La bibliografía producida hasta principios de este siglo retrató a López Rega como un “brujo” de mirada glacial que practicaba ritos esotéricos y había llegado a Bienestar Social en provecho del deterioro de la salud de Perón. A esto se le sumaba su familiaridad con su viuda, Isabel, para explicar su permanencia en el poder tras su muerte. Había sido él, un elemento exógeno, el creador de la Triple A que había provocado alrededor de 1.500 muertos.
Este relato autocomplaciente funcionó en parte porque Alfonsín decidió el juicio al terrorismo de Estado a partir del 24 de marzo de 1976. Los hechos precedentes quedaban en la nebulosa, e incluso impunes, porque la causa de la Triple A se archivó tras la muerte sin condena de López Rega, en 1989.
Con este esquema, el PJ quedaba a salvo de su responsabilidad en la represión ilegal del período 73-76. El monstruo había muerto. Y a él debían responsabilizarse los crímenes.
La verdad es que López Rega era apenas la cabeza, parte de un peronismo que entendía que una facción debía eliminar a otra, “infiltrada”. El peronismo estaba “en guerra”, como dijo Perón. En la vorágine de la violencia paraestatal, el PJ se constituyó en un “gendarme de Occidente” en la Guerra Fría, que luego terminó por devorarse a sus facciones.
Recién en 2008, la Justicia declaró imprescriptibles los crímenes de la Triple A. Desde entonces hubo algunos condenados. Uno de ellos fue Julio Yessi.
* Periodista e historiador (UBA). Autor del libro “López Rega, el peronismo y la Triple A”.
por Marcelo Larraquy
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