Sunday 5 de May, 2024

OPINIóN | 10-09-2023 08:29

Los chamanes de la tribu

El desconcierto del establishment político ante la irrupción de Javier Milei. Cómo tratarlo y cómo enfrentarlo.

Para el escritor Manuel Gálvez, Hipólito Yrigoyen era el “hombre del misterio” por lo difícil que era saber lo que tenía en mente, su forma pretenciosa de hablar y su adhesión al krausismo, una corriente filosófica de influencia limitada en Alemania, su tierra de origen, que la exportó a España, donde se puso de moda entre los ensayistas progres de las décadas finales del siglo XIX.  

A su manera, Javier Milei se asemeja al “apóstol” radical. Aunque su estilo público difícilmente podría ser más diferente del de un personaje que se hizo notable por su mesura grisácea, también dice inspirarse en las lucubraciones de un grupo de maestros teutones y da a entender que su pensamiento abarca regiones espirituales que pocos mortales están en condiciones de penetrar.

A esta altura, no es nada fácil explicar el culto cuasi religioso que se construyó en torno a Yrigoyen y que, al permitirle remodelar el paisaje político del país, incidió mucho en su evolución posterior. ¿Está ocurriendo algo similar en torno a Milei? Es por cierto posible que estemos frente a un fenómeno parecido, ya que, en nombre de una doctrina arcana que pocos entienden muy bien, una persona que para muchos es carismática se propone desterrar a “la casta”, variante ésta del “régimen falaz y descreído” que fue atacado con virulencia parecida por el Peludo, para que un pueblo largamente engañado pueda reencontrarse con sí mismo.

Antes de las PASO, el consenso entre los presuntamente bien informados era que Milei estaba desinflándose con rapidez y que a lo sumo sería recordado como un extraño fenómeno propio de la época de Twitter, TicToc y otros medios sociales. Desde que aventajó por un puñado de votos a los candidatos de Juntos por el Cambio y Unión por la Patria, muchos que antes lo habían eliminado de sus cálculos darían por descontado que podría arrasar en octubre para ganar en la primera vuelta, ahorrándose así la necesidad de enfrentar un balotaje, para mudarse a la Casa Rosada antes del fin de año.  Aunque apenas ha comenzado la fase decisiva de la campaña electoral, la idea de que el triunfo de Milei esté virtualmente asegurado está incidiendo en la conducta de casi todos.

Los más desconcertados por lo que está ocurriendo son los jefes de Juntos por el Cambio, empezando con Patricia Bullrich. Como muchos otros, la candidata había confiado en que, una vez apagada la estrella de Horacio Rodríguez Larreta, le quedaría despejado el camino hacia la presidencia de la República. Nunca se le ocurrió que podría verse superada por alguien de imagen más dura, más derechista y más “neoliberal” que la suya.

En un intento por recuperarse, anunció que la acompañaría Carlos Melconian como superministro de Economía. Aunque la decisión fue aplaudida por sus seguidores, entraña un riesgo muy grande. Bullrich eligió a Melconian porque suponía que sería más que capaz de noquear a Milei en cualquier debate sobre las opciones económicas ante el país, pero por tratarse de una personalidad fuerte, se planteó en seguida una pregunta que para ella es muy incómoda: ¿Quién sería el auténtico jefe de un eventual gobierno de Juntos por el Cambio? A pesar de los roces esporádicos que se produjeron entre los dos, Carlos Menem pudo convivir varios años con Domingo Cavallo, pero el riojano, un pragmático a ultranza, contaba con una base popular mayor que la de la ganadora de la interna de la coalición opositora.

Tanto Milei como Sergio Massa han decidido que les convendría ningunear a Bullrich y, desde luego, a Melconian, si bien de cuando en cuando les disparan algunos dardos. No quieren que se recupere del golpe anímico que le ocasionaron el resultado decepcionante de las PASO y la actitud ambigua de Mauricio Macri, el que brinda la impresión de estar preparándose mentalmente para desempeñar un papel importante, aunque sólo fuera como una eminencia gris, en un país gobernado por Milei.  

Tal posibilidad preocupa muchísimo a los militantes de Juntos por el Cambio ya que a su entender significaría la muerte de una coalición que, hace menos de un mes, creían destinada a consolidarse y convertirse en el partido natural de gobierno de la Argentina. No les gusta del todo el que el fundador de PRO parezca haberse convencido de que ha llegado la hora de barajar y dar de nuevo; siguen aferrándose a la esperanza de que el grueso del electorado pronto se dé cuenta de que lo único que le ofrece el hombre de los perros telepáticos y la venta libre de órganos para acelerar los trasplantes es el suicidio colectivo, de ahí las alusiones frecuentes a lo insensato que sería que el país probara suerte saltando al vacío.  

