El Kremlin acaba de mostrar sus prioridades en Asia Central. Contrastando con el envío de tropas a Kazajstán, cuando el ejército azerí con el respaldo de Turquía se lanzó sobre los territorios armenios de Nagorno Karabaj, Rusia recién reaccionó cuando los atacantes habían conquistado Shushi, la segunda ciudad del enclave armenio a pocos kilómetros de Stepanakert, la capital.
Azerbaiján no integra la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva del que si forma parte Armenia junto a Rusia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguisia y Tadyikistán. Pero Moscú no activó ese tratado de defensa mutua para ayudar a los armenios. Para Vladimir Putin, la obligación de defender a armenia no incluye el enclave que en la era soviética quedó bajo control azerí. El hecho es que el pacto defensivo abandonó a los armenios de Artzaj (Nagorno Karabaj) a su propia suerte frente a una ofensiva militar aplastante instigada desde Ankara.
En las antípodas de aquella pasividad que permitió a Recep Erdogán extender su influencia en el Cáucaso Meridional, el tratado de defensa mutua fue activado por el Kremlin para intervenir en Kazajstán. ¿Estaba siendo atacado por un país que ni integra el pacto defensivo? No. Lo que ocurría era una gigantesca ola de protestas que estalló cuando el gobierno kazajo estableció un aumento desmesurado del precio del gas.
Vladimir Putin envió fuerzas militares rusas, mientras reclamaba a los otros países del pacto defensivo hacer lo mismo, para defender al régimen despótico que impera en Kazajstán, cuyo presidente, Kassym-Jomart Tokayev, ordenó a sus fuerzas represivas disparar a matar contra los manifestantes.
Por cierto, las protestas que detonó el aumento en los combustibles fue violentísima y tanto los ataques incendiarios a edificios gubernamentales como la decapitación de dos policías, prueban que grupos ultra-islamistas habían infiltrado las protestas callejeras.
Si Estados Unidos hubiera enviado tropas a Chile para sofocar las protestas del 2019 o a Colombia contra las manifestaciones en el 2021, el mundo habría visto, y con justa razón, un acto inaceptable y brutal de injerencia imperialista. Eso mismo debe ver en el envío de tropas rusas a Kazajstán. Vladimir Putin envió fuerzas militares a colaborar con la represión en otro país. Y la que estaba ejecutando Tokayev era una represión criminal.
Si bien ya había intervenido en conflictos para poner bajo control del Kremlin regiones caucásicas como Osetia y Abjasia, corresponder preguntar cómo pudo llegar el líder ruso al extremo de exportar la represión. Y la respuesta tiene varios aspectos. La consideración geopolítica de que todo lo que fue territorio soviético debe seguir siendo zona de influencia rusa.
En este punto, Kazajstán tiene una importancia muy grande por su tamaño (es el noveno país más extenso del mundo), por sus riquezas en hidrocarburos y minerales; porque se encuentra entre Rusia y la provincia china de Xinjiang, siendo para China un proveedor clave de minerales e hidrocarburos, y porque su régimen autocrático con fachada democrática es similar al que impuso Putin en Rusia, por lo tanto si las protestas voltean un autócrata centroasiático, podrían generar un efecto dominó que llegue hasta Moscú. El verdadero dueño del poder en Kazajstán no es el presidente Tokayev, sino quien lo impuso en el cargo: Nursultán Nazarbayev.
El déspota que constituye el poder detrás del trono, empezó a escalar en la nomenclatura soviética en la década de 1980. En 1990 se convirtió en líder de la República Socialista Soviética de Kazajstán, que poseía en su territorio el grueso de los arsenales nucleares de la URSS. Y al desaparecer el mega-estado comunista en 1991, se instaló en la presidencia del flamante país independiente, iniciando la construcción de un despotismo ilustrado con fuerte culto personalista.
Nazarbayev creó Nur Otan, que en la lengua local significa Patria Radiante y es el partido que se adueñó del Estado kazajo, al que gobernó casi tres décadas con poderes absolutos. La capital, Almaty, así como las demás ciudades, se poblaron de estatuas del megalómano líder. Luego estableció la capital en Astaná, ciudad a la que, años más tarde, le cambió el nombre, rebautizándola con su propio nombre de pila: Nursultán.
Aunque es imposible que en todas las reelecciones haya alcanzado el casi cien por ciento de los votos que decían los escrutinios, los kazajos soportaban resignados al déspota. El control estricto de la sociedad a través de la represión y de los servicios de inteligencia, es una de las razones de tanta sumisión. La otra, es que la economía funcionaba bien. El descontento comenzó desde que la economía se frenó en el 2015. La insatisfacción creciente hizo que Nazarbayev renunciara a la presidencia en el 2019. Pero siguió siendo el dueño del poder. Ese poder despótico que acaban de salvar las tropas rusas.
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