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MUNDO | 23-07-2016 17:00

El terrorismo mutante y la “sultanización”

Lo que anuncian la masacre perpetrada con un camión de Niza y el sangriento y oscuro intento de golpe en Turquía.

Tan funcional resulta al proceso de “sultanización” del presidente turco, que hasta se justifica sospechar que la rebelión militar para derrocarlo fue, en realidad, tramada por él mismo.

En todo caso, tiene más lógica pensar en una jugada maquiavélica del propio Erdogán, que en una conspiración urdida por el imán Gülen, antiguo mentor al que ahora acusa de haber organizado el sangriento y fallido golpe de Estado.

Lo único claro es que las dos tragedias ocurridas en el mismo puñado de días, la masacre en Niza y el intento de golpe en Turquía, son señales oscuras de lo que viene en materia de terrorismo ultra-islamista en el mundo, y de autocracia con trasfondo religioso en el país que, como los puentes del Bósforo, tiene el inmenso valor estratégico de conectar los países y culturas occidentales, con los países y culturas del vasto mundo musulmán.

Desde la masacre de Niza, los servicios de seguridad ya no sólo tendrán que detectar a quienes portan armas o explosivos. Ahora también tendrán que detectar la intención que lleva en la mente quien esté al volante de un camión o cualquier vehículo que pueda lanzarse contra una multitud. A todas luces, una misión imposible.

Y desde la improvisada rebelión de un grupo de oficiales turcos, Erdogán tendrá un pretexto más para perseguir a críticos y opositores, acelerando el proceso de acumulación despótica del poder.

Así como Vladimir Putin es descripto como un “zar” de esta Rusia republicana, Recep Tayyip Erdogán bien puede ser descripto como el “sultán” de esta república turca que nació sobre los escombros del Imperio Otomano.

Fue muy heroico y digno que miles de turcos salieran a la calle, como en 1991 lo hicieron los moscovitas para abortar el golpe del KGB contra Gorbachov. Enfrentando los tanques en Estambul y Ankara, dejaron en claro que la historia no puede retroceder al siglo 20, cuando el ejército actuaba como garante del Estado laico que fundó Ataturk en 1923.

En ejercicio de aquel rol se dio el golpe de Estado del general Cemal Gücel en 1960, el derrocamiento de Suleymán Demirel en 1971 y la asonada que llevó al poder al general Evrén en 1980.

Aquella Turquía era laica y tenía instituciones republicanas de estilo occidental, pero también era autoritaria. Los partidos laicos llevaban décadas de decadencia y corrupción, y la única opción eran los partidos islamistas con los que Nekmettin Erbakan quería construir una teocracia en la Anatolia.

El imán Gülen entendió que Erbakán y sus invenciones teocráticas, como el Saadet (Partido de la Felicidad), no eran alternativa a los decadentes partidos laicos. Fethullah Gülen, su fundación y su vasto movimiento Hizmet (el servicio) ayudaron al economista religioso Erdogán a convertirse en alcalde de Estambul.

Gülen fue uno de los fundadores del AKP, partido con el que Erdogán y Abdulá Gül impulsaron un novedoso fundamentalismo moderado, al que presentaron como el equivalente musulmán de los partidos democristianos de Europa.

El intelectual que los ayudaba usó su influencia, sus organizaciones y la llegada al público de sus medios de prensa, para que Erdogán llegue a ser primer ministro y Abdulá Gül presidente.

Si en el siglo 20 habían sido los laicos los que modernizaron Turquía, el siglo 21 comenzaba con los islamistas moderados reiniciando esa tarea. La suspensión del artículo 15 de la Constitución puso fin a la impunidad del ejército y a su rol de guardián del Estado, mientras que la abolición de la pena de muerte y otras reformas hechas por la dupla Erdogán-Gül acercaban Turquía a Europa y la sintonizaban institucionalmente con sus socios de la OTAN.

Pero así como Kirchner se volvió contra Duhalde después de que lo ayudara a llegar al poder, Erdogán empezó a volverse contra quienes lo habían ayudado a vencer a los ataturkistas y a los islamistas de Erbakan.

Su proceso de “sultanización” lo alejó también de sus camaradas moderados Abdulá Gül y Ahmed Davutoglu, y lo llevó a enfrentar a Gülen hasta obligarlo al exilio cuando los medios del Hizmet denunciaron la corrupción y la deriva autoritaria en la que había entrado el presidente.

Entonces vino la censura al diario Zaman y la presión a las empresas y las instituciones ligadas al influyente imán.

Algunos consideran al Hizmet una versión musulmana del Opus Dei. Para otros, Fethullah Gülen tiene oscuras intenciones y un proyecto geopolítico de inspiración otomana. Es cierto que sus organizaciones han logrado un inmenso poder, pero también es cierto que han impulsado el diálogo inter-religioso y el ecumenismo islámico. Además, sus instituciones educativas forman para que no se vea al “otro” como “infiel” o “apostata”, y promueven la modernización del Islam para que conviva con el pluralismo y el capitalismo. De algún modo, es la versión islámica de lo que fue la reforma protestante en el cristianismo, incorporando la burguesía, la revolución industrial y el capitalismo contra los que siempre se había resistido el espíritu medieval del catolicismo.

Se supone que Erdogán era parte de la modernidad promovida por Gülen. Pero hubo un punto en el que giró hacia el despotismo a cualquier precio. Y esta sorpresiva y sospechosa asonada militar es funcional a una nueva envestida contra cualquier poder que se aproxime o limite el suyo.

Él mismo cometió la negligencia de catalogar la sangrienta rebelión como “una bendición de Alá” para limpiar Turquía. A renglón seguido, acusó a Gülen de haber organizado el golpe desde su exilio en Pensilvania y luego propuso reinstaurar la pena de muerte.

El islamismo moderado que germinó en Turquía es un antídoto contra el ultra-islamismo. Su importancia es crucial para desactivar al fanatismo que incubó un terrorismo mutante. Igual que los virus y bacterias mutan para inmunizarse contra los antibióticos, el nuevo terrorismo va cambiando permanentemente para inmunizarse contra las medidas de seguridad desarrolladas para evitar sus crímenes.

La última mutación nació en manuales elaborados por Hamas en Gaza y enviados a Cisjordania. Explican que, para eludir a la policía, el ejército y el Shin Bet, no se deben usar armas convencionales sino cualquier cosa a modo de arma. En especial, los vehículos. Por eso en Israel hubo autos lanzados contra personas aglutinadas en paradas de colectivos.

Por cierto, nada tienen que ver los palestinos con lo ocurrido en Niza, pero la idea de Hamas está siendo implementada por ISIS. Los incorporó a los mensajes que lanza a internet y están calibrados para que lunáticos y psicópatas se conviertan en jihadistas espontáneos y entren en trance exterminador.

Si ya era difícil detectar armas y explosivos ocultos en la ropa, detectar la intención que tiene en mente quien está al volante de un camión, un colectivo, una avioneta o lo que sea, resulta, directamente, una misión imposible.

por Claudio Fantini

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