Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 17-02-2018 00:50

El enigma catalán

Los separatista se empecina en mantener el liderazgo de Puigdemont, a pesar de haber chocado “el Proces” y fugarse a Bélgica.

Tal Si el capitán de un barco lo conduce hacia una tempestad y, en plena deriva, en lugar de aferrarse al timón para llevarlo al puerto prometido o de hundirse con su nave en el naufragio, lo que hace es escapar en un bote salvavidas, no habría mucho que discutir: sería juzgado como un cobarde que traiciona su deber y perdería el grado de capitán y el derecho a conducir barcos.

Por eso es difícil entender el debate en el que se hundieron los separatistas catalanes tras la elección de diciembre. Carles Puigdemont se parece al capitán que abandona la nave en medio de la tempestad. Sin embargo, la mayoría parlamentaria se empantanó en una discusión desopilante, por tratar de mantener a Puigdemont en el timón que había dejado girando a la deriva.

Cataluña quedó sin gobierno durante meses, debido a que los partidos que la chocaron contra el artículo 155 de la Constitución española, en lugar de discutir las metas y los instrumentos de la nueva gestión, se enredaron discutiendo cómo salvar a Puigdemont.

Ocurre que la fuerza política del líder fugado, se empecinó en mantenerlo al frente del gobierno. El Partido Democrático, surgido del reciclaje de Convergencia Democrática, la agrupación catalanista creada por Jordi Pujol, hizo que la coalición que lidera, Junts per Catalunya, se empeñara en sostener el poder de Puigdemont.

Atravesando la frontera del absurdo, propuso primero la investidura vía Skype del líder refugiado en Bélgica. Puigdemont aparecería en una pantalla instalada en el Parlament, asumiendo como jefe de la Generalitat. Y a través de esa vía gobernaría.

Como era de esperar, el Tribunal Constitucional rechazó una presidencia ejercida desde Bruselas. Entonces, las huestes separatistas propusieron investirlo como “presidente simbólico” y crear una presidencia efectiva en suelo catalán.

Dudas

A esa altura, en el partido más antiguo del bloque soberanista, Esquerra Republicana, muchos empezaban a preguntarse por qué crear en Cataluña un gobierno controlado directa o indirectamente por Puigdemont. ¿Cuál es la razón que justifique empantanarse en la búsqueda de un rol privilegiado para el capitán que abandonó el barco cuando más se lo necesitaba aferrando el timón?Poco a poco, la pregunta que rondaba en Esquerra Republicana empezó a crecer en el resto de España: ¿por qué gastar tanta energía en salvar la imagen y el honor de Puigdemont? ¿Quién es Puigdemont y qué hizo para merecer tanto?

Si no bajó de la Sierra Maestra ni unió a las mayorías catalanas como De Gaulle unió a Francia contra el nazismo ¿por qué dejar a Cataluña sin gobierno hasta construir un pedestal a Puigdemont?

Esa pregunta retumbó incluso dentro del bloque soberanista, más allá de Esquerra Republicana. Al fin de cuentas, Oriol Junqueras merecía más y recibía menos. En la deriva catalana, el vicepresidente fue el sub-capitán que no abandonó el barco en la tempestad. Junqueras no huyó despavorido ante la ofensiva lanzada por Madrid con el artículo 155. Se quedó en Barcelona a afrontar las consecuencias del “Proces”. Y terminó preso.

Tenía la misma responsabilidad de Puigdemont en la deriva catalana. Era corresponsable de haber planeado y ejecutado la división de los catalanes y la proclamación fallida de la independencia, sin haber logrado una amplia mayoría a favor de la secesión, ni haber creado un Estado y una economía independientes de España. No obstante, en el contraste con la huida del presidente, que apareció en Bruselas cuando debía estar resistiendo atrincherado en el Palau de la Generalitat, la entereza y la coherencia de Junqueras lo hacía merecedor de ser él quien centrara el debate sobre la investidura.

Además, en todo caso, tiene más lógica luchar para investir un presidente encarcelado, que luchar para investir un presidente fugado. Más aún si el fugitivo se hace alquilar en Waterloo una residencia con tres saunas que cuesta una fortuna.

El líder fugado duerme en cómodos dormitorios, mientras el líder que se quedó a enfrentar la furia de Madrid duerme en una celda.En la historia de Carles Puigdemont no hay nada que permita entender el empecinamiento en priorizar su condición de jefe independentista, por sobre la necesidad de formar rápidamente un gobierno. El bloque soberanista debió haber priorizado la inmediata formación de un gobierno, porque el partido más votado individualmente en la elección de diciembre no fue ninguno del bloque soberanista, sino Ciudadanos, abanderado del bloque constitucionalista. Además, la figura del comicio fue Inés Arrimadas, mientras que la mitad más uno (o dos) de los catalanes votaron por fuerzas españolistas, aunque, por la curiosa matemática parlamentaria, el bloque independentista haya quedado en posición de encabezar otra gestión.

Sensatez

A pesar de todo eso, lo que priorizaron los miembros de Junts per Catalunya fue salvar la imagen de Puigdemont y dotarlo de poder en el exilio. Buscando fórmulas para ese fin, de por sí desconcertante, atravesaron los límites de la sensatez. El resto de España observó perpleja los debates y lucubraciones que enredaban a los partidarios de la independencia. Hasta ahora, no supieron construir una amplia mayoría a favor de la secesión y protagonizaron una gesta independentista que se presentaba como épica histórica y terminó como comedia de enredos. Sin embargo Puigdemont centralizó el protagonismo después de una elección en la que su fuerza política salió segunda.

Acrecentando la estupefacción, Puigdemont actuó como el reverso de Lluís Companys. Aquel presidente de la Generalitat había proclamado el Estado catalán durante la República de la década del 30 y, cuando Madrid envió el ejército, se quedó a resistir y terminó en prisión.

Eso hizo Oriol Junqueras. Por eso tendría más lógica que se buscara investirlo como presidente en la prisión, que premiar a Puigdemont. Ni siquiera tuvo la actitud de preocuparse por la suerte de la familia del vicepresidente encarcelado. No hubo ni un llamado solidario a Neus Bramona, la esposa de Junqueras.

A pesar de todo, los separatistas del Parlament ensalzaron más al líder fugitivo que al líder apresado. Algo tan desconcertante como condecorar a un capitán que, en lugar de aferrar el timón en plena tempestad, huye del naufragio en un bote salvavidas.

por Claudio Fantini

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