El federalismo argentino parece estar condenado a una contradicción persistente: la defensa legítima de los intereses territoriales, que a menudo se transforma en localismo miope, versus la necesidad de pensar un desarrollo nacional integrado que exige, a veces, algo tan impopular como la renuncia voluntaria a ciertos privilegios.
Es entendible. Las provincias han aprendido, con razón, que “quien no llora no mama”, y que el que se queda quieto no recibe ni el ripio para el acceso al hospital. Pero esa gimnasia —acumulada en décadas de federalismo de supervivencia— ha generado una cultura política basada más en la puja por recursos que en la construcción de un proyecto común.
Ahora bien, ¿es posible que una provincia diga: “esto que podría servirme a mí, quizá sirva más si se destina a otra”? ¿Podemos siquiera imaginar esa escena?
El repliegue del Estado y la carrera por el sálvese quien pueda
La decisión del presidente Javier Milei de achicar el Estado Nacional y traspasar responsabilidades a las provincias —sin los fondos correspondientes— ha alterado radicalmente la dinámica federal. No ha resuelto ningún problema, simplemente los ha redistribuido hacia abajo. La necesidad, la deuda, la demanda: todo ahora se gestiona desde el interior. Pero sin caja.
Y como si eso fuera poco, en lugar de fomentar la cooperación, el repliegue del Estado Nacional empuja a las provincias a competir entre sí. Cada jurisdicción compite por lo que queda: inversiones, subsidios, infraestructura. Y como suele suceder en estos casos, ganan los que ya venían mejor. El círculo se cierra para los de siempre.
Este modelo no fortalece el federalismo: lo pone al borde del colapso. Porque un país no puede sostenerse en base a la ley del más fuerte o del más persuasivo ante la Casa Rosada. Cuando el huevo podrido aparece, todos nos hacemos los distraídos. Pero siempre alguien se lo lleva puesto.
Una vieja historia, un desafío todavía inconcluso
La tensión entre centro y periferia no es novedad. Alberdi, Sarmiento, y tantos otros la pensaron con lucidez. Pero seguimos sin resolverla. La autonomía provincial es un derecho, sí. Pero sin una Nación que las contenga, las coordine y les proponga un horizonte común, se vuelve un archipiélago de urgencias sin rumbo compartido.
Y así, cada provincia se convierte en su propia embajada, negociando en soledad, sin una estrategia federal real. La lógica del “primero lo mío” se impone y, con ella, la imposibilidad de articular una política pública nacional mínimamente equitativa.
Pensar el todo desde las partes
Frente a este panorama, hay otra posibilidad. Un federalismo propositivo, activo. Que no se conforme con recibir, sino que proponga ideas argentinas. Que no mida su importancia por el número de subsidios que arranca del Tesoro, sino por la calidad de las soluciones que ofrece al país.
Ese federalismo no espera que lo llamen: llama. No se encierra en su jurisdicción: piensa el todo desde las partes, como bien dice Francisco. Ese federalismo no compite en el barro: coopera desde la diferencia.
Y sí, quizás en ese escenario las provincias tengan que resignar algo. No por debilidad, sino por madurez política. Porque comprender que el desarrollo de otra región puede beneficiar indirectamente a la propia es también una forma de inteligencia federal.
¿Un nuevo sujeto político federal?
Lo que está en juego no es solo un modelo de reparto de recursos. Es la idea misma de Nación. Un país no se construye con 24 discursos fragmentados. Necesita una narrativa común, una ética de la cooperación institucional, y una voluntad política que vaya más allá del beneficio inmediato.
Quizás ha llegado la hora de que emerja un nuevo sujeto político federal. Uno que represente a las regiones, sí, pero que no se limite a reclamar. Que proponga, que piense, que articule. Que no tema decir: “esto es bueno para mí, pero si es mejor para todos, lo apoyo igual”.
Porque si algo está claro es que no hay Nación sin ideas nacionales. Y sin un federalismo que sea más que una suma de intereses, esas ideas no tendrán dónde crecer.
*Por el Lic. Ramón Prades García, Director del Grupo IA - Ideas Argentinas
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