Las protestas en Hong Kong tienen un rasgo propio. La historia está plagada de luchas por la libertad. Pero siempre han sido, o bien para conquistarla, poniendo fin a un sometimiento, o bien para defenderla en el momento que está siendo atacada. En cambio, las multitudes que salen a las calles de Hong Kong están defiendo la libertad a futuro. Luchan contra lo que ocurrirá cuando empiecen a imperar sobre ellos las mismas instituciones y leyes que imperan sobre los demás chinos.
No es ahora cuando está siendo atacado el sistema de libertades y derechos que impera en la isla y su orbe. Ese ataque sucederá dentro de 28 años, cuando concluya el medio siglo de continuidad institucional y jurídica que acordaron China y Gran Bretaña para el traspaso de la soberanía.
Previsores. Los hongkoneses están luchando hoy por las libertades y derechos que perderán en 2047, cuando las leyes y la institucionalidad de la República Popular China reemplacen el actual sistema institucional y jurídico. Ellos no han vivido bajo el totalitarismo creado por Mao Tse-tung ni padecieron el fanatismo inquisidor de la Revolución Cultural. Crecieron bajo un sistema de derechos y garantías desconocido para el resto de los chinos.
De haber sido consultados, probablemente una mayoría abrumadora habría dicho preferir en el sistema colonial británico. El Reino Unido lo sabía, pero si no tuvo en cuenta la voluntad de los habitantes, algo que sí hizo en otras colonias, fue porque Margaret Thatcher se limitó a cumplir con los acuerdos que, en la primera mitad del siglo 19, pusieron Hong Kong bajo soberanía británica.
Tanto el Tratado de Nankín, firmado en 1848, como el Tratado de Pekín, firmado en 1860, así como el convenio sobre Wolong y los Nuevos Territorios, conferían a Londres la soberanía por 99 años. Al cumplirse ese lapso, debían ser restituidos a China.
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En la década del 70 comenzó a negociarse el traspaso. Que en el poder se encontrara en ese entonces Deng Xiaoping, un líder reformista que había sido víctima de la Revolución Cultural, lubricó las negociaciones.
“Un país, dos sistemas”, la fórmula ideada por Deng para arribar tanto a la declaración conjunta chino-británica de 1984 como a la declaración conjunta chino-portuguesa de 1989, ésta Macao, era la llave del acuerdo. Pero además de dos interpretaciones sobre esa fórmula, el acuerdo llevaba un punto final para la institucionalidad diferenciada.
Cuando se firmó, a finales del siglo 20, Deng Xiaoping ya tenía claro que la economía colectivista de planificación centralizada había fracasado y no daría ni prosperidad ni desarrollo. En otras palabras, ya había decidido impulsar la apertura económica, para incorporar capitales privados.
Hong Kong y Macao eran la oportunidad de ensayar el funcionamiento del capitalismo bajo un Estado en manos del Partido Comunista. Pero Deng imaginaba que los “dos sistemas” no se limitarían a esas áreas especiales. Las inversiones privadas podrían existir y multiplicarse en toda China, aunque no en todas las áreas de la economía.
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Cuando concluyan los 50 años estipulados en el acuerdo por el que se traspasó la soberanía, las reglas económicas vigentes casi no se modificarán. Lo que cambiará de manera radical es la jurisprudencia y el marco institucional.
La amplia autonomía que, en Hongo Kong, sólo tiene como límites las políticas exterior y de defensa, se disolverá bajo el imperio de las reglas que imperan en China. O sea que, en materia de libertades públicas e individuales y de derechos y garantías, los hongkoneses pasarán a ser iguales que el resto de los chinos.
En síntesis, perderán atributos con los que nacieron y crecieron, salvo que en los 28 años que faltan para ese momento el resto de China se democratice. Pero esto es algo difícil de imaginar.
Lo más probable es que el Estado chino siga siendo autoritario. En definitiva, lo que consolidó la masacre de estudiantes que demandaban menos reformas económicas y más apertura política en la plaza de Tiananmén, es la creación de capitalismo bajo un régimen de partido único que restringe las libertades derechos y garantías que caracterizan a las democracias liberales.
Contraste. Mientras Xi Jinping lucía en la cumbre del G20 la imagen de paladín del libre comercio y el multilateralismo sólo por contraste con Donald Trump, la represión policial a las protestas en la ex colonia británica le recordaba al mundo que China tiene un régimen autoritario.
Un gigantesco paso atrás de Trump anunciado en la cumbre de Japón, le permitió al presidente chino lucir una victoria en ese encuentro: el jefe de la Casa Blanca levantó la prohibición de comerciar con Huawei, sólo un puñado de días después de haber amenazado con sanciones a las empresas norteamericanas y de países aliados que vendieran insumos tecnológico a la empresa china. El argumento de Trump contra Huawei era la “seguridad nacional”. Por eso su paso atrás lo dejó tan mal parado.
Xi Jinping tenía un gran motivo para festejar en Osaka, pero los estudiantes hongkoneses le aguaron el brindis ocupando el Parlamento de la gran metrópoli del sureste.
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Con los jóvenes a la vanguardia, Hong Kong gritó al mundo que no quiere ser parte de China si eso implica a sus habitantes vivir bajo las reglas que imperan en el gigante asiático. A diferencia del océano de gente que los rodea, con excepción de quienes viven en Macao, los hongkoneses no han vivido un solo día sin libertad. Por eso comenzaron a luchar por ella medio siglo antes de perderla, ya que las primeras manifestaciones contra China ocurrieron en 1997, el año en que se concretó el traspaso de la soberanía a Pekín.
Dos años después, el duro Li Peng enviaba tanques para aplastar una inmensa rebelión estudiantil haciendo correr ríos de sangre en la capital china.
En el 2014, la urbe más cosmopolita de China fue sacudida por la “marcha de los paraguas”, multitudinario reclamo de democracia en los que participó la mismísima Carri Lam, quien desde que se convirtió en gobernadora de la imponente metrópoli se ha vuelto sumisa al dictat de Beijing.
Precisamente por intentar imponer una pretensión del gobierno chino estalló la actual ola de protestas. Beijing y Carri Lam dieron marcha atrás, suspendiendo la aplicación de la Ley de Extradición. Pero los jóvenes de Hong Kong no se conforman.
Reclaman que los derechos y libertades con que nacieron y crecieron no se extingan dentro de 28 años. Quieren derrotar ahora al autoritarismo que los someterá en el futuro. Y lo enfrentan en las calles, desafiando el aterrador recuerdo de Tiananmén.
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