Cuando Jorge Mangeri se autoinculpó en una polémica declaración testimonial que luego sellaría su suerte, la fiscal del caso, María Paula Asaro, le lanzó sorprendida: “¿Pero qué hizo? ¿Y su casa, su trabajo, su mujer?” Tenía sentido lo que decía la fiscal: al atacar a Ángeles Rawson, si es que realmente lo hizo, Mangeri se arriesgaba a perder todo lo que tenía. Hoy, perdió su libertad y su trabajo ya que en el edificio de Ravignani al 2300 ya tiene un reemplazo. Y quien también perdió todo fue su mujer.
El 27 de octubre del 2013, Diana Saettone tuvo su última mañana en el departamento del octavo piso que estaba reservado al encargado y que ella había ocupado junto a su marido durante más de una década. Descongeló la heladera y empacó sus cosas en cajas, acompañada por su sobrino, Lorenzo, que fue algo así como un hijo para ella y Mangeri.
Carlos, su papá, enfermo de cáncer en un ojo, la ayudó a mudarse. Saettone volvería al único lugar que le quedaba: la casa familiar en Troncos del Talar, en la zona de Tigre. La administración del edificio, contó ella, había decidido desalojarla. La explicación: la familia Rawson quería volver y convivir con la mujer del posible asesino de su hija era imposible. Diana hizo las valijas, sin discutir demasiado.
Saettone fue una mujer abnegada a través de toda esta secuencia de pequeñas desgracias. Según fuentes en el SUTERH, dejó el edificio de común acuerdo con la administración, y jamás reclamó por escrito por su vivienda o por su cobertura de salud. Tampoco le soltó la mano al esposo que marcó su ruina. Hasta hoy, lo visita cada martes y viernes en el Módulo 1 del penal de Ezeiza. Todavía lo cree inocente.
Soportarlo. En el penal, las mujeres de los otros presos no se la hacen fácil. De vez en cuando la insultan, le recuerdan el crimen del que se acusa a su marido. Ante esto, Diana no se queja. Es una simbiosis lógica. Del otro lado de las rejas, Diana es lo único que el portero tiene. Alguien que conoce bien a ambos afirma: “Mangeri siempre se mostró ante Diana como un gran perejil, y ella compró”.
En el sector H del Módulo 1, Mangeri bajó varios kilos, charla con una psicóloga dos veces por semana y se convirtió en una suerte de mascota para el resto de los presos: compañeros de encierro como Eduardo Vázquez, el sindicalista José Pedraza o un importante narco suelen palmearle la espalda. Cocina, ordena y limpia, con la misma actitud de portero servicial que tenía en Ravignani.
Saettone, una figura fija en los livings de la tevé de la tarde durante la explosión del caso, ya no da entrevistas: se hartó de hacerlo. El nuevo abogado de su marido, el penalista Adrián Tenca, le aconsejó no dar más notas. Todavía sin trabajo, contenta porque sus problemas de salud no recrudecieron, habla en privado de “la batalla” que está por venir.
El juicio oral por la muerte de Ángeles Rawson ya tiene fecha. Para llevarlo a cabo, fue designado por sorteo el TOC 9, a cargo de los jueces Luis García, Fernando Ramón Ramírez y Ana Dieta de Herrero. Se espera una instrucción preliminar para fines de este año, y un comienzo posible del juicio en el 2015.
A Mangeri se lo acusa de abuso sexual con acceso carnal en grado de tentativa agravado y femicidio agravado. Tras 25 cuerpos de expediente y 170 pericias, la fiscal Asaro es tajante: “Lo veo complicado, con condena. Su defensa va a tener que trabajar mucho. Hay pruebas que son contundentes”.
Tal como Saettone, la familia de Ángeles desapareció también de la mirada pública. El shock todavía sigue: la madre de la chica, Maria Elena Aduriz, no pudo volver a trabajar y vive hoy sumida en la depresión. Su marido, Sergio Opatowski, explica: “Recién ahora podemos empezar a elaborar un duelo. A Ravignani no vamos a volver”.
¡Lee la nota completa suscribiéndote online a REVISTA NOTICIAS!
por Federico Fahsbender
Comentarios