Llego al bar DiVino, en Sausalito, California, a las 5:30 p.m., tal como estaba acordado. El lugar queda en una callecita empinada que trepan la montaña. Las gaviotas chillan y la luz empieza a ponerse azul. Dave Eggers, el escritor, cruza la calle en diagonal, dando pasos largos y apurados: se ve más alto que en las fotos. “Hi!!”, dice y estira la mano.
En el bar los empleados parecen conocerlo desde hace mucho. Eggers no sólo es conocido en el área de la bahía de San Francisco sino en todo Estados Unidos y en el resto del mundo. En parte, por su trabajo como prolífico -y multipremiado- escritor.
Además de autor de “Una historia conmovedora, asombrosa y genial”, su primer libro autobiográfico convertido en best seller y finalista del Pulitzer en el año 2000, y de una decena de títulos más, Eggers es el fundador de la editorial McSweeney’s, nacida en 1998 y pensada como opción para escritores menos comerciales, que tiene entre sus nombres publicados a autores como David Foster Wallace, Jonathan Lethem y Joyce Carol Oates.
Pero, a esta altura, no es la faceta editorial lo que multiplica su fama. No: lo que atrae es esa otra cara suya, altruista e hiperactiva también que, lo llevó a fundar tres organizaciones sin fines de lucro, que revelan una preocupación inusual por la educación. La primera es la organización “826 Valencia” cofundada con la educadora Nínive Caligari. Desde su fundación en 2002, “826”, como le dicen ellos, lleva 15 años promoviendo la escritura entre chicos de 6 a 18 años y, motorizada por voluntarios, hoy cuenta con 8 centros en Estados Unidos. La otra es la organización “ScholarMatch”, que contiene y sostiene, vía crowfunding, a alumnos de bajos recursos para su ingreso y paso por launiversidad. Y la tercera es la ONG “Voice of Witness”, un proyecto orientado a dar voz y asesoramiento legal a refugiados (que suelen ser tema central en sus novelas).
No conoce la pereza. “Estoy terminando una novela, por lo que estoy afuera de San Francisco. Pero podríamos encontrarnos a mitad de camino, en Sausalito”, respondía por mail al pedido de entrevista, sin ninguna consulta extra con respecto a la nota.
“826 Valencia”, su primer proyecto, está cumpliendo 15 años. La pregunta es si la idea original se transformó. “No, a nuestro centro en The Mission (S.F.) llegaban chicos con padres con varios trabajos, recién venidos de países como México, que tenían que comenzar clases a mitad del año escolar, sin hablar una palabra de inglés.
Nuestro primer objetivo era que completaran las tareas y se sintieran listos para volver a clase al día siguiente. Esto sigue igual. Logrado eso, los impulsamos a escribir: hacemos libros, revistas, noticieros, lo que sea”, dice Eggers. Con mucho de mágico, el centro tiene una tienda de artículos para piratas (sí, lo que se lee) y, atravesando una bandera con calavera, un espacio para los talleres de escritura creativa detrás. Con tiendas de suministros para piratas, magos o reyes, el esquema se mantiene en los centros de todo el país. Time lo sintetizó así: “Para muchos escritores la idea (de crear una ONG como “826 Valencia”) habría sido la vía para empezar una carrera tras escribir un best-seller. Lo que Eggers empezó, en cambio, fue un movimiento”. Y algo de eso hay.
Ni la postura de 826 ni la de ScholarMatch es de crítica al sistema educativo norteamericano. “Apoyamos a los maestros porque son nuestros socios. Mi mamá era maestra y Nínive (Caligari, la cofundadora de “826...”), también. La escuela pública es fantástica pero no da abasto. Nosotros ayudamos con los chicos más vulnerables: está comprobado que teniendo atención ‘uno a uno’ de parte de un adulto -nuestros tutores voluntarios-, mejoran dramáticamente sus niveles de lectura y escritura”.
Eggers, cuyo proyecto inspiró a escritores como Nick Hornby y su “Ministry of Stories”, en el Reino Unido, no encaja del todo en ningún molde. Ni en el del clásico activista ni en el del intelectual crítico. “Dave puede ver el mundo como es, sin abandonar su visión de cómo debería ser. Es una mezcla rara de realista lúcido con alguien que sueña”, lo describió la novelista nigeriana Chimamanda Ngozi.
“Además de escribir, empecé a necesitar hacer: fue como un ‘baño de humanidad’, como dijo Saul Bellow”, cuenta. Esa disposición para que las cosas se hagan, explica la atracción que la causa de Eggers aún ejerce sobre miles de voluntarios. “Siempre fuimos flexibles. Si un voluntario ofrece dar un taller de cine, le decimos ‘genial, hacelo’. Les damos libertad”, explica. “826”, no es ni la única ni la principal organización solidaria impulsada por voluntarios y sostenida por fondos privados: sólo en San Francisco existen unas 7.000 ONGs de este tipo. Explica Eggers: “Somos una nación de voluntarios: lo fuimos siempre porque somos un país de inmigrantes y los gobiernos no hacen demasiado”. El presupuesto anual oficial destinado al apoyo a las artes, dice, “no importa quién gobierne, es cercano a cero. Aún así, hay una actividad imparable en las artes. Su financiamiento es un ‘patchwork’ de apoyo básicamente privado”.
Ahora, ¿cómo responde la filantropía en estos tiempos, cuando el gobierno de Donald Trump retira fondos de sistemas urgentes como el de la salud y planificación familiar? “Las ONGs funcionan bien durante gobiernos republicanos porque cuando hay una amenaza, la gente dona. Así, hace poco, ACLU, una ONG de ayuda a refugiados, recaudó 42 millones de dólares en sólo dos días”. Sí, Eggers sabe de campañas.
A pesar del soporte, advierte, el efecto Trump ya se siente en las comunidades más débiles. “Hay miedo, sí. Tenemos muchísimos chicos escribiendo sobre el terror a ser deportados. Nosotros tranquilizamos a las familias sobre sus derechos: en ‘ciudades santuario’ como ésta, llegado el caso miles de voluntarios responderían por ellos”.
Afuera en Sausalito, se hace de noche. El ferry que lleva a los turistas hasta San Francisco, pasando por la cárcel de Alcatraz, hace sonar su sirena. Dave se prepara para volver a su casa donde lo espera su mujer, la escritora Vendela Vida, y sus dos hijos.
Queda una pregunta pendiente. ¿Puede un escritor vivir de su trabajo y a la vez tener tiempo suficiente para ayudar a los demás? “¿No roban bancos por allá?”, bromea. “No, acá, cuando sos joven y escribís, tenés más de un trabajo. Además, las empresas tienen horarios flexibles y para la gente es normal separar una horas para hacer voluntariado. En mi caso, tengo la gran suerte de que la gente quiere comprar mis libros”.
por Rosalía Iturbe
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