Netflix comenzó enviando DVDs a domicilio: iban en un sobre, se veían y el usuario luego los ponía en un buzón y volvían (curiosidad: ese negocio sigue en los EE.UU. y factura unos 300 millones de dólares al año), y de allí saltó a ofrecerle por un fee razonable y fijo al usuario un catálogo de películas para que viera en Internet.
El hecho de que el dinero fuera, sin intermediarios, del consumidor al productor dio frutos: imaginen que 150 millones de usuarios pagan promedio de 10 dólares por mes. Fueron los primeros, se expandieron internacionalmente de manera agresiva e invirtieron en comprar marcas y asociarse con grandes estudios para tener una oferta importante.
Incluso producen localmente: saben que no hay negocio de contenidos sin contenido local, que después exportan virtualmente a todo el resto de su red global.
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El éxito del on demand (ver lo que se quiere sin publicidad ni gritos tinellescos) atrajo a los más grandes: si Netflix triunfó fue porque reinaba prácticamente solo. Pero la semana pasada Apple anunció su Apple TV +, servicio donde producen contenidos niños de pecho como Steven Spielberg. Apple tiene 900 millones de usuarios en el mundo. Warner está expandiendo su HBO Go.
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Y Disney –que compró Fox, tiene una biblioteca formidable, una cantidad de marcas inhundible (Marvel, Star Wars, Pixar) y cerró el pacto de distribución on line que tenía con Netflix– lanza Disney+ a fin de año. La competencia tiene bolsillos mucho más grandes que Netflix, que seguirá siendo una gran empresa aunque el reinado solitario quede en el pasado.
El que triunfó, mal que le pesen al cable y a la paleolítica TV de aire, fue el modelo. Veremos si, también, sigue triunfando el pionero.
*Crítico de cine de Revista Noticias
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