Saturday 7 de June, 2025

OPINIóN | 31-05-2025 08:46

El odio en tiempo de cólera

La violencia verbal de Milei, que lo ayudó a llegar al poder, ahora se volvió un problema para la convivencia en democracia. Cuando las palabras se trasladan a los hechos.

Cuando Javier Milei era sólo un panelista televisivo escandaloso que hacía alarde de sus transgresiones sexuales y su heterodoxia libertaria en materia económica, se dio cuenta de que, para aumentar su popularidad, sólo necesitaba cubrir de insultos a todos aquellos que se animaban a discrepar con sus opiniones contundentes. Desde entonces, se puso a fustigar a una gama amplísima de personajes, llamándolos mandriles, chantas, parásitos, kukas, basura, ensobrados, liliputenses y así por el estilo.

Lejos de perjudicarlo, los esfuerzos de Milei por movilizar el desprecio le permitieron pulverizar a “la casta” política establecida y convertirse no sólo en presidente de la Argentina sino también en un influencer internacional con aficionados en todos los rincones del planeta. Entre sus admiradores están el multibillonario Elon Musk, el mandamás de Estados Unidos, Donald Trump, la primera ministra italiana Giorgia Meloni y muchos otros líderes de la llamada nueva derecha. 

Fue gracias a las proezas en tal rubro de Milei que el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, pudo aseverar en la homilía que pronunció ante él y otros integrantes del Gobierno nacional en el Tedeum del 25 de mayo que “hemos pasado todos los límites. La descalificación, el destrato, la difamación parecen moneda corriente”. Tenía razón, claro está, pero sucede que le ha ido muy bien al responsable principal del lamentable estado de cosas que denunciaba el arzobispo que dos años antes había sido nombrado por el Papa Francisco.

¿Se habría erigido en la figura estelar del mundo político nacional, desplazando a Cristina Kirchner del lugar que había ocupado a partir de la muerte de su marido, un Milei más caballeresco que tratara con ternura a todos los demás? Es muy poco probable. Mal que a muchos les pese, parecería que los tiempos que corren distan de ser propicios para los “ñoños republicanos” de costumbres anticuadas que se resisten a ofender a sus adversarios. En épocas de crisis, como ésta en que el mundo entero acaba de entrar al colapsar el orden internacional que se improvisó luego de la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la Unión Soviética dos años más tarde, la vehemencia desbocada suele funcionar mucho mejor que la templanza.

Si bien Milei y García Cuerva coincidirán en que la situación social en el país es terrible y que la situación en que se encuentra buena parte de la población es muy pero muy mala, discrepan acerca de lo que podría hacerse para remediarlo. En opinión del libertario furibundo, no servirían para nada la cortesía y bondad que preferiría el prelado a menos que se vieran acompañadas por la voluntad férrea de construir un armazón macro que sea viable para una economía menos letárgica que la existente, una tarea que, por desgracia, no podría llevarse a cabo a menos que el gobierno sea lo bastante duro, y agresivo, como para hacer trizas de un sinfín de derechos adquiridos y, por un rato, perjudicar a sectores vulnerables como el conformado por los jubilados. Por desgracia, Milei no se equivoca cuando dice que no hay plata y da a entender que sería suicida ser más generoso con el dinero ajeno.

Es muy fácil, y por lo tanto muy tentador, insistir en que el Estado tendría que ayudar mucho más a quienes dependen del sistema previsional, pero a menos que se redujeran otros gastos, un eventual aumento jubilatorio no podría sino generar más inflación que no tardaría en anularlo. Por antipático que parezca, los ingresos de la mayoría no dependen de la solidaridad de los gobernantes de turno sino de la productividad del conjunto que, en la Argentina, es bajísima.

Sin proponérselo, los muchos políticos que, por razones supuestamente morales, se negaron a tomar en cuenta aquel detalle molesto, lograron depauperar al país y crear las condiciones para que se entregara a un caudillo tan extravagante como Milei. Es que el libertario gritón encarna la rabia de los muchos millones de argentinos que tienen derecho a sentirse estafados, marginados y despreciados por la “casta” dominante que, además de los políticos profesionales, incluye a quienes se han visto beneficiados por “el modelo” nada equitativo que tantos siguen defendiendo.

