María Magdalena ha tenido múltiples rostros a los largo de la historia occidental. Los primeros tres evangelistas la presentan encabezando la lista de mujeres galileas que han subido con Jesús a Jerusalén y son testigos presenciales de su muerte, sepultura y resurrección (Mc 15.40-41; Mt 27.55-56; Lc 8.1-3, 23.49); el Evangelio de Juan por su parte la coloca tercera en la lista de las mujeres junto a la cruz, luego de la madre de Jesús y otra pariente (Jn 19.25). Sin embargo, el cuarto evangelista relata una conmovedora escena de cristofanía en la tumba, de la cual María Magdalena es la única receptora (Jn 20.1-2, 11-18). Llama la atención que cuando Pablo enumera a los testigos de la resurrección de Cristo no mencione a la Magdalena y las otras mujeres (1Cor 15.3-8). Esto podría deberse a que o bien no conoce el dato, algo bastante extraño dado que la tradición de las mujeres en el sepulcro la recogen no solo los evangelios canónicos sino también muchos apócrifos, o a que lo evita, a fin de no exponer la fe a críticas, ya que el testimonio femenino no era valorado. Lo cierto es que María Magdalena habría liderado el grupo de mujeres que acompañaba al grupo apostólico por Galilea, sosteniéndolo con sus bienes, práctica que parece haber continuado en la primigenia iglesia de Jerusalén (1Cor 9.5).
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El origen de María era la ciudad de Magdala, próspero asentamiento de pescadores a orillas del mar de Galilea. Marcos y Lucas nos relatan que María estuvo poseída por siete demonios y fue curada por Jesús (Mc 16.9; Lc 8.2). Muchos de los primeros padres de la Iglesia vieron en estos demonios los siete pecados capitales, por lo cual la mujer debió estar en un estado deplorable. Luego de la crucifixión y resurrección, la Magdalena permaneció con la comunidad apostólica en Jerusalén (Hch 1.14), y allí culmina lo que sabemos de ella a nivel histórico. Su memoria, aunque siempre vigente en las comunidades, cayó en cierto cono de sombras cuando el intelectual griego Celso (hacia 180 d.C.) difamó la fe cristiana en la resurrección al decir que se basaba en las visiones de una mujer histérica (Origenes, Contra Celso 2.70). Paralelamente, los evangelios gnósticos, textos como el Evangelio de Felipe y el Evangelio de María, muestran a María como la figura más cercana a Jesús en cuanto a comprensión de los misterios celestiales. En estos relatos, la Magdalena es la antagonista de Pedro, quien recela de la preferencia que Jesús tiene por ella y su acceso a revelaciones personales. La literatura gnóstica se ampara en María Magdalena hacia los siglos II y III para mostrar su oposición al cristianismo jerárquico episcopal, cuya figura representativa sería Pedro.
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En el siglo IV, el papa Gregorio Magno identificó a la Magdalena con la mujer pecadora de Lc 7.36-50 (Homilia 33). A partir de esto, la historia occidental desarrolló el personaje, presentándosela como una voluptuosa mujer volcada a la prostitución y luego convertida en una penitente ejemplar. Posteriormente, fruto de algunos comentarios patrísticos, también se fusionó a la Magdalena con María, la hermana de Marta de Betania. Durante la edad media y el inicio de la edad moderna el culto de María Magdalena fue muy popular en Europa y América, siendo sus santuarios principales Vezelay y Aix en Provence, ambos en Francia. En las iglesias orientales esta deformación no ocurrió, permaneciendo la memoria de María Magdalena como una de las discípulas mirróforas de Jesús. Hacia la segunda mitad del siglo XX la exégesis procedió a deconstruir los discursos sobre María Magdalena en medio de interesantes lecturas de género sobre los evangelios, recuperando la imagen de la discípula fiel y testigo privilegiado de los acontecimientos pascuales. Esta reivindicación se coronó con el gesto del papa Francisco en 2017, que elevó la memoria litúrgica de María Magdalena, el 22 de Julio a la categoría de fiesta, equiparándola con los apóstoles.
María Magdalena – Tráiler 1 (Universal Pictures):
*Historiador, investigador del CONICET especializado en cristianismo primitivo.
por Mariano Spléndido*
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