En aquellos night clubs a los que se asomó azorado, las parejas se contorneaban frenéticamente con el twist o el swing, y luego se estrechaban para bailar abrazados las canciones de Frank Sinatra o Nat King Cole.
Ver esas mujeres con polleras hasta las rodillas, sacudiéndose o abrazándose con sus parejas de baile, le resultaba repulsivo hasta la nausea. Sayyid Qutb había llegado a Estados Unidos como funcionario del Ministerio de Educación de Egipto y, dos años después, regresó a su país convencido de que la sociedad occidental estaba carcomida por la indecencia, la pervertía su permisividad y relacionarse con ella era infeccioso para el mundo musulmán.
Además de escribir novelas, poesía y reflexión teológica, con libros importantes como “Piedras Milenarias”, Qutb publicó ensayos describiendo la “decadencia de la cultura occidental”, gangrenada por el individualismo y por la degeneración del sexo libre y de la homosexualidad.
Sus aborrecimientos nutrieron a organizaciones ultra-religiosas como el Takfir Wal-Hijra y radicalizaron a la Hermandad Musulmana, a la que Sayyid Qutb convirtió en matriz de numerosas organizaciones contrarias a los gobiernos seculares.
Cuando lo fusilaron bajo acusación de participar en un complot para asesinar al presidente Nasser, todos los aspectos de su abominación a las libertades de Occidente, incluida la tolerancia hacia la homosexualidad, ya se expandía velozmente por las venas del fundamentalismo islámico.
Del Takfir Wal-Hijra salió el médico cairota Ayman Al-Zawahiri, quien más tarde fue el teórico de Al Qaeda. Su principal derivado es ISIS, que además de intentar una construcción territorial, descubrió una nueva dimensión del terrorismo: la dimensión de los “lobos solitarios”.
La organización jihadista que lidera Abú Bakr al Bagdadí supo reproducir la estructura de células dormidas que inventó Osama Bin Laden, logrando causar masacres como las que ensangrentaron París. Pero ISIS superó a su matriz, al crear una dimensión aún más laxa e indetectable que la de células dormidas. Se trata de lanzar por la red mensajes que activan mentes enfermas de intolerancia y odio, haciendo detonar sus instintos criminales.
Los “lobos solitarios” no tienen vínculos orgánicos ni contactos con la estructura terrorista, pero responden a los llamados que reclaman actos de exterminio. ISIS gatilló la mente del psicópata que, a su vez, gatilló un fusil de asalto en la disco gay de Orlando.
Patologías. Dos patologías confluyeron la noche fatal en Orlando. Una patología local y otra global. La patología local es la que recurrentemente produce muertes en Estados Unidos: lunáticos armados hasta los dientes disparan a mansalva en una universidad, un colegio, un cine o donde sea. Facilita la acción de esos psicópatas el extremadamente fácil acceso a las armas.
Este lunatismo criminal puede potenciarse a través del ludismo bélico perfeccionado por la tecnología del videojuego. Pero en algunos casos, para entrar en acción necesita de una motivación o encuadre ideológico, social o religioso. Aquí es donde actúa la patología externa. Se trata del mensaje diseñado para activar instintos criminales, proveyendo el encuadre ideológico, religioso o étnico que dará el empujón final al gatillo exterminador.
La mayoría de las religiones son homofóbicas. En las sociedades occidentales, la homofobia cristiana produjo infinidad de crímenes, marginación y desprecio.
Las legislaciones europeas mostraron hasta el siglo 19 la gravitación de este rasgo de intolerancia de las iglesias cristianas. Lo prueba el caso de Oscar Wilde, juzgado y condenado por sodomía debido a su relación con el hijo del marqués de Queensberry.
“Sodomía” es el sello del desprecio religioso a la homosexualidad. La homofobia es un rasgo de las religiones, así como de sus réplicas seculares: las ideologías dogmáticas. Por eso fue homofóbico el nazismo y también el “socialismo real”. Lo prueba la discriminación en Cuba y las condenas a muerte en la China de Mao Tse-tung.
El fundamentalismo católico que, por ejemplo, expresó el falangismo español, encarcelaba y fusilaba a homosexuales. Posiblemente, la muerte de García Lorca se deba más a su condición sexual que a su posición ideológica.
Si en la iglesia católica hasta hoy se la considera una enfermedad (o un “plan satánico”, si se trata de matrimonio gay) en el fundamentalismo islámico todavía se sanciona con la pena de muerte. La sharía, en la teocracia iraní, impone ejecutar en la horca a los llamados “sodomitas”; también se los ejecuta en Mauritania, en Somalia y en el Sudán de Omar al Bashir. Los talibanes afganos los lapidan, mientras que la cárcel es el destino menos cruento que le ofrecen las monarquías oscurantistas del Golfo.
ISIS también ejecuta a los homosexuales y lo hace de un modo particularmente cruel: los arroja desde las terrazas de los edificios, juntando muchedumbres para que presencien la caída y el estallido del cuerpo contra el suelo. Además, filma cada ejecución y la sube a las redes, para inspirar a los sicópatas que también son homofóbicos.
Lobo solitario. ISIS puede no haber planificado ni ordenado la masacre de Orlando, pero las ejecuciones de homosexuales lanzados al vacío tienen un efecto inspirador en las mentes perturbadas que necesitan una motivación para canalizar fobias criminales.
El debate sobre la masacre de Orlando tuvo derivas extrañas. Políticos y periodistas dijeron que no tenía que ver el terrorismo, porque el atacante era un musulmán poco practicante y homofóbico, que tenía fama de violento y había maltratado a su esposa.
Un planteo raro. Es obvio que quien comete una masacre es una persona violenta. El hecho es que no toda persona violenta comete una masacre. La pregunta es ¿qué lleva a un violento a inmolarse cometiendo una masacre?
Los mensajes de Abu Muhammad al Adnani, el comunicador de ISIS, están estratégicamente apuntados a gatillar la mente de los sicópatas. Quienes van a enrolarse en las fuerzas del Califato, no siguen una convicción religiosa, sino un instinto criminal. El mensaje que los convoca está en las imágenes de las decapitaciones, de las crucifixiones, de las lapidaciones y de las ejecuciones multitudinarias. De eso se trata ISIS, y su estrategia no apunta al sentimiento religioso del musulmán, sino a gatillar la criminalidad que algunos llevan dentro y que necesita como detonante una causa a la cual dedicarla para lanzarse a exterminar.
Así es la última dimensión alcanzada por el terrorismo. El “califato” requiere sólo una proclamación pública de lealtad, antes de perpetrar un atentado. Y así ocurrió en las últimas tres masacres.
Omar Saddiq Mateen no masacró por ser islamista ni por ser homofóbico, sino por ser un psicópata, en un país con armas al alcance de cualquiera y en un mundo con voces que despiertan a los ángeles del exterminio.
por Claudio Fantini
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