Los manuales de marketing político apuntan básicamente a definir con nitidez la identidad de la oferta electoral que se intenta venderle al electorado. Pero en la Argentina de hoy, especialmente la que recomienza en estas horas tras el tsunami de las PASO que nos sacudió a todos, esa regla ya es totalmente obsoleta. Una vez más, los argentinos vamos a inventar la pólvora.
El juego loco al que se han entregado las dos principales fuerzas electorales que compiten pensando en octubre es el de marear al votante, jugando a las escondidas con su memoria de mediano plazo. Todos sabemos de lo que fue capaz el kirchnerismo en sus épocas de poder descontrolado. También aprendimos de lo que no es capaz el macrismo cuando las papas de la economía queman. Sin embargo, ambos nos están tratando de convencer de que ya no son lo que creemos que son. Y nos tratan como si tuviéramos apenas memoria de cortísimo plazo: Macri se hace el keynesiano distribucionista, y Alberto jura que con Cristina volverá la mesura republicana.
Los analistas con más optimismo –y en ciertos casos, oportunismo- quieren creer que con este cruce de identidades partidarias la famosa “grieta” acorta su brecha: incluso hay amagues de diálogo constructivo entre oficialismo y oposición, aunque sin políticas de Estado sobre la mesa. Por eso existe la posiblidad de que en realidad estemos asistiendo a una variante del abuso de la grieta, donde cada bando va saltando la trinchera semana tras semana, cambiando de relato al calor de la campaña. Más que al fin de la grieta, quizá nos dirigimos a su apoteosis, en una convergencia de pícaros que Enrique Santos Discépolo ya teorizó en su interminable Cambalache.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
Comentarios