La exhibición “Yves Klein. Retrospectiva”, en Fundación Proa, despliega la intensa trayectoria del artista francés que experimentó e iluminó la escena del arte de la segunda mitad del siglo XX. Aún cuando su resplandor duró siete años, su estela continúa alumbrando el arte de las nuevas generaciones tras 55 años desde su desaparición. El suyo fue un vuelo informado por la búsqueda de un camino espiritual hacia lo absoluto, por la pintura, acciones, performances, escritura, filosofía oriental y música (compuso su primera “Sinfonía monótona” en 1947, consistente en el sonido de un acorde sostenido durante 20 minutos, seguido de 20 minutos de silencio).
Fundación Proa presenta la primera retrospectiva del audaz artista en el país con 76 obras y alrededor de 100 documentos. Es coordinada con los Archivos Yves Klein de París, con curaduría de su director Daniel Moquay, quien estuvo en la inauguración junto a Rotraut Uecker, viuda de Klein. Uecker se mostró feliz de ver la obra de Klein aquí y lo recordó como alguien organizado y metódico, sereno y reflexivo, sincero y tenaz.
Te quiero azul
Hijo de padres artistas, Yves Klein (1928-1962) vivió 34 años. Viajó extensamente por Italia, Alemania, España, donde residió un tiempo para enseñar judo y aprender español. Es que primero se dedicó al judo, que estudió y practicó también en Japón. Ese deporte –destreza, repetición y equilibrio– y ese viaje de 1952 contribuyeron a su libertad artística y a su preocupación espiritual. Su obra sigue vigente y vigorosa, incluso en el mercado; en la edición de la feria TEFAF Spring dos galerías ofrecían piezas suyas en Nueva York, a donde viajó en 1960.
Precursor del happening, pionero del arte conceptual, creador de un nuevo azul en la historia del arte, transitó un camino desde un arte objetual hacia una sensibilidad inmaterial. Su trabajo, presentado por primera vez en 1955, llegó a manifestar la inexistencia de límites o mandatos estéticos en cuanto al aspecto de la obra, a eliminar –a veces– casi por completo el objeto artístico privilegiando una idea.
Pinturas, objetos, esculturas, fotomontajes, proyecciones de sus antropometrías (obras de 1960 en las que cuerpos de mujeres fueron untados de pintura y plasmados en papeles en el piso o las paredes, en público), fotografías, escritos, proyectos de arquitectura y urbanismo, reflejan el enorme carisma y curiosidad del artista.
Muestran su vínculo con lo alquímico (pintó con fuego y oro, intercambió simbólicamente obra –destruida en el instante de cambiar de manos– por oro, que terminó en el fondo del Sena) y con los Rosacruces, su visión del presente y del futuro, su interés por el color y por el vacío (una de sus muestras constituyó en una sala absolutamente vacante).
Klein decía: “Con el color alcanzo un sentimiento de plena identificación con el espacio y estoy completamente liberado (...) Busco, por sobre todas las cosas, alcanzar en mis creaciones esa ‘transparencia’, ese ‘vacío’ inmensurable en donde reside el permanente y absoluto espíritu liberado de todas las dimensiones”.
¿Por qué eligió el azul? ¿Porque es el preferido de la mayoría de las personas? No. Porque, entre otras cosas, eligió y “firmó” metafóricamente el cielo de la Riviera francesa. A los 19 años decidió dividir el mundo entre su amigo el artista Arman (cuyo “retrato en relieve” se exhibe aquí) y con el poeta Claude Pascal. Arman eligió la tierra, Pascal las palabras y Klein el cielo, el espacio que envuelve al planeta. Es imposible sustraerse a la invitación a la meditación al mirar una suerte de pileta –en la segunda sala de Proa– repleta de pigmentos azules que irradian buena vibración y serenidad.
Historia
Pero no todo es azul. La muestra reúne sus primeras pinturas monocromáticas de 1955 (rosa, oro, azul cielo, verde, rojo, naranja); sus célebres monocromos azul ultramarino saturado; las pinturas de fuego y las Cosmogonías -de lluvia y viento-; las obras en oro, las series de Esculturas Esponjas en base a esponjas naturales, que representan algo más que ciertas formas de la naturaleza ya que todos los cuerpos físicos absorben la energía que los rodea.
Adriana Rosenberg, directora de Proa, recuerda que a finales de 1988, Pierre Restany (fundador del Nuevo realismo, que integraba Klein) hizo su último viaje a la Argentina. En la comida donde se despidió de Jorge Romero Brest (con quien estudió y trabajó la directora de Proa), juntos recordaron a Yves Klein, que era admirado por ambos. “Pero cada uno tenía sus preferencias: Romero Brest consideraba que la invención del color Blue le garantizaba a Klein un lugar privilegiado en la historia del arte del siglo XX, mientras que Restany rescataba la inmaterialidad, el vacío y las performances del artista”.
A tono con su programa educativo, Proa, junto a FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) está llevando a cabo el curso virtual “El salto al vacío” (en alusión a la performance y fotomontaje del mismo nombre) para investigar el contexto y la obra del relevante artista. Con visitas guiadas y catálogo ilustrado la muestra puede verse hasta el 31 de julio.
* Crítica de Arte de NOTICIAS.
por Victoria Verlichak
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