algoritmos se encargan de crear una burbuja para cada usuario en la cual se le recomendará y ofrecerá contenido que se adapte y responda a sus conceptos de mundo, prejuicios, gustos e ideas.
No es más que un achicamiento del mundo que sólo se enfoca en reafirmar las creencias previas del usuario para que tenga una visión cómoda de la realidad. Y aunque esta fórmula se muestra efectiva y hace que cada vez más personas pasen horas y horas devorando series y películas, detrás se esconde un síntoma claro de nuestra época: la posverdad.
Este nuevo concepto remite a la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. Y si bien refiere a la proliferación de fake news en una era de sobreinformación, también puede verse en el entretenimiento.
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“La posverdad funciona en base a las preferencias y es impulsada por plataformas de contenido cuya base está en la personalización. Es una base por un lado técnica, a través de algoritmos que nos recomiendan lo que queremos y por el otro lado es económica porque cuanto más te recomiendan lo que querés en base a lo que quisiste ver ayer, más tiempo vas a estar en esa plataforma y más la monetizan”, resume la politóloga y consultora de comunicación política digital Natalia Zuazo.
Los productos audiovisuales sólo se encargan de mostrarnos un mundo que, mediante algoritmos, ya saben que va a agradar al consumidor.
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