Friday 24 de January, 2025

MUNDO | Hoy 07:16

Trump aclara, y oscurece

El presidente norteamericano inició su gobierno describiendo una realidad que no encaja en la realidad evidente. Una señal preocupante, además del tono fundacional y mesiánico.

“En Estados Unidos, lo imposible es lo que mejor sabemos hacer”. Esa fue la frase más inteligente de un discurso poblado de penumbras. Lo más alentador fue el compromiso a bregar porque acaben las guerras en marcha y de conjurar el riesgo de una Tercera Guerra Mundial. Pero “lo imposible es lo que mejor sabemos hacer” fue un magnífico alago al orgullo norteamericano. La perla del discurso con que asumió de nuevo el cargo. Lo demás fue un desfile de señales inquietantes.

Lo peor fue el “fundacionalismo”, el mesianismo y el negacionismo. Como todo liderazgo populista, de izquierda o derecha, se proclamó fundacional de “la era de oro que comienza” con su gobierno. Llamar “Día de la Liberación” al 21 de enero fue también un absurdo fundacional porque equivale a equiparar su llegada al poder con la Caída del Muró de Berlín en Alemania, y al gobierno demócrata como una fuerza de ocupación totalitaria.

Que la realidad descripta no encaje con la realidad real, es una señal oscura. Hablar de EE.UU. como si fuera un Estado fallido de América Central y no la superpotencia que logró el mejor nivel de vida para la mayor cantidad de gente, ganó guerras mundiales y batió récords en avances científicos y tecnológicos, es describir una realidad que no encaja en la realidad real. El colmo del “relato”. Lo que hacen los aparatos de propaganda de los totalitarismos comunistas y fascistas.

Trump

En el siglo 18, el filósofo Thomas Paine hizo un aporte inmenso a la racionalidad emancipadora, al escribir un opúsculo revolucionario: El Sentido Común. Con esas páginas colaboró a la independencia de la monarquía de ultramar, porque se trató de un sentido común forjado en la lógica republicana y democrática. Trump apeló a la construcción del “sentido común”, pero no como el que irradió el opúsculo de Paine, sino el que se forjará en las redes sociales manejadas por sus allegados mega-millonarios.

Otra señal oscura fue el mesianismo. Se refirió a los atentados contra su vida diciendo que Dios lo “salvó para que haga a América grande de nuevo”. Y a eso agregó el negacionismo del calentamiento global al anunciar que por segunda vez sacará a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre Cambio Climático.

En esas palabras parecía diluirse la esperanza de que el segundo Trump sea más razonable y democrático que el que intentó destruir un proceso electoral lanzando una multitud contra el Capitolio, que es una de las razones de la paradoja que implica disparar la acusación de “delincuentes” contra un océano de desesperados migrantes, siendo Trump el único presidente convicto de la historia de Estados Unidos.  

Migrantes venezolanos

En la antesala del regreso se había visto un Trump que no estaba en pose de Trump. Por caso, en la segunda fila de la capilla ardiente que despedía a Carter, sentado junto a Obama, mostró un recato distante del millonario que mira al resto de los mortales desde la azotea de su rascacielos neoyorquino.

Minutos antes había elogiado al presidente que inició la concientización sobre el medio ambiente, la aceptación de la diversidad sexual y el valor de la equidad social. Carter fue el último líder demócrata en la tradición iniciada por Woodrow Wilson y profundizada por Franklin Roosevelt respecto al Estado de Bienestar, el capitalismo keynesiano y el apoyo a las clases medias y la América de los workers. Ergo, Trump habló bien de un exponente de la centroizquierda norteamericana.

El Trump de la antesala del Despacho Oval tuvo destellos de razonabilidad geopolítica. Emitió señales sobre la guerra en Ucrania que no sonaron tan alentadoras para el Kremlin como todas las anteriores. Como si hubiera entendido que regalarle una victoria total al belicismo expansionista ruso es invitarlo a continuar su avance y también a avanzar hacia la gran meta de Putin: el reemplazo de la OTAN por una alianza militar euroasiática encabezada por Rusia, que ponga fin al occidentalismo cultural de Europa.

Fotogaleria Cazas F-16 de la Fuerza Aérea Polaca participan en un ejercicio de la OTAN como parte de la misión de Vigilancia Aérea de la OTAN

Otra señal de razonabilidad está en la presión que ejerció a través de su emisario Steve Witkoff sobre Netanyahu para que acepte la propuesta de tregua que había presentado Biden en mayo, que no es “la victoria” de Hamás que describe falazmente el ala más extremista del gobierno israelí, pero ofrece un camino hacia “la fórmula de los dos Estados”.

Cuando el primer ministro israelí se negó a aceptar lo que llevaba meses rechazando, Witkoff le explicó que Trump no pedía que acepte, lo exigía. Con el mismo tonó transmitió en Doha esa posición al emir Tamim bin Hammad al Thani, sin pasar antes por el primer ministro Abdulrahman al Thani.

Por eso Qatar presionó a Khalil al Haya y ese dirigente que ocupó la jefatura política de Hamas tras la muerte de Ismail Haniye envió el mensaje a Mohamed Sinwar, quien comanda la milicia Ezzedim al Qassem y es escuchado por ser el hermano de Yahya Sinwar, máximo líder abatido por los israelíes en Rafah.

Witcoff

Señales alentadoras que producen una ilusión que se desvanece al ver quienes integran este gobierno. Con el cambio climático incendiando Los Ángeles, el secretario de Energía es Chris Wright, un ferviente negador del calentamiento global y defensor de las energías fósiles. La empresaria Linda McMahon, quien amasó una fortuna con espectáculos lucha libre, es la secretaria de Educación, un área que el ultra-conservadurismo quiere destruir por considerarla instrumento marxista de la agenda woke y bastión del activismo ambientalista.

La misma sensación de burla al sentido común causa que el secretario de Salud sea Robert Kennedy Jr. un activista antivacunas que difunde teorías conspirativas. También el poder de Elon Musk, quien puso su red social a potenciar la ultraderecha europea, con especial apoyo al partido neonazi alemán AfD, y a Viktor Orban, el líder pro-Putin de Hungría.

Salvo que sea su carta en la magna para negociar con China, ya que Musk tiene intereses vigorosos en el gigante asiático, su relevancia en el gobierno probaría dos riesgos para la democracia liberal: Uno es el uso del poderío de sus redes para convertirlas en aparatos de culto personalista y demolición de sus críticos. El otro es que altere la institucionalidad hasta que el poder quede en manos de archimillonarios, convirtiendo la democracia norteamericana en una plutocracia darwiniana.

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Claudio Fantini

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