La duda debe seguir a la convicción como una sombra”, escribió Albert Camus marcando su diferencia con la ideología y, por ende, con muchos intelectuales marxistas dispuestos a no ver los crímenes que se cometían en la Unión Soviética y en la China de Mao Tse-tung.
Las ideologías son la versión secular de la religión. Ambas abrazan convicciones absolutas y desprecian la duda. Para la religión, dudar es una defección de la fe, y para la ideología una muestra de debilidad moral. Pero el autor de “El mito de Sísifo” inmunizó su soberanía intelectual de la contaminación causada por las convicciones absolutas. Y el antídoto es la duda.
Al parecer, Gabriel Boric ha leído a Camus y comparte la visión que lo puso en la vereda enfrentada con Sartre y otros filósofos con cegueras ideológicas. Por eso, en la portada de su twitter, el presidente electo de Chile luce la frase de Camus que reivindica la duda por sobre la convicción.
Esa puede ser una clave sobre el rumbo que podría tomar su gobierno. En rigor, todo puede ocurrir. Desde que sea abducido por los regímenes filo-marxistas y sus aliados del populismo exacerbado, que ya iniciaron las maniobras para cooptarlo, hasta la posibilidad de que genere un progresismo democrático, anti-personalista y libre de contaminación autoritaria; o sea, un verdadero progresismo.
La intención del presidente electo parece ser esa. Y también parece comprender el mensaje de los votos que le dieron la victoria. Los votos de la izquierda ideológica son el 25% que obtuvo en la primera vuelta, quedando por detrás de José Antonio Kast, que alcanzó el 27% con votos de la derecha dura. En esa ronda se abstuvo el 53% del electorado. Esa franja de ausentes era mayormente centrista y en ella estaba la clave del triunfo en el ballotage. Quien lograse el apoyo del electorado centrista, obtendría la llave del Palacio de la Moneda.
En la primera vuelta, los votos que se repartieron los dos candidatos más votados, eran los de las posiciones ideológicas duras. Por eso el resultado borró de un plumazo tres décadas de gobiernos centristas, dejando en la pulseada final a pinochetistas y allendistas.
Como si no hubieran existido los últimos 30 años, una coalición que, como la Unidad Popular que ganó con Salvador Allende en 1970, incluye al Partido Comunista, y una coalición ultraconservadora liderada por un defensor de la dictadura militar, libraban la batalla final. Pero en el ballotage, la vocación centrista tendría el protagonismo que no tuvo en la primera vuelta.
Las tres fuerzas gravitatorias predominantes en la política chilena son el rechazo a la desigualdad, el miedo al caos y la anarquía, y la necesidad de centro. Estas fuerzas pujan y alternan su predominio. El rechazo a la desigualdad convirtió en presidente a Salvador Allende; el miedo al caos lo derrocó y fortaleció la dictadura de Pinochet, mientras que, tras el catastrófico choque entre esas dos fuerzas gravitatorias, la necesidad de centro se impuso en el plebiscito de 1988 y gobernó los 30 años posteriores. La “polarización virtuosa” entre centroizquierda y centroderecha logró crecimiento económico y redujo la pobreza, pero no redujo la desigualdad. Esa deuda se conjugó con otros factores para retroceder hacia la polarización ideológica.
Sin embargo, en el ballotage la clave no estaba en el ideologismo sino en el centrismo. Boric ganó por expresar una de las tres fuerzas gravitacionales, la resistencia a la desigualdad, capitalizando además a su favor la tercera: la vocación al centro que había sido relegada en la primera vuelta. A Kast lo propulsó el miedo al caos, pero perdió la disputa por el centro. Boric logró una victoria contundente porque, aunque aliado al Partido Comunista, fue más creíble que su contrincante ultraconservador en el corrimiento hacia el centro.
El desplazamiento hacia la moderación del dirigente universitario que lideró las protestas estudiantiles del 2011, comenzó en el 2019 al aceptar la iniciativa de Sebastián Piñera para superar las protestas abriendo el camino hacia una nueva Constitución. Aquel paso que Boric dio en solitario fue duramente atacado en la izquierda.
Hubo más señales de un progresismo democrático y dialoguista. Boric intentó sumarse al espacio de centroizquierda y, como no le abrieron esa puerta, acordó con el PC conformar Apruebo Dignidad.
A la candidatura la ganó venciendo al comunista Daniel Jadue, en una interna que no sólo eligió al candidato, sino también al programa. Y el programa ganador es de tinte socialdemócrata.
A renglón seguido Boric planteó que su modelo no está en Cuba ni en Venezuela sino en Europa, porque su objetivo es dotar a Chile de un Estado de Bienestar como el europeo. En definitiva, lo que propone es, en buena medida, lo que había planteado Bachelet en su segundo gobierno para corregir la desigualdad.
La ex presidenta no pudo avanzar en su agenda de reformas por la obstrucción centroderechista y la paralización de su propio espacio. Por esa deuda pendiente, concluyeron 30 años de “polarización virtuosa”.
Boric tomó la posta y propuso generar equidad sin situarse por encima de las leyes ni construir cultos personalistas ni aplicar otras recetas del populismo autoritario. O sea, desde una posición moderada.
En cambio su contrincante ultraconservador recién intentó mostrarse moderado al pasar al ballotage, cuando lo imponía la circunstancia.
Kast llevaba años reivindicando la dictadura y se identificó con Trump y Bolsonaro, cuyas derivas le jugaron en contra. También insinuó propuestas de descabellado extremismo, como retirar a Chile de la ONU. Desde semejantes latitudes es difícil avanzar hacia el centro.
La presión migratoria en el norte y el activismo violento de agrupaciones mapuches en las regiones de Biobío y Araucanía, jugaron a su favor activando el miedo al caos y la anarquía. Pero el escrutinio probó que el giro al centro de Boric fue más creíble que la moderación de Kast a último momento.
Al voto ideológico de izquierda que le dio el 25% en la primera vuelta, el candidato izquierdista logró añadir los votos que lo llevaron a casi el 56% en el ballotage. Ese 31% añadido proviene, principalmente, del centro socialdemócrata y demócrata cristiano.
Lo que viene en Chile depende de cuál de esos dos componentes de la victoria de Boric tenga más gravitación sobre su gobierno. No se puede descartar un retorno a la izquierda dura que declara guerras ideológicas. Pero tampoco se puede descartar que logre avanzar en la construcción de equidad social consensuando reformas con una oposición que también priorice dialogar. Al fin de cuentas, eso es lo que sugiere su adhesión a la lucha de Camus contra el dogmatismo de las ideologías.
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