Hasta hoy, la Argentina parece condenada a un péndulo que oscila entre dos modelos, uno que prioriza los salarios y hace base en el mercado interno, y el otro que apuesta a la liberalización de la economía como respuesta a todos los obstáculos. La historia reciente nos muestra que hubo gobiernos que ampliaron derechos, pero han sido poco efectivo en mejorar la productividad y diversificar exportaciones; y gobiernos que han venido a plantear que esta incongruencia se resuelve bajando derechos y flexibilizando regulaciones, y solo han conseguido mayor endeudamiento, caída del consumo y parálisis de las inversiones.
Ambos enfoques han carecido de un proyecto de desarrollo bien delineado y mejor implementado sobre cómo crear valor agregado. Esta carencia nos condena a ser un país sin anclajes, donde prima la volatilidad. Sin embargo, la respuesta para superar está dinámica de vertiginosa oscilación, aún la podemos encontrar en tres particularidades.
Primero, la Argentina es un país con una importante dotación de recursos naturales aunque, es importante subrayarlo, insuficiente para permitirnos vivir de sus rentas. Segundo, somos un país con un desarrollo industrial significativo. Y tercero a partir de una rica tradición en ciencia y tecnología, Argentina cuenta con una potente plataforma de investigación y desarrollo. Aquí por cada mil trabajadores, tres son investigadores, ningún otro país de América Latina está cerca de esto. Su sistema científico tecnológico es bien diversificado con capacidades que van desde la tecnología satelital o nuclear pasando por la biotecnología y el software hasta los destacados aportes de las ciencias sociales.
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Ahora bien, lo que no se ha logrado y es crucial, es aprovechar este potencial. Para esto se necesita ensamblar: recursos naturales, producción y conocimiento. Y como si se tratará de resolver el cubo mágico, solo puede lograrse si el planteo es unificado. El cubo mágico no puede resolverse si se intenta hacer cara a cara. Pero esto exige una mirada nueva de la política y el desarrollo. Asumir que antes que una restricción de recursos, tenemos una restricción originada en nuestra mirada estratégica. De otra manera seguimos atrapados en el laberinto.
Numerosos países entre ellos la Argentina sufren lo que en la literatura especializada se conoce como la trampa de los ingresos medios: en las primeras etapas de crecimiento es más fácil dinamizar la economía, pero después si no hay transformaciones estructurales, tiende a empantanarse.
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Para superar esta restricción es necesario lograr un Estado competente y coherente. No es una fórmula nueva. La generación del 80 armó un Estado coherente con su proyecto liberal y la oportunidad de esa época. Perón fue otro que logró un Estado coherente para su proyecto. Pero después de esas experiencias hemos tenido un Estado más bien residual de estos impulsos, donde se combinan capas geológicas al ritmo de las oscilaciones. Así es como encontramos que durante el kirchnerismo, se implementaron interesantes experiencias en temas de innovación, de ciencia y tecnología. Pero los programas más sofisticados llegaron sobre el final, casi sin tiempo para consolidarse y con una macroeconomía aletargada.
Desde esta perspectiva deberíamos mirar Vaca Muerta o el litio. No solo como yacimientos sino también como la oportunidad para edificar un modelo productivo donde el valor agregado provenga de nuestro conocimiento. En un mundo interrelacionado como el de hoy, el desarrollo se describe en los grados de libertad para llevar adelante un proyecto social. Hay unos 25 países que pueden decidir su propio destino, el resto acompaña. La Argentina tiene que decidir dónde se va a ubicar.
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La etapa actual requiere de políticas sofisticadas que respondan a la diversidad de las agendas pendientes: no es lo mismo la agenda científica que la tecnológica, tampoco las tecnologías con relevancia geopolítica, que las de innovación. Es clave pensar las maneras de construir dominio sobre diversos paquetes tecnológicos. El camino de la tecnología es con más riesgos y costos que el que recorre la ciencia, por eso el rol de lo público también es importante para explorar los nuevos caminos o moldear una conveniente articulación entre lo nuevo y lo viejo.
En tiempos donde el mundo reconstruye sus sistemas productivos a partir del concepto de Industria 4.0, necesitamos de una mirada nueva, de una narrativa propia sobre nuestro futuro. Asumir como propias las proyecciones de otros es una limitación muchas veces insalvable. Debemos recuperar la planificación para que el conocimiento circule desde los laboratorios hacia la producción.
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El país cuenta con un sistema de ciencia robusto, que es reconocido y es motivo de orgullo, ahora es necesario también desarrollar un sistema tecnológico, que renueve nuestros activos productivos, nos permitan capturar el valor de nuestros recursos naturales y amplíe el impacto de nuestros saberes científicos.
*Economista especializado en temas de investigación y desarrollo, Subsecretario de Políticas de Ciencia, Tecnología e Innovación (2011-2015). Profesor de la UBA y de UNQ. Integrante del Grupo Callao.
por Fernando Peirano
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