Cada diciembre trae una escena conocida: luces encendidas, mesas abundantes, brindis ensayados y buenos deseos repetidos casi por obligación. En el imaginario social, las fiestas representan un cierre perfecto y un comienzo esperanzador. Sin embargo, esa postal —tan idealizada como persistente— convive con otra realidad más silenciosa: personas que llegan al fin de año agotadas, angustiadas o sin el ánimo para sostener la celebración tal como se espera.
La cultura insiste en que diciembre es sinónimo de alegría. Las redes sociales lo amplifican, la publicidad lo refuerza y los encuentros familiares terminan instalando un mandato emocional que no siempre coincide con lo que se vive internamente. El fin de año tiene la capacidad de exponer lo que falta: vínculos perdidos, proyectos inconclusos, distancias afectivas y sillas vacías que duelen más en este mes. En ese contexto, la exigencia de “estar bien” puede convertirse en una fuente adicional de estrés más que en un motor de bienestar.
Cuando las fiestas “nos pasan”, terminamos cumpliendo rituales ajenos: asistir aunque no queramos, sonreír para evitar preguntas, sostener conversaciones que nos desgastan. Pero existe una alternativa saludable: pasar por las fiestas a nuestro propio ritmo. No implica renunciar a celebrar, sino elegir cómo y con quién queremos estar, sin someternos a expectativas externas.
Quizás este año la celebración pueda ser más simple o más íntima. Tal vez implique reducir compromisos, priorizar ciertos encuentros o aceptar que una cuota de nostalgia puede convivir con el brindis sin arruinar nada. A veces, lo verdaderamente reparador no es “ponerle onda”, sino bajar la exigencia, escuchar el propio estado emocional y entender que no todos los diciembres se viven igual. Y eso también está bien.
Las fiestas no deberían ser un examen emocional ni una competencia de felicidad pública. Pueden convertirse, en cambio, en una pausa significativa: un momento para cerrar lo que se pueda cerrar, dejar pendiente lo que no y comenzar el año desde un lugar más auténtico y honesto.
Pasar por las fiestas es recuperar libertad: decidir cómo, desde dónde y con quién queremos estar. Lo demás es accesorio. Lo esencial es que la celebración no nos pase por encima, sino que nos encuentre conectados con nuestro propio bienestar.
Lic. Maximiliano Bon
IG: lic.maximiliano.bon
por CONTENT NOTICIAS














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