Tuesday 10 de June, 2025

OPINIóN | 26-05-2025 16:25

Depresión y culpa: ¿Quién cuida a la que cuida?

La culpa ocupa un lugar central en los cuadros depresivos. Como explico en mi libro Imperfectos (El Ateneo, 2024), la depresión va mucho más allá de la tristeza: es un dolor que lo invade todo, que nos aísla. Por Santiago Silberman.

Aunque no tengamos fiebre ni existan heridas visibles, el malestar psíquico también puede hacer que el simple acto de levantarse se vuelva imposible. En su entrevista con Revista Noticias, Ana Paula Dutil habló abiertamente sobre su experiencia con la depresión y, sobre todo, sobre la culpa que sintió por no haber podido estar para sus hijos. "Me sentía inútil, una carga, culpable de no poder acompañarlos como debía", confesó.

La culpa ocupa un lugar central en los cuadros depresivos. Como explico en mi libro Imperfectos (El Ateneo, 2024), la depresión va mucho más allá de la tristeza: es un dolor que lo invade todo, que nos aísla. Y cuando el enojo —la otra cara de la angustia— no encuentra salida, aparece la culpa y, con ella, la sensación persistente de estar fallando como madre, como pareja, como profesional o como amiga.

Lo más difícil es que esa culpa no impulsa ni moviliza, sino que intensifica el malestar armando un círculo vicioso: me siento mal, dejo de hacer lo que creo que debería, me culpo por eso, y ese reproche interno no hace más que empeorar lo que siento.

En el caso de las mujeres, y especialmente de las madres, la culpa suele ser aún más intensa. La sociedad espera que una madre esté siempre entera, que pueda con todo, que priorice a sus hijos por encima de cualquier cosa. Pero cuando la angustia es constante y la energía no alcanza, los mandatos sociales presionan y refuerzan negativamente la sensación de estar fallando.

“No hay que tener miedo a las enfermedades mentales”, dice Dutil, y no es una frase menor. Reconocer que algo no anda bien suele ser el primer paso para empezar a sanar. Dejar de sostener la imagen que intenta demostrar que “todo está bien”, cuando no lo está, también es saludable. Y, sobre todo, dejar de sentirse culpable porque se necesita ayuda.

Muchas personas no consultan a tiempo porque creen que estar tristes es un signo de debilidad, y entonces se esfuerzan por intentar resolverlo solas. Cuando duele el cuerpo vamos al médico, pero cuando duele el alma —hay ansiedad, depresión u otro malestar psíquico— se minimiza el sufrimiento porque todavía pesan los prejuicios.

No basta con “ponerle voluntad”, como sostienen con total liviandad tantos “gurús” new age en redes sociales. Pedir ayuda no es debilidad sino coraje. No es rendirse, sino empezar a cuidarse. No tenemos por qué poder con todo.

Testimonios como el de Ana Paula Dutil son valiosos porque nos recuerda que la salud mental no distingue logros ni fama. A veces quien ríe también está sufriendo y quien calla no siempre está en paz, como bien decía Alejandro Dolina.

El alivio muchas veces llega cuando nos damos permiso para estar mal, para pedir ayuda o para dejar de sostener una imagen falsa. En Verdades no dichas, mi primer libro escrito junto con Ornella Benedetti, mencionamos que aquello que nos enferma no son nuestras debilidades o imperfecciones, sino nuestra obsesión por tratar de ocultarlas.  Porque sanar no tiene tanto que ver con vencer el dolor, sino con dejar de huir de lo que duele. En palabras de Jung, "lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma”.

* Psicólogo, autor de Imperfectos y cofundador de RedPsi. @redpsi @santiago.silberman

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