Alberto Fernández y su entorno supieron que debían retomar las riendas discursivas de la campaña. Porque de repente aparecieron muchos actores marginales para hablar de ideas que él no tiene y que producían un ruido importante. Se les había ido de las manos, y por eso el candidato del Frente de Todos se enojó.
El peronismo sabe, más que nadie, que el espacio que no se ocupa no queda vacante, sino que es ocupado por otros. Esa máxima de la comunicación los alertó. Si no hablan ellos, hablan otros por ellos y eso puede ser catastrófico.
Por eso, parte de la tarea de la mesa chica de Alberto es mantener una buena comunicación con los díscolos. Los que son capaces de disparar a los pies de un candidato que no quiere mayores conflictos: siente que si todo sigue igual, tras el resultado de las PASO, tiene asegurada la victoria de octubre. ¿Para qué cambiar?
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La última semana fue la candidata a vicejefa porteña Gisela Marziotta la que hizo sonar las alarmas: dijo que sí, que quería una Conadep del periodismo (la idea que esgrimió en algún momento Dady Brieva) y luego debió retractarse, justificando que no había escuchado bien la pregunta. “Estoy muy enojada conmigo”, sostuvo.
También a Hugo Moyano se le salió la cadena: “A este Gobierno hay que echarlo a la mierda”, sostuvo el sindicalista, demasiado ansioso, que ya trabaja en unificar a la CGT.
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Horacio González, exdirector de la Biblioteca Nacional e integrante de Carta Abierta, habló de la necesidad de generar una " valoración positiva de la guerrilla" de los 70. Y para colmo le marcó la cancha a Alberto, al asegurar que Cristina Kirchner no podría ser una "mera vicepresidenta”. Otro rebelde.
Juan Grabois es uno de los que más enfurecen al albertismo. Siempre díscolo, el dirigente de movimientos sociales habló de una “reforma agraria” para el próximo Gobierno y luego hizo que su gente se manifestara en shoppings, generando un enfrentamiento innecesario de clases. Le pidieron que baje el perfil: imposible. Ahora se despachó con más definiciones explosivas y aseguró que apoya al Frente de Todos “más por espanto que por coincidencias”. Con amigos así, no son necesarios los rivales políticos.
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