Con todo, si bien es aún muy prematuro suponer que Milei ya tiene ganada la contienda electoral, es tan fuerte el deseo no sólo popular de encontrar certezas en un panorama que se ha hecho insoportablemente confuso que es lo que muchos parecen resueltos a creer. Así pues, está construyéndose una nueva realidad con la expectativa de que, dentro de poco, la ratifique el electorado, lo que no puede sino ayudar al protagonista de este extraño relato ya que, a diferencia de sus contrincantes, Milei no tiene que hacer mucho más que ponerse a esperar hasta que la voluntad de cambio que se ha apoderado de buena parte de la sociedad lo lleve al destino que cree suyo.

Los mismos que hasta hace muy poco descartaban a Milei por suponer que era inconcebible que un personaje tan esperpéntico pudiera alcanzar la presidencia, siguen insistiendo en que Massa terminará destruido por una conflagración económica que, gracias a las medidas extraordinariamente torpes que se siente obligado a tomar, está asumiendo proporciones cada vez más gigantescas.

De conservar su vigencia las reglas políticas normales, tendrían razón quienes piensan así, pero aún es factible que el ministro-candidato consiga más votos que Milei en un hipotético balotaje. Es lo que podría suceder si en las semanas próximas se profundizara el bajón de Patricia y se intensificara la preocupación por el impacto que tendría una previsible reacción violenta por parte de las organizaciones “sociales” y el sindicalismo combativo frente a un intento serio de racionalizar la endeble economía nacional haciendo trizas del gasto público.

Con la eventual excepción de algunos kirchneristas y sus compañeros de ruta trotskistas, nadie ignora que el país está por sufrir un ajuste que quizás sea aún más feroz que el instrumentado por el gobierno de Eduardo Duhalde después del colapso de la convertibilidad. Lo único que resta saber es la identidad de quiénes serán los responsables de llevarlo a cabo. Parecería que el equipo liderado por Melconian es mejor calificado para la tarea que el improvisado por Milei o, huelga decirlo, el conformado por Massa y sus colaboradores pero, por desgracia, para tener éxito un gobierno reformista  necesitaría contar con mucho más que un grado descomunal de destreza técnica.

Puede que en las semanas que nos separan de las elecciones los de Juntos por el Cambio se las arreglen para dar a su proyecto de una dimensión épica, pero tendrían que apurarse. Antes que nada, les será necesario reconectarse con una sociedad que, durante la prolongada interna, entendió que a la gente de PRO y los radicales les interesaban mucho más sus propias diferencias teóricas que los problemas dolorosamente concretos de millones de personas que sentían que el país los estaba abandonando a su suerte.  

¿Y Massa? Aunque nadie sabe muy bien lo que el tigrense adoptivo tiene en la cabeza, es más que probable que, cuando es cuestión de temas prioritarios como los supuestos por la economía y la seguridad ciudadana, comparta mucho más con Patricia Bullrich que con su jefa formal, Cristina. Así y todo, hasta que queden atrás las elecciones le será forzoso retener al apoyo de los kirchneristas que están aprovechando lo que para ellos podría ser la última oportunidad para atrincherarse en reparticiones del Estado con el propósito de desbaratar los planes de los resueltos a reformarlo.

Puesto que por ahora Massa no está en condiciones de desafiarlos, sigue armando bombas de tiempo programadas para estallar cuando un nuevo gobierno esté procurando afirmarse en el poder. De tratarse de otra persona, el ministro-candidato entendería que le están ordenando sabotear lo que espera será su propia gestión, pero parecería que es tan optimista que se niega a pensar en lo contradictorio que es el rol que está cumpliendo.

Desde el punto de vista de Cristina y sus soldados, es perfectamente lógico suponer que les convendría que Massa perdiera en octubre porque en tal caso otros tendrían que encargarse de una crisis inmanejable, lo que, luego de un intervalo breve, les brindaría una oportunidad para regresar al poder. Es por tal razón que están boicoteando la campaña electoral, tratándola como un asunto que no les atañe, pero parecería que a Massa mismo le cuesta creer que, para los fieles a Cristina, no es más que un idiota útil que, en cuanto les parezca oportuno, sacrificarán sin remordimientos. Antes bien, confía tanto en su propio destino que aún se cree capaz no sólo de derrotar a Bullrich y Milei, sino también de reparar muy pronto la economía que, para complacer a personajes que no lo quieren, está procurando arruinar.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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