Mientras brillaba el día sobre otros liderazgos, abril fue crepuscular para algunos liderazgos que habían brillado en América latina. La región concentró su atención en el pretensioso intento de Lula al auto-postularse como mediador entre Rusia y Ucrania.
La atención regional también estuvo en la elección presidencial que se realizó en Paraguay. Los protagonistas de estos acontecimientos están en el día político, mientras cae la noche para otros líderes. La oscuridad parece definitiva sobre el ex presidente peruano Alejandro Toledo, y es posible que también haya caído sobre el disidente venezolano Juan Guaidó.
Alejandro Toledo, entrando esposado a la misma cárcel donde está Alberto Fujimori, además de Pedro Castillo, muestra un país en el que la dirigencia política se amontona en el terreno del delito. La excepción son los mandatarios interinos Valentín Paniagua y Francisco Sagasti, por haber pasado por la presidencia sin manchas de corrupción u otros actos ilegales. Pero el caso de Toledo, quien se encontraba prófugo en Estados Unidos y fue extraditado bajo acusación de haber cobrado 35 millones de dólares en sobornos, resulta particularmente perturbador por su historia personal y su aporte a la política y la economía del Perú.
De sangre indígena y origen humilde, fue descubierto por una fundación que becó sus estudios. Llegó así a la Universidad de Stanford. De regreso en Perú se convirtió en el principal adversario del régimen de Fujimori, a quien enfrentó en las urnas. Las protestas masivas por un intento de fraude pusieron en fuga a Fujimori y a la siguiente elección la ganó Toledo, con la imagen de artífice de la caída del déspota.
En los cinco años que ocupó la presidencia, Toledo recompuso la institucionalidad democrática y consolidó el modelo económico de mercado que había impuesto Fujimori. Ese primer quinquenio del siglo 21 dio estabilidad a la economía peruana, iniciando un largo período de crecimiento. Pero, aparentemente, mientras hacía todo eso, también cobraba sobornos millonarios. Ver a Toledo entrar esposado en la cárcel debilitó aun más la confianza en la democracia de un país donde la sociedad vio a demasiados presidentes desfilar por tribunales y acabar en prisión.
También desconciertan las últimas imágenes de Juan Guaidó. Huyendo de su país como si fuera un forajido y entrando a Colombia de manera irregular, como una sombra de las miles que atraviesan fronteras escapando del hambre o la violencia. Así ingresó Guaidó al país vecino, donde lo empujaron hacia Estados Unidos.
Sin nadie a su lado, quien había liderado la oposición venezolana atravesó el hall del aeropuerto de Miami, donde nadie lo esperaba. Así llegó a Estados Unidos el hombre al que las encuestas pasaron de otorgar el 80 por ciento de popularidad, al actual cuatro por ciento que parece marcar su final. La soledad de Guaidó denuncia la mezquindad de la dirigencia opositora. Y su paso atribulado por Colombia deja dudas sobre el vínculo de Gustavo Petro con Nicolás Maduro.
La conferencia internacional sobre Venezuela que había organizado el presidente colombiano no incluía representantes de los bandos venezolanos enfrentados. Pero haber dado la espalda a Guaidó cuando llegó huyendo de un peligro inminente sobre su vida o sobre su libertad, es una mala señal del presidente colombiano.
La última vez que Guaidó había estado en el país vecino fue tratado como jefe de Estado y apoyado en su intento de hacer ingresar a Venezuela, desde Cúcuta, camiones con ayuda humanitaria. Paralelamente, desde territorio brasileño los convoyes con alimentos y medicamentos intentaron llegar a Santa Elena de Uairén. Pero la represión chavista logró impedir el ingreso de la ayuda humanitaria.
Guaidó dirigía aquella operación y contaba con el apoyo de Colombia, donde ahora le dieron la espalda. La prensa de la región y del mundo prestó poca atención a la solitaria travesía de quien, hasta hace poco, tuvo centralidad en el escenario político latinoamericano.
¿Qué ocurrió con Juan Guaidó? ¿por qué se extinguió esa estrella cuyo fulgor encandilaba? Quien había sido el más joven titular que tuvo la Asamblea Nacional de Venezuela, parecía poseedor del vigor y el temple que derribarían el régimen malhechor de Maduro.
La cantidad de países que lo reconocieron como “presidente encargado” creció velozmente en el mundo tras su proclamación. Apagada la estrella de Henrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledesma, el músculo opositor se concentraba en Guaidó.
Su parecido a Obama y su discurso enérgico y a la vez sereno, generaba una extendida sensación de que había aparecido el líder que derribaría la dictadura venezolana. Su popularidad crecía y ningún líder de la oposición se habría atrevido a discutirle una candidatura presidencial si se hubieran realizado elecciones libres en ese momento. Pero cada embestida contra el régimen que terminó en fracaso fue minando el liderazgo del “presidente encargado”.
La “madre de todas las batallas” planteadas por Guaidó fue el ingreso de los camiones con ayuda humanitaria desde Brasil y Colombia. Como un Bolívar que dirige la batalla, él personalmente había viajado a Cúcuta para dirigir la operación. Tratándose de alimentos y medicamentos, calculó que los militares se dividirían y que se impondrían los partidarios del ingreso de la ayuda humanitaria para tanta gente que la necesitaba. Pero una vez más, el frente militar se mantuvo unido. Y la represión dejó los camiones del otro lado de las fronteras.
A partir de entonces el liderazgo de Guaidó declinó. Durante el 2022, los otros líderes de la oposición lo ignoraron. Y ahora, amenazado por el régimen y con María Corina Machado resucitada políticamente y encabezando encuestas, la dirigencia disidente volvió a darle la espalda. Que se haya escabullido como una sombra por la frontera hacia Colombia y que Gustavo Petro lo destratara, parece marcar el final de un liderazgo doblegado por la brutalidad del régimen y también por las mezquindades y miserias de sus propios camaradas.
Pero no todos los ocasos de liderazgos de estos días tuvieron escenas desoladoras como las de Toledo y Guaidó. A Cristina Kirchner la ovacionó un teatro repleto. Sin embargo, después de aplaudir y ovacionar emocionados, al caer en cuenta de que no habían escuchado ningún anuncio crucial y ninguna idea para revertir la insoportable declinación del gobierno, muchos salieron sintiendo que, en realidad, habían asistido al acto crepuscular de un liderazgo.
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