El mes de octubre parece haber terminado a toda orquesta. Las estimaciones privadas proyectan una inflación de 2,8% (C&T Asesores Económicos dio esa cifra); el riesgo país cayó casi 29% durante el mes, perforando el piso de los 900 puntos básicos que parecía inalcanzable poco tiempo atrás; el dólar libre retrocedió su valor nominal y el índice Merval terminó con una ganancia de 64% durante los 10 primeros meses del año. Lo que se podría calificar como un período de euforia financiera. ¿Se agota allí o también “derrama” sobre la economía real”?
Dos pistas. El miércoles 30 se anunció que una empresa local, Pluspetrol, adquirió por cerca de US$1.700 millones los activos que Exxon Mobil tenía en Vaca Muerta, un precio que no se parece a los valores de eyección que caracterizó a otras huidas más o menos civilizadas de otras multinacionales. En la pulseada, quedaron afuera los grandes jugadores de la cuenta patagónica: Techint, Vista e YPF. La otra clave para entender el estado de situación es el crecimiento de los depósitos en dólares, que coincide con el último plazo para la exteriorización de activos previstos en el blanqueo. Casi US$ 1.000 millones en la última semana para totalizar más de US$33.000 millones, una cifra récord desde la fatídica caída del mercado luego de las PASO de 2019.
Cifras en juego. La bonanza registrada en los mercados financieros es evidente pero las dudas giran en torno a su sustentabilidad. Mientras esa discusión está en marcha, el Gobierno intenta refutar cada crítica menor atribuyéndole efectos desestabilizadores, por un lado y profundizando su blindaje fiscal. Su argumento pasa por mostrar a los inversores y a
Para el especialista Marcelo Elizondo, director de DNI Consultores, la proyección de 2024 marca que este año será, al menos en términos nominales, el récord de una balanza comercial positiva, con algo más de US$18.000 millones. Sin embargo, ese volumen gigante tiene pies de barro. En primer lugar, parte de la retracción de las importaciones fue por la recesión acentuada en el primer semestre del año (con caídas abismales en el consumo) y, por supuesto, con la vigencia del cepo. A pesar de la paulatina flexibilización al acortar plazos de pago e implementar los BOPREAL para regularizar el descalce, el gran interrogante sigue siendo cuándo se procederá a la total normalización de las regulaciones cambiarias en la materia. De hecho, los regímenes de incentivo a la inversión, como el RIGI, se asientan en el libre flujo tanto de ingreso como de egreso de capitales (especialmente en lo que hace a giro de utilidades y pagos de regalía, actualmente bajo la lupa).
La otra cuestión tiene que ver con los pedidos del principal sector exportador, el complejo agroindustrial, que vio erosionado su margen de rentabilidad con el encarecimiento en dólares del componente de gastos, el crecimiento de la presión impositiva (no bajaron las retenciones y se aumentaron los tributos locales) y su desventaja competitiva con sus rivales regionales en el mercado global (Brasil, Paraguay y Uruguay) que no sólo carecen de derechos de exportación sino que tienen otro tratamiento fiscal y crediticio. Además, el azar climático y la estabilización de los mercados internacionales aliviaron pronósticos más severos sobre las perspectivas de las exportaciones del sector.
Por último, el monitoreo que realiza la Universidad Di Tella en el Índice de Confianza del Gobierno (ECG) le arrojó en octubre 2,43 puntos, con un aumento de 12,2% respecto del mes anterior. El actual nivel de confianza es 7,9% menor al de la medición de octubre 2016, al comienzo del gobierno de Mauricio Macri, y 21,7% mayor al de la medición de octubre 2020, al comienzo de la gestión de Alberto Fernández.
Signo de contradicción. ¿Puede traducirse estos datos positivos en los paneles bursátiles en una mejora visible en la economía real o quedará en el campo de la percepción autocomplaciente? La primera polea de trasmisión es la de las expectativas, básicamente que la hoja de ruta del programa económico no sufrirá un vuelco en el camino. En eso, la mejora de los indicadores macroeconómicos, como la tasa de inflación, el superávit primario, el financiero y el mayor saldo positivo en la balanza comercial, es condición necesaria, pero no suficiente.
El superávit de este año sería difícil de sostener si la economía profundiza una tendencia que, por ahora, es sólo fruto de especulaciones y proyecciones. En primer lugar, la aparición del sector energético como un gran aportante de divisas, tanto de nuevas inversiones que ya se van comprometiendo, como del inicio del ciclo de exportación de gas, petróleo y minerales que ya se va produciendo. La euforia que se palpó en la última edición de la feria Oil&Gas que se realizó en Neuquén es sólo un indicador de lo que empresarios locales califican como una “fiebre del oro”, en este caso, color negro petróleo. Sin embargo, la economía regional todavía enfrenta los dilemas del crecimiento que, a otra escala, podrían trasladarse a escala nacional luego de años de desinversión crónica. Salvador Durán, un empresario PYME de la zona, todavía recuerda cuando la entonces recién inaugurada “ruta del petróleo” (la RP 67, rehabilitada en septiembre de 2023) servía para desagotar el tránsito de ida y vuelta a las zonas de Vaca Muerta. Hoy está colapsada y ya se pide por ampliarla a dos carriles por mano. Lo mismo ocurre con el ferrocarril para sacar la producción petrolera y de mineral, el puerto que tendrá que construir YPF en la costa rionegrina y, además, la cantidad de viviendas, rutas locales, dispensarios y escuelas que deberán atender una demanda insatisfecha hasta ahora y que proyecta una escasez crónica que podría transformarse en un cuello de botella en un futuro inmediato. “Parece otro país, pero todavía tenemos que poner en valor toda la infraestructura necesaria para activar la producción” concluye Durán. La incógnita es si las regalías provinciales del 12% que hoy cuentan las provincias petroleras se terminarán destinando a inversión de este tipo o se irán en atender las presiones por incrementar el gasto.
Revancha. Finalmente, el otro factor que, paradójicamente, podría erosionar la balanza de pagos es el del consumo. Con una economía estancada en los últimos 13 años, pero, sobre todo, con restricción en el ingreso desde 2018 (cuando empezó el ajuste durante la administración Macri) ya da signos de rebote para 2025. Probablemente, los salarios formales, por ejemplo, terminen empatados en términos reales de lo que tenían en enero de 2023, cuando arrancó la carrera de los precios que signó el año electoral. Según estimaciones del economista Fernando Marull, los salarios privados formales sólo estaban 4% abajo en la última medición, aunque los públicos están 19% abajo y los informales que llevaron la peor parte en la carrera contra el IPC, habían quedado 24% abajo. Toda esta potencial mejora estará sujeta dos factores: que no se desestabilice el tipo de cambio y que la mayor actividad se traduzca en más demanda de empleo.
por Tristán Rodríguez Loredo
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