El nombre de Di Tullio, y su mote, sonó fuerte en el ámbito delictivo durante varias décadas: se la signó como regente de varios prostíbulos en la Costa Atlántica (por eso se la vinculó al caso del Loco de la Ruta), fue sospechosa de comandar una banda que asaltaba comercios y, además, estuvo procesada en la causa por el asesinato de José Luis Cabezas. Pero la auténtica "Pepita la pistolera", era una menor de 16 años que violaba a sus víctimas en compañía de varios secuaces homosexuales. Los medios comenzaron a registrar los delitos y “bautizaron” a una menor de edad, cuyo nombre no sabían pero que aterraba desde el anonimato.
Una de las primeras y más violentas hazañas que se registra de esta pandilla de delincuentes se remonta a una noche de agosto de 1986. Cinco varones y dos mujeres, entre ellas la verdadera Pepita, subieron a un interno de la línea 748, en la zona de Grand Bourg. Una vez dentro Pepita obligó, a punta de revolver, a que el colectivero desviara su recorrido hacia un costado de la Panamericana. Frente a un descampado, los cinco muchachos que las secundaban violaron a 2 jóvenes dentro del colectivo. Luego, y ante el terror de los pasajeros, los siete escaparon. Pero la noche siguiente, se cobró nuevas víctimas, incluidas el chofer del interno 28 de la misma línea. La rutina de Raúl Alberto Castillo se vio abruptamente modificada cuando las mujeres de la banda comenzaron a robarle a los pasajeros mientras los hombres del grupo violaban a dos hermanas de 16 y 17 años en el fondo del micro. Según relataron por aquel entonces los oficiales a cargo de la denuncia de la Unidad Regional de San Martín, Pepita había obligado al chofer a que la violara, amenazándolo: “ si no lo hacés mis amigos no van a tener piedad con vos”. Ante la negativa de Castillo, los cinco jóvenes, por turnos y bajo amenazas, ultrajaron al chofer y volvieron a escaparse. Los recuerdos de la noche anterior volvían a materializarse.
Según se pudo reconstruir con los relatos de familiares y amigos, Pepita habría abandonado su hogar a los 14 años, junto con un hombre mayor al cual juraba amar. Luego escapó y comenzó a vagar con algunos compañeros de colegio, con los cuales había entablado una relación de amistad. Las "juntas", dicen, no eran de lo mejor.
Pepita era la cabeza del grupo: la que planeaba los golpes y la que hacía la inteligencia previa. Y la que sabía cómo proveerse de drogas y medicamentos para “salir a violar”, tal como rezan las crónicas policiales de la época. Una noche, Pepita decidió robar una farmacia de la zona de Los Polvorines. Se robaron todo lo que pudieron y escaparon. Esa misma noche y con algunas horas de diferencia, un joven de apellido Mellino, de 19 años, denunciaba ante la Policía que había sido amenazado y golpeado por cuatro personas en la calle. “Tres hombres y una mujer se bajaron de un auto. La atorranta me dice ´sacate el calzoncillo, violanos a todos, apurate o te quemo´ y como no pude, me rompieron un brazo”. Ante la negativa, los jóvenes huyeron y decidieron continuar con su raid delictivo atacando una segunda farmacia. Allí fue cuando cometieron su primer error: la policía cruzó datos de las denuncias en muy poco tiempo y luego de un exitoso operativo cerrojo en la zona, los detuvieron.
"Pepita la pistolera" fue una adolescente sin escrúpulos que violaba por diversión, que se drogaba por placer y que robaba por vocación. Un combo que hizo de su alias, un nombre siniestro que adoptó otras identidades con el correr del tiempo.
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