Una coronación es puro teatro. Y la coronación de Carlos III fue inmaculadamente ensayada como espectáculo. Y hubo mucho de shakespeareano, tanto en el servicio en la Abadía de Westminster como en las marchas que rodearon luego el regreso a Windsor. Una mezcla de pompa, procesión, música y misterio.
Carlos supo manejar el equilibrio entre la solemnidad de la coronación y la deconstrucción de los nuevos tiempos, y la pátina real con una alta cuota de austeridad, frente a un Reino Unido que sufre los largos efectos económicos del Brexit, el Covid y la guerra en Ucrania.
Justin Welby, arzobispo de Canterbury a cargo de la coronación, dijo en una entrevista posterior que “el mayor desafío fue que toda la ceremonia no se pareciera a Gilbert y Sullivan”, en referencia a los autores de las operetas cómicas de la época victoriana. Y al objetivo se logró, aunque con una pasada en limpio que resulta trágica: los políticos demostraron ser mejores organizando espectáculos públicos que gobernando el país, y los republicanos acérrimos insistieron a coro en la idea de que todo el asunto es una bobada irrelevante.
Pompa
Más de 200 millones de personas vieron el show de la coronación en todo el mundo. Y el espectáculo, el desfile de celebridades, y la alfombra roja royal estuvieron a la altura. La princesa Ana con su sombrero de bicornio con plumas carmesí, desfilando por la Abadía de Westminster con una capa de terciopelo napoleónico, Penny Mordaunt, presidenta de la Cámara de los Comunes, con un traje de dos piezas verde azulado, y el Príncipe George como un soldado de juguete de Cascanueces, se robaron las miradas.
El palacio de Buckingham había sugerido que Carlos III quería un evento moderno y minimalista. Pero el desfile de atuendos aportó la cuota excéntrica. Una exaltación de la Gran Bretaña de Mary Poppins a Hogwarts en lugar del gris hogar de los paraguas y bombines. Aunque Carlos cambió los pantalones de seda tradicionales por los azul marino de su uniforme militar, Camilla portó los diamantes en el cuello, y la princesa de Gales un vestido con capa de seda color marfil diseñado por Sarah Burton (la princesa Charlotte también vistió un diseño de Alexander McQueen).
Silvestre
El vestido de la ahora reina Camilla, de Bruce Oldfield, se hizo eco de el de su nuera: confeccionado con seda tejida en Suffolk, estaba bordado con ramilletes de flores silvestres entrelazadas con diminutas cintas de banderines, un reflejo de “la campiña británica”.
La alegre estética de “Sueño de una noche de verano” (de Shakespeare), se reflejó también en las invitaciones para la coronación, con un verde folclórico, abejas y escarabajos, un cambio radical para la corona que busca mostrar simplicidad y dejar atrás los berrinches del Príncipe Harry (que fue solo, sin su esposa Meghan Markle), quien hizo una aparición discreta con medallas militares clavadas en su traje oscuro.
La mayor parte de la audiencia se vistió sin embargo, y a pesar del clima sombrío, como para una boda de verano: rojo labial para Samantha Cameron (esposa del ex primer ministro), coral para Sophie Grégoire Trudeau (esposa del primer ministro canadiense), Cherie Blair, la primera dama estadounidense Jill Biden y Pippa Middleton usaron atuendos de color pastel.
Katy Perry (quien cantó en el show posterior) vistió un Vivienne Westwood de cuero sintético lila, combinado con un sombrero con velo. Y las actrices Maggie Smith y Judi Dench lucieron conjuntos de lana con sombreros trilby en azul y avena.
Rechazos
Las multitudes reunidas bajo la llovizna londinense presumiblemente obtuvieron lo que habían ido a buscar. Pero detrás de los llamativos disfraces de la coronación, los rituales impenetrables, y los saludos y procesiones sincronizadas, acecha una inevitable sensación de anticlímax. La coronación cumplió espectacularmente su propósito, presentando la nostalgia, la continuidad y la deferencia como virtudes en lugar de vicios.
Pero los eventos de los últimos días en el Reino Unido han brindado recordatorios de que este puede no ser el país conservador que sus élites aún imaginan que es. Por su propia naturaleza, las sociedades siempre están cambiando, y tras la pátina de estancamiento externa, el reino parece estar entrando en una fase de ruptura.
Entre los jóvenes de 18 a 24 años, solo el 36% quiere mantener la monarquía, frente a más del 70% hace 10 años. Casi el 60% de los británicos están "no muy interesados" o "nada interesados" en la familia real. Según el Centro Nacional de Investigaciones Sociales, la creencia de que la monarquía es “muy importante” ha alcanzado sus niveles más bajos desde que comenzó la recolección de datos hace 40 años.
Cambios
Los signos más reveladores de cambio se expresan en los crecientes movimientos independentistas de Escocia, Irlanda y Gales, de la mano de una caída drástica de la incidencia del partido tory. La victoria reciente de los laboristas vino acompañada, en lugares emblemáticos como Swindon, de revueltas antitory. En distritos tradicionalistas el partido más grande ahora es el de los Verdes.
Los conservadores perdieron frente a los demócratas liberales en Windsor y Maidenhead, Stratford-upon-Avon y Surrey Heath. Hay una reacción violenta contra el Brexit y el viaje de los tories hacia la extrema derecha, con su retórica de guerra cultural y anti inmigración. La Inglaterra monocultural que ya no existe.
Pero la familia real, y Carlos III concretamente, tienen una idea de cómo asegurar su propia supervivencia. La visión de un país retrógrado y deferente se están desvaneciendo rápidamente, y se siente como un verdadero rayo de esperanza para muchos británicos que esperan el surgir de una nueva era, más allá del nuevo reinado.
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