Lo primero que hay que pensar es en los trabajadores. Hay 8.000 familias que dependen de eso. Con qué cara vamos a mirar a un trabajador honesto que pasa todo el día arriba del transporte y decirle “no te necesitamos más, la tecnología te reemplazó. Ahora apretando un botón no hace falta tu pericia de parar en el lugar correcto, de encontrar al pasajero, de darle la charla necesaria y llevarlo a destino sin problemas con una sonrisa. Definitivamente no podemos permitir que la tecnología deshumanizada deje sin trabajo a los ascensoristas.
Porque sí, querido lector. En 1947 había 8.000 operarios de ascensores. Manija arriba, manija abajo día entero encerrados en un cubículo. De hecho, todavía quedan algunos en reparticiones del Estado, apretando botones de elevadores automáticos sin sentido, con el sólo propósito de “no perder espacios laborales”.
Uber no viene a destrozar el trabajo de los choferes (no aún, en unos años lo hará con autos autónomos) sino a destrozar las mafias de las restricciones. Dadores de licencias, mandatarias, sindicalistas, todos viven de la regulación existente en Buenos Aires. Una licencia de taxi puede llegar a salir más cara que el auto y la capacidad de competencia es limitada. Uber (como cualquier hub de conexión) apunta a matar al intermediario ofreciendo ventajas a ambos lados de la cadena. Donde Spotify une bandas con oyentes por fuera de los medios y locales de música, Airbnb a dueños e inquilinos temporales por fuera de los hoteles, Uber une a choferes y pasajeros sin necesidad de que me digan con quien puedo o debo viajar.
Uber no es la panacea. Es una empresa codiciosa e imponedora de condiciones. El objetivo no es desregular y dejar todo en manos del mercado, sino regular a favor de la competencia, en vez de sostener regulaciones que priorizan la cartelización.
No escuchen los cantos de las sirenas, Uber no es sharing economy ya que el 90% de los choferes son profesionales (oh, jinetes del apocalipsis, los mismos taxistas que encontrarán un trabajo más lucrativo) y sólo el 14% de los viajes son compartidos. Lo importante de Uber no es eso, sino haberse convertido en una opción superadora en todo sentido.
Pensaron en todas las cosas que no nos gustan de un taxi (no saber quien es el chofer, si el auto funciona bien, si huele mal, si tiene aire, si le gusta escuchar radio a los gritos, si pone reggaeton, si no tiene cambio o si no se cuanto nos saldrá el viaje) y las solucionaron de la mano de una plataforma amigable y una estrategia comercial agresiva.
¿Quiénes perderán? Los que no se adapten. Si sos dueño de taxis, vender la licencia ahora que aún tiene el ridículo valor que le asignan puede permitirte comprar un auto mejor y preparado para lo que se viene. Indignados hay y habrá siempre pero no es tarea del Estado ni de la sociedad subvencionar a aquellos que no entiendan a tiempo que la tecnología cambia las reglas del juego.
Mariano Feuer (@foier) es Director General Creativo de EsViral y docente universitario en nuevos medios y negocios digitales.
por Mariano Feuer*
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