Desde 2018 vengo investigando las nuevas extremas derechas: primero con Bolsonaro en Brasil, luego con Trump, Kast, Vox y Milei. Lo que hoy ocurre en Argentina no es una sorpresa. Ya en septiembre de 2023 advertí que si la derecha tradicional convalidaba a Milei, podía terminar como el PSDB en Brasil o la derecha chilena tras el ascenso de Kast. Y eso ocurrió. No se necesitaba una mirada privilegiada para verlo: el patrón ya estaba a la vista.
La pandemia y el macrismo destruyeron algo profundo: el tejido que sostenía la expectativa social de futuro, la idea de que lo colectivo aún tenía sentido. El macrismo deslegitimó la política. La pandemia rompió el vínculo con el Estado como garante de protección.
Por eso, más que un accidente o una anomalía, Milei es el personaje diseñado a medida para esta demolición planificada.
Su historia personal —la soledad, el aislamiento, el vínculo exclusivo con sus perros, la distancia emocional con los demás— no es un detalle pintoresco. Es una personalidad funcional al neoliberalismo más cruel y desinhibido.
No necesita empatizar con el dolor social que produce: está estructuralmente habilitado para ignorarlo. Esa indiferencia no lo limita, lo vuelve útil.
No tiene vínculos partidarios que lo condicionen. No negocia con actores sociales. No gobierna desde la razón ilustrada, sino desde el exceso emocional, el odio y la venganza. Su locura no lo deslegitima: lo define. Y lo hace eficaz.
Milei no es un desvío del sistema. Es el ejecutor brutal que ciertos sectores del poder necesitaban para avanzar sobre derechos, bienes públicos y estructuras democráticas.
Ese perfil —el del ejecutor sin empatía— sólo pudo imponerse porque enfrente no había una alternativa que pudiera volver a despertar ilusión.
Sergio Massa hizo una buena campaña electoral. Narró con lucidez el peligro autoritario, reunió lo que quedaba del frente peronista, contuvo lo inasible. Pero ya estaba condenado por su rol como ministro de Economía de un gobierno sin rumbo. Fue el mejor candidato posible para frenar a Milei y, al mismo tiempo, el más inviable para despertar esperanza. Su imagen estaba atada a la experiencia concreta del fracaso económico.
El progresismo, entonces, no fue derrotado por falta de razón, sino por su incapacidad de reconstruir deseo.
Y sin embargo, el ascenso de Milei obligó a la sociedad a enfrentarse al espejo roto. A ver la desnudez del sistema. A constatar que no hay firmeza ni organización suficiente para resistirlo porque lo que debía sostenernos ya venía quebrado: el sistema político agotado, las organizaciones debilitadas, el deseo colectivo disgregado.
¿Por qué una sociedad como la argentina, que supo resistir embates duros, hoy se encuentra desarticulada?
Porque la circulación de la información, el ideal del emprendedurismo y el capitalismo tecnológico reconfiguraron las formas de vida. Hoy se mueven distinto los algoritmos, el dinero y los vínculos.
Contra eso también hay que resistir. Y volver a entusiasmar.
No desde la nostalgia, sino desde nuevas formas de comunidad, deseo y organización.
Porque si el futuro está en disputa, no podemos dejar que lo administre la crueldad disfrazada de libertad.
*Por Ariel Goldstein, sociólogo y escritor de "La Reconquista Autoritaria" y "La Cuarta Ola" (editorial Marea).
por Ariel Goldstein
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