El Diablo siempre quiere ensuciar la creación de Dios”, afirmó el Papa Benedicto XVI, el sábado 23 de febrero. En el mensaje que dirigió a los cardenales al terminar sus ejercicios espirituales de la Cuaresma, su voz resonó como un trueno dentro de la capilla Redemptoris Mater. Esa obra de destrucción se opera por “el mal de este mundo, el sufrimiento y la corrupción”, agregó.
Al leer ese mensaje desconsolado, los 1.200 millones de católicos del planeta comprendieron que Benedicto XVI aludía a la serie de escándalos, denuncias, delaciones, intrigas, complots, rumores y ajustes de cuentas que estallaron en el Vaticano después de que el Sumo Pontífice anunció su intención de renunciar al trono de San Pedro. “El rostro de la Iglesia ha sido desfigurado. Pienso en particular en las faltas contra la unidad de la Iglesia y en las divisiones en el cuerpo eclesiástico”, precisó. No podía ser más explícito.
La aflicción y el abatimiento que mostró Benedicto XVI en los últimos días de su pontificado parecieron confirmar que la curia vaticana enfrenta en este momento el escándalo más grande de su historia desde la siniestra época de los Médicis, que se traduce en una despiadada lucha de clanes, arreglos de cuentas, malversación de fondos, existencia de un lobby gay y chantajes implacables.
En medio de esas pugnas sigilosas, la renuncia del Papa precipitó todas las tensiones que habían permanecido ocultas. En vísperas del cónclave que debe elegir al 266° pontífice de la historia, el Vaticano se convirtió en una auténtica caldera del diablo.
Quienes manejan "insider information" sobre la trilogía de sexo, dinero y poder que estremece las columnas de la Basílica de San Pedro, conocen los enormes riesgos que presenta esta crisis para el futuro de la Iglesia. En sus 20 siglos de historia, los contubernios de la Iglesia permanecieron encubiertos por las densas reglas de confidencialidad que imperan en la Curia Romana. Pero, desde que comenzó la revolución de los medios electrónicos y la expansión de las redes sociales, los secretos más impenetrables aparecen al día siguiente en la primera página de los diarios y circulan por internet.
La mejor prueba sobre ese fenómeno fue el escándalo del Vatileaks que estalló en el 2012, cuando la prensa divulgó una serie de documentos secretos del Vaticano, incluyendo las cartas robadas del escritorio del Papa por el mayordomo privado de Benedicto XVI, Paolo Gabriele.
Ese episodio quedó relegado al nivel de un ingenuo cuento de hadas en comparación con las revelaciones formuladas la semana pasada por el diario La Repubblica, que denunciaban una cruel guerra de clanes en la Santa Sede y la existencia de un lobby homosexual. “Tenemos la lista íntegra de todas las personas implicadas con nombres, apellidos, funciones, direcciones…”, se apresuró a declarar el director del diario, Ezio Mauro.
Libro rojo. Esa sórdida trama de intereses y pasiones forma parte del informe de 600 páginas entregado al Papa el 17 de diciembre por los tres miembros de la comisión creada en el 2012 para investigar el escándalo del Vatileaks: los cardenales octogenarios Julián Herranz, Josef Tomko y Salvatore De Giorgi.
Presidente de la Comisión Disciplinaria de la Curia Romana desde 1999, Herranz fue el primer miembro del Opus Dei elevado al purpurado.
El italiano De Giorgio es un viejo zorro del establishment, que conoce todos los secretos del Vaticano.
Pero el personaje más enigmático de esa troika es, sin duda, el eslovaco Josef Tomko. Durante el pontificado de Karol Wojtyla dirigió las operaciones del servicio de espionaje del Vaticano en Europa del Este. Después de la muerte de monseñor Luigi Poggi, desaparecido en el 2010, es el último custodio de esa misteriosa entidad llamada Sodalitium Pianum, el servicio secreto de la Iglesia formalmente desmantelado por Benedicto XV en 1921, pero que –según diversos indicios– aún sigue actuando en operaciones puntuales que son resorte exclusivo del Papa.
En síntesis, “todo gira en torno a la inobservancia del sexto y séptimo mandamientos” (no cometer actos impuros y no robar), dice el informe.
Esos volúmenes de 300 páginas cada uno –encuadernados en cuero rojo y estampados a fuego con letras doradas– ponen en evidencia las turbias maniobras del Instituto de Obras Religiosas (IOR), el mal llamado banco del Vaticano, la trama de negociados que realizan algunos prelados, las intrigas de las facciones de la Curia que pugnan por el poder y la lista de los clérigos y laicos que integran el lobby gay.
El capítulo más crocante es el que resume las "impropriam influentiam "que se juegan en los pasillos del Vaticano.
Más información en la edición impresa de la revista.
por Christian Riavale
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