Desde sus mismos nombres partidarios, las principales ofertas electorales se encolumnaron en el discurso bienpensante de la “unidad”. Juntos por el Cambio, Frente de Todos y Consenso Federal se autoetiquetaron como protagonistas de esa vocación unificadora, en una paradójica lucha facciosa entre diversos desprendimientos de la legendaria “bolsa de gatos” peronista. Pero hay otro proceso de presunta unificación en marcha, que por ahora pasa desapercibido para el grueso de la opinión pública: se trata del sindicalismo, que parece que ahora necesita juntarse.
En estos días, hubo y habrá reuniones de las diferentes trincheras gremiales para negociar una reunificación que no se verifica desde hace varios años. La familia Moyano mantiene conversaciones con la cúpula resquebrajada de la CGT, para rearmar el frente sindical “mainstream”: en esa mesa, quedan heridas por saldar tras los bandeos del líder camionero respecto de sus apegos y desapegos tácticos con los Kirchner primero, y con Macri, después. El fracaso macrista en su plan de encarcelar a algún miembro del clan Moyano es otra de las cuentas pendientes que le factura hoy su electorado.
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Por el otro lado del espectro sindical, la CTA versión kirchnerista debate en estas horas un plan de reabsorción con la vieja y querida CGT, de la que se separó hace casi 30 años. Y en esa fecha histórica reside la clave de toda esta ola de aglutinamiento repentino que inunda a la familia gremial.
Fue a comienzos del menemismo que la gran central gremial se partió y derivó en la CTA, una central obrera más progre, más estatal y menos alineada con las recetas neoliberales de los años 90: en esos términos resume hoy el antimenemismo aquella historia de cisma sindical que estaría terminando en 2019.
Aunque hay otra manera complementaria de verlo: a comienzos de los años 90, no solo nacía el menemismo privatizador, sino que también estaba implosionando, por sus propias contradicciones, el largo modelo estatista y de patrias corporativas que llevaron adelante -con sugestivas similitudes- los sucesivos gobiernos peronistas, militares y radicales de la segunda mitad del siglo XX. Para contextualizar el momento, también hay que recordar que, poco antes de la ruptura sindical argentina que parió a la CTA, en el mundo se había derrumbado por su propio peso el pesado Muro de Berlín. Eran otros tiempos: el capitalismo incluso le hacía creer a muchos que había llegado el “Fin de la Historia”.
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Pero la historia siguió, y en la Argentina se sucedieron hitos de liberalismo económico e institucional con tropezones de la República que dejaron moretones. Y en el mundo exterior, mientras tanto, la globalización combinó disrupción tecnológica con una creciente nostalgia social por el proteccionismo estatal y los liderazgos populistas a lo Trump o Bolsonaro o Putin.
Esta regresión hacia lo viejo conocido está en la base del regrupamiento gremial que negocian hoy los principales sindicalistas argentinos. Más allá de los relatos emotivos sobre el movimiento obrero amigado, en realidad los une el espanto de la reforma laboral que la era digital impone en la vida cotidiana de los argentinos y de los ciudadanos de todo el planeta. También los une la tentación de subirse rápido al tren de un inminente gobierno peronista que todavía está armando su base de sustentación política de cara a un futuro turbulento. Y la sombra de los movimientos sociales que dicen representar al 35% de la población hundida en la pobreza y marginada de la economía formal les mete presión extra a los viejos capitostes del movimiento obrero organizado, que sueña con volver el tiempo atrás, antes de que vuelva a soplar el viento de cola del capitalismo global. Para bien, o para mal.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
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por Silvio Santamarina*
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