¿Conviene a Milei continuar repartiendo buenos motivos para oponérsele entre los resueltos a impedir, o por lo menos demorar, los cambios drásticos que tiene en mente para que, por fin, la economía levante vuelo después de décadas de parálisis en que apenas ha crecido? Aunque confía en que los éxitos económicos de las semanas últimas -la inflación casi domada (según las pautas nacionales), el dólar (mejor dicho, el peso) relativamente tranquilo después de la relajación del cepo- ayudarán a prolongar su hegemonía política hasta las elecciones legislativas del 25 de octubre, tarde o temprano podrían convencer a algunos que lo respaldan sin por eso aprobar su forma escatológica de expresarse, que ya ha terminado su tarea y que por lo tanto no sería peligroso prescindir de sus servicios.

La idea de que haya sido necesario que alguien como Milei se encargara de hacer “el trabajo sucio” que requeria un país devastado por años de desgobierno por sujetos tan corruptos como inoperantes, pero que una vez restaurada cierta racionalidad sería mejor remplazarlo por una persona más equilibrada, aún no ha sido adoptada por la mayoría, pero andando el tiempo podría incidir en la actitud asumida por distintos sectores del electorado, lo que modificaría mucho las perspectivas políticas y sociales del país.

Para dirigentes monotemáticos como Milei, el éxito puede ser una espada de doble filo. Si elimina las causas de su llegada a la presidencia, lo que sería una hazaña que le aseguraría un lugar de privilegio en el panteón nacional, su permanencia en la cumbre de la pirámide política dejaría de depender del rencor ocasionado por los repetidos fracasos ajenos.

Aunque Milei advierte que tendrían que pasar muchos años antes de que haya culminado el programa de reformas que ha concebido y que, dice, harán de la Argentina el país más rico del universo conocido, tarde o temprano muchos llegarán a la conclusión, acaso prematura, de que la recuperación ya está bien encaminada y es preciso dar prioridad a otros aspectos de la vida nacional. Así pues, Milei habrá sido el hombre indicado para un momento determinado, pero puede que no lo sea por mucho tiempo más si, gracias a su capacidad para distinguir lo fundamental de lo meramente accesorio, el país finalmente sale de la crisis que, en 2023, amenazaba con desatar un tsunami hiperinflacionario que empobrecería a casi todos.

Felizmente para Milei, y para el país, Mauricio Macri y miembros de lo que aún queda de su entorno parecen dispuestos a anteponer su adhesión a la fase actual de la estrategia económica del gobierno al enojo que a buen seguro les produce el destrato que les propina el presidente. Entienden que sería un error imperdonable dividir el voto “centroderechista” en la provincia de Buenos Aires, ya que los únicos beneficiados serían los kirchneristas. Aunque hay encuestas según las cuales La Libertad Avanza está haciéndose más fuerte en el distrito sobredimensionado en que el conurbano densamente poblado tiene poco en común con el resto, de quererlo el PRO podría privarla de lo que necesitaría para conquistarlo. Tal como sucedió en la Capital Federal hace un par de semanas, bastaría con que el eventual ganador aventajara por un punto a sus rivales aun cuando consiguiera un porcentaje tan reducido de los votos emitidos que, de ser otras las reglas, lo hubiera condenado a una derrota humillante. 

Puesto que, desde el punto de vista de los ñoños que se preocupan por las formas, por ahora el populismo kirchnerista plantea más riesgos al país y a sus habitantes que el mileísmo, es comprensible que, en la coyuntura actual, los macristas y radicales se sientan constreñidos a tragarse un sapo tras otro y seguir apoyando al gobierno libertario con la esperanza de que aprenda a comportarse de manera más civilizada. Si bien se ha puesto de moda teorizar sobre el impacto -positivo según los mileístas, negativo a juicio de muchos otros- que han tenido en el discurso público las redes cloacales que los libertarios están resueltos a colonizar, los hay que apuestan a que se trate de un fenómeno transitorio propio de una sociedad que está pasando por una etapa convulsiva.  

Milei cree que su destino, y aquel del país, dependerán de la “batalla cultural” que están librando los partidarios del capitalismo moderno contra los comprometidos con esquemas colectivistas. Los macristas siempre han pensado lo mismo, aunque hasta hace muy poco no se les ocurrió que el liberalismo podría adquirir las características populistas, para no decir plebeyas y autoritarias, de la versión que han confeccionado Milei y sus simpatizantes. Con todo, si bien parecería que los mileístas están ganando la batalla cultural económica, ya que a esta altura pocos realmente creen que sería genial intentar solucionar los problemas de la gente reactivando la maquinita, ya está en curso otra batalla cultural entre los que valoran el respeto mutuo y aquellos que, como Milei, lo ven como un síntoma de debilidad.  

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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