En estos días, Máximo Kirchner habló más que nunca en público: especialmente en la radio pública, que el Gobierno usa como privada. En contraste con su histórica mudez, el candidato a diputado por Santa Cruz dio mucho material para el análisis semiológico, que revela algo más sobre el enigma de su personalidad.
“Uno” es la palabra recurrente que utiliza para nombrarse, en una mezcla de humildad y soberbia autoconsciente, propio de una persona que se sabe (tal vez a su pesar) celebridad política.
“Ellos” es la muletilla conspirativa que prefiere para referirse vagamente a los medios (no alineados), los “buitres” financieros, y la oposición nacional, local e interna.
Sus padres son casi siempre “Néstor” y “Cristina”, con tonos que oscilan entre la cercanía íntima y la distancia fascinada. El candidato presidencial K es “Daniel Scioli”, sin adjetivos; en cambio, Zannini es “Carlos”, un “compañero brillante”, “sereno”, que “da contenido a la fórmula”.
Hereda de papá las frases hechas, de barrio y anticuadas, con una entonación irónica que quiere significar más de lo que se anima a decir con todas las letras. De mamá, imita cierta jerga picoteada de las ciencias sociales con orientación Nac & Pop.
Su vocabulario de hijo se fusiona con la victimización liliputiense y heroica del kirchnerismo primitivo: “poquito”, “juntitos”, “chiquitito”. Ser pequeño le resulta un valor clave, que asimila a su rol de futuro representante santacruceño.
No se registran conceptos nuevos aportados al manual del Relato K, que recita con naturalidad. “Uno es como es”, explica. Y alimenta el enigma.
*Editor Ejecutivo de NOTICIAS.
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por Silvio Santamarina*